Escobar, en terrenos del mito
Escobar, en terrenos del mito
Diez años después de su fuga, muchas cosas siguen sin explicación.
Su tumba es todavía un lugar de romerías para los curiosos.
Rumores que ponen en duda su muerte, prolongan la leyenda del capo.
Por León Jairo Saldarriaga
ELCOLOMBIANO.COM
Medellín
El 22 de julio de 1992, Pablo Escobar Gaviria se fugó de la cárcel de La Catedral, en Envigado, con varios lugartenientes. En la fotografía se registra una escena de una de sus fugas anteriores, cuando huía de las autoridades y logró evadir un operativo de captura, por las mangas de El Poblado y Envigado. Foto Archivo EL COLOMBIANO.
«Me dicen que un señor con una figura idéntica a la de Pablo Escobar, que estaba enfermo de sida, se prestó para la patraña de que lo mataran, con tal de dejarle una platica a su familia».
Las palabras de María Trinidad Ochoa, una de las beneficiarias del barrio Medellín sin Tugurios, construido por el capo del narcotráfico, en 1984, recogen el pensamiento de muchos que, casi nueve años después de su muerte, se niegan a aceptar su partida.
Pero Trinidad tiene motivos para creer lo contrario. «Claro que también me hago a la idea de que no fue así, porque ese día mataron a ´El Limón´, el guardaespaldas de don Pablo, que vivía en la parte alta del barrio». Como sus hijos le enrostran que las huellas digitales tomadas en la necropsia dejan sin peso lo que se especula en la calle, agrega que hay gente que «no lo quiere perder del todo y, por eso, se hace ilusiones de que vive».
En ese asentamiento, levantado en la ladera centroriental, que para sus moradores es, a secas, el barrio Pablo Escobar, y para la municipalidad es el sector de Los Caunces, habitan 500 familias que no ven al delincuente ni la forma como acumuló su fortuna, sino al «benefactor».
No ignoran sus actos de terror, pero imploran para ellos el perdón divino que creen merecido por las «obras de caridad» que realizó. Con el paso del tiempo mitifican al que, incluso ancianos que pasan de los 80 años, todavía llaman «papá». Tales calificativos se sustentan en las viviendas que recibieron, aún sin terminar, en mayo de 1984, cuando se desató la persecución contra el capo después del crimen del ministro Rodrigo Lara Bonilla.
En la ladera centro oriental de Medellín se levantan las 500 casas que entregó Pablo Escobar a familias pobres, que aún lo recuerdan como a un «benefactor».
«Que Dios lo perdone»
En el primer aniversario de la muerte de Escobar repartieron una oración que Trinidad nunca volvió a ver, y admite que algunas personas la rezaban, como quiera que una vecina le dijo que «hacía milagros», pero nunca contó cuáles. En cambio, conserva una foto ampliada en la que Escobar aparece con su mamá, Hermilda Gaviria. «Me mantengo superagradecida con ellos porque me dieron casa y le regalaron un solar a un hijo con cuatro niños que no tenía dónde vivir».
Otra de las viviendas abriga a Nubia Elena Echeverri, quien durante 15 meses fue empleada doméstica de doña Hermilda. De una pared cuelga un cuadro con las fotos de Escobar y su madre. «Lo tengo desde que murió, son los benefactores que me dieron la casita», dice. Da vuelo a su imaginación cuando coge taxi para el barrio y los taxistas le preguntan si cree que Escobar está muerto. «Les digo que ojalá que no, que Dios le haya perdonado sus errores, si los cometió, y que le dé mucha salud, si es que está vivo».
Nubia no sabe de milagros propios ni ajenos y suele visitar la tumba de Escobar «para rezar por el descanso de su alma, si es que está muerto». En otro sector, Irene Gaviria evoca que conoció a Escobar en los ranchos del antiguo basurero de Moravia, cuando «subía a codearse con la gente pobre y bien mugrosa».
Más elocuente, el anciano Francisco Luis Flórez, cree que «fue una belleza de hombre que era muy bueno con toda la pobresía» «Si está muerto, que Dios lo perdone», dice, como tendiendo, sin mencionarlos, un manto de olvido sobre sus crímenes y la ola de terror que sembró tras su fuga. Irene Gaviria, quien recuerda que «me estaba ahorcando ese gentío» cuando alcanzó a verlo en el ataúd el día del entierro, repara que no se le pareció en nada. En su mente prevalece otra imagen distinta.
Tumba de Escobar en Montesacro.
La tumba de Escobar, en Jardines Montesacro, sigue siendo lugar de romería para habitantes de la ciudad y extranjeros, quienes van a curiosear, rezar o a tomar nota del epitafio que dice: «Mientras el cielo exista, existirán tus monumentos y tu nombre sobrevivirá como el firmamento». Hasta hace algún tiempo tuvo una alforja de hierro que la aseguraba como una celda, pero fue retirada por la familia en un gesto que la gente interpretó como prueba de la exhumación del cadáver. De ahí nació el rumor de que sus despojos ya no están, aunque continúan las visitas.
Un sepulturero cuenta que los visitantes se toman fotos al lado de la tumba y que muchos «dejan cartas con ruegos, peticiones y oraciones». Entre el cementerio y las paredes de la ciudad aparecen sentencias que revelan los amores y odios que despertó Escobar, aunque algunos de ellos piden misericordia, como el poema escrito por un ser anónimo en los ladrillos de un edificio que él dejó inconcluso en El Poblado:
«Por esto, en condición de humano/ y fe en mi vocación que fue la suya,/ elevaría un grito de aleluya/ que interroguen los cielos soberanos/ y plegar por su pacífico descanso/ y el perdón que todos merecemos./ Pues hoy espero, también el mundo entero,/ que se repita lo que tanto recordamos:/ esa historia de Dimas, que fue malo/ y al fin pudo conquistar el cielo».
Como ha sucedido con ciertos delincuentes en el mundo, el imaginario popular los coloca en los terrenos del mito. El periodista Luis Alirio Calle, a quien Escobar pidió como uno de los garantes de su entrega a la justicia en junio de 1991, expresa que para quienes lo pusieron como ídolo, arquetipo de la osadía y lo cubrieron de gloria, queda la lección de que nada de lo conseguido mediante la violencia tiene porvenir.
Opinión especial
Su figura sigue muy anclada
Por
Alonso Salazar
Escritor e investigador.
«Creo que el imaginario de Pablo Escobar sigue afianzado en numerosos sectores populares marginalizados del poder, porque es un imaginario que cuestiona mucho el orden social. Este tipo de figuras que llaman bandidos sociales por su capacidad de desafiar a los poderes establecidos, se anclan muy fuerte en la memoria popular y se mitifican y se les atribuyen muchas más cualidades de las que tienen.
Por otro lado, Pablo Escobar sigue siendo una sombra y una pregunta muy grande sobre toda la sociedad colombiana. No me atrevería a decir que la figura de Escobar crece con los años, pero sí se mantiene, sobre todo porque hay un sustento muy fuerte en la cultura colombiana de la ilegalidad, donde este personaje es muy funcional para desafiar los poderes y las normas y también porque el fenómeno mismo que dio a conocer a Escobar, que es el narcotráfico, sigue muy presente en la sociedad.
Lo mismo sucede con Rodríguez Gacha en la zona de Cundinamarca, son personajes que lograron, más allá de simples narcotraficantes, ser símbolos de desafío a un orden y la gente en Colombia que no se siente representada en los poderes establecidos, los acoge y los mantiene en su memoria».