El otro Pablo

“No…Qué vamos a hacer, Pablo va a matar a un tipo y se devolvió para allá. Dios mío, no sé qué va a pasar”
El historiador inglés Simon Montefiore, en su libro ‘Los monstruos’, describe a Pablo Escobar como «el criminal más poderoso, más asesino y más rico del siglo XX». Su hermana Alba Marina, la persona más cercana a él, da su versión. SEMANA presenta fragmentos exclusivos de su último libro.

REVISTA SEMANA
Sábado 7 Agosto 2010

El primer viaje a Miami

Al día siguiente de llegar a Miami, Pablo nos dio diez mil dólares a cada una y nos dijo: “Esta plata es para que compren lo que quieran, antes de que se vayan les voy a esculcar el bolso a todas y la que lleve un solo dólar para Medellín se lo quito”. Yo nunca en mi vida había tenido tanto dinero para ir de compras, como tampoco había visto tantas cosas hermosas al alcance de mi mano. (…) Pero el sueño se hizo realidad, salimos hacia el centro comercial y compramos ropa, electrodomésticos, juguetes para los niños y muchísimas cosas que no se conocían en Medellín. Allí, en medio del lujo y la novedad, se destacaban unas enormes y distinguidas joyerías. Gloria y yo, que siempre hemos sido fanáticas de las joyas, entramos a curiosear; mientras yo me deslumbraba por despampanantes anillos de piedras preciosas, Gloria se medía un brazalete con unos diamantes hermosísimos. El tiempo pasaba y nosotras seguíamos viendo todo tipo de alhajas; cuando habíamos saciado completamente nuestra curiosidad y sin comprar ninguno de los costosos artículos, salimos del almacén. Estábamos conversando mientras caminábamos por los pasillos del centro comercial cuando Gloria levantó la mano para arreglarse el cabello y le vi en la muñeca esos hermosos diamantes resplandecientes. Las dos lanzamos un grito y Gloria me dijo abrumada:

—Ay, Marina, mirá lo que me traje.

—Gloria, vamos a devolver eso inmediatamente —le respondí con un susto tremendo, pero mi hermana se negaba y yo insistía—: no se olvide que nosotras estamos con Pablo y no lo podemos meter en problemas después de todo lo que ha hecho por nosotras. Además, lo más seguro es que se lo cobren a los vendedores, que nada tienen que ver.

Finalmente la convencí y fuimos a devolver la valiosa joya. Los empleados de la joyería no sabían qué hacer con nosotras para agradecernos el honesto gesto de regresar.

“No enfurezcan a Pablo”

En las festividades de noviembre de 1980 Pablo nos invitó al baile de coronación del Reinado Nacional de Belleza en Cartagena de Indias. Era un grupo grande de personas en el que estaban Pablo, mi mamá, Roberto, Tata (Victoria, la esposa de Pablo) y varios miembros de su familia, mi hermano Miro, su esposa y yo. Todos estábamos entusiasmados con la idea de hacer parte del glamoroso concurso de belleza, pero como no conocíamos el protocolo ni las exigencias de los diferentes eventos del reinado. En la mayoría de ellos optamos por improvisar y sacar lo mejor de nosotros para sumergirnos en el engañoso e intrigante mundo de la clase alta colombiana que se daba cita en esa época en la ciudad de Cartagena. (…) Para el esperado baile de coronación, todos estábamos elegantísimos, vestidos largos y brillantes para las mujeres y los hombres luciendo finos trajes de etiqueta con los que se veían espectaculares. (…) En ese baile celebramos el triunfo de Nini Johanna Soto, la nueva reina nacional. Nosotros conversábamos y bailábamos mientras oíamos a la gente alardear de sus empresas, su apellido y sus carros último modelo. En un salón reluciente y refinado pasamos en familia una noche muy agradable, y como a las tres de la madrugada, vencida por el cansancio, decidí irme para el hotel. Ya estaba poniéndome la piyama cuando Tata tocó la puerta de mi habitación completamente alterada:

—No… qué vamos a hacer, Pablo va a matar a un tipo y se devolvió para allá… Dios mío, no sé qué va a pasar.

—¡Cómo así, Tata! —exclamé sorprendida—. Pablo le dice que va a matar a un tipo, ¿y usted se viene para acá y lo deja que se vaya y se meta en un problema bien grande?
Me puse de nuevo el vestido largo, los tacones y salí rápidamente para el Club Naval. En la entrada encontré a Pablo y a Roberto custodiados por sus guardaespaldas, planeando la mejor forma de matar al tipo. Al llegar le pregunté a Pablo por lo que había ocurrido; al parecer, al calor de los tragos Roberto se había enfrentado con un hombre desconocido que lo había agarrado a puños por el solo hecho de haberse quitado la chaqueta dentro del club, y ellos, con el ego herido, habían decidido liquidar al desconocido individuo.

—Ese hijueputa le pegó a Roberto y yo no voy a permitir que le hagan nada a un hermano mío… Qué le parece, pegarle a Roberto porque se quitó el saco, ese güevón yo no sé qué se cree.

—Sí, Pablo —opté por seguirle la corriente al verlo tan furioso, incitado por el licor y decidido a matar por vengar el honor de su hermano—. Ese hijueputa se merece es que lo maten, pero le voy a decir una cosa, Pablo, no vaya a ser tan bobo de ir a matar usted mismo a ese tipo, mande a los guardaespaldas y usted no se involucre porque aquí nos conoce todo el mundo… Vení, mostrame cuál fue el hijueputa que se metió con Roberto…
Pablo me dio la razón y se dispuso a llevarme sigilosamente hasta donde pudiera ver al personaje. Luego me señaló a un muchacho joven y aprensivo.

—Pablo, mirá a ese muchachito —le dije—. ¿Vos vas a matar a ese pobre güevón?, miralo, es un cagoncito, un culicagado que no sabe lo que hace ni lo que dice(…). Qué te vas a poner a matar a ese niño, dejalo que si sigue así de agresivo no va a terminar nada bien… (…).

—Tenés razón —me contestó mirándome a los ojos—, mejor vámonos.

Afortunadamente ese incidente tuvo un final feliz. Yo conocía a Pablo como la palma de mi mano, sabía cómo hablar con él, cuáles temas lo afectaban y, por fortuna, esa noche mi estrategia había surtido efecto. Regresamos al hotel y ahí terminó la noche, y con ella la pelea a muerte. Lo que nunca supo el pobre tipo es que estuvo a punto de morir y mucho menos que gracias a mí pudo ver otro amanecer.

El romance con Virginia Vallejo

Mucho se ha dicho de los millones que Pablo gastó en Virginia y lo más seguro es que sea cierto; sin embargo, el amor no se mide en galones de gasolina ni por el precio de las joyas o los regalos exuberantes que se reciban. (…) El amor verdadero nada tiene que ver con lo material, va más allá de eso y de cualquier intimidad física, y Pablo sí que sabía del tema. Por eso la única mujer constante en su vida fue Victoria, en los buenos y en los malos tiempos, y eso es un hecho que ninguna historia ni ninguna versión pueden desmentir.

No tuve la oportunidad de conocer a Virginia, mis apreciaciones estaban basadas en los breves encuentros y los comentarios que surgían sin cesar a raíz de su relación con mi hermano. Hubo, sin embargo, un hecho que realmente me impresionó en medio de tanta habladuría. Pablo tenía la costumbre de interceptarle el teléfono a todo el mundo, ahí estaban incluidos políticos, comunicadores, presidentes, ex presidentes, industriales, comerciantes, secretarias, enfermeras, maridos, amantes… Cuando digo que interceptaba las comunicaciones de todo el mundo, me refiero a miles de personas. En una de mis visitas a una caleta en la que Pablo se encontraba, me senté a revisar las transcripciones de esas llamadas. En una habitación permanecían cerros y cerros de papeles con los secretos de medio Colombia, y a mí me parecía divertido sentarme a leer esas transcripciones ya que esos papeles, que se veían tan simples e inocentes, dejaban al descubierto las más inverosímiles situaciones; allí me enteraba de las infidelidades de las esposas de los políticos, del empresario que estaba robando a otro, del famoso galán de televisión que era homosexual, de las secretarias que en las noches se convertían en ardientes amantes, y así conocí los más íntimos secretos de muchas personalidades de este país. Pero entre las miles de hojas de infidencias encontré una conversación que captó inmediatamente mi atención: era una llamada que recibió Virginia Vallejo en la que un reconocido cantante del país le cobraba una comisión por haberle presentado a Pablo. La conversación fue larga y acalorada, el cantante insistía en cobrarle la comisión mientras Virginia se negaba con vehemencia a pagarle. Hojas y hojas de reclamos hacían parte del desagradable descubrimiento.

Pablo nunca me habló de Virginia. Varios meses después me enteré por un amigo muy cercano a Pablo de que ella viajó muchas veces a Medellín a buscarlo, pero él se le negaba y evitaba el encuentro. Había pasado el encanto de los primeros días y ya no sentía deseos de verla. Estaba tan cansado de esa relación que se ideaba los planes más absurdos para deshacerse de ella; en una oportunidad la envió a que le trajera unos tenis de Nueva York con todos los gastos pagos y estadía para varias semanas, y ella regresó al poco tiempo con múltiples maletas llenas de tenis para él. El plan no había sido efectivo para alejarla lo suficiente, así que la inscribió en unos cursos de actuación en Estados Unidos y así marcó el fin de la escandalosa relación.

Empieza la guerra

Inmediatamente después de la bomba, la situación para Victoria (la esposa de Pablo), los niños y la servidumbre no fue nada fácil. En el momento en que ocurrió la explosión, Manuela, su hija menor, se encontraba tomando el biberón y una ventana entera cayó sobre la cuna a pocos centímetros de aplastarla. En medio del caos y la devastación, Victoria salió desesperada a buscar a Juan Pablo y lo encontró gritando debajo de un cielo falso a punto de asfixiarse: “Mamá, mamá… ¿me vas a dejar morir?”. Victoria cuenta que no sabe de dónde sacó fuerzas para levantar la fracción de techo y sacar rápidamente a Juan Pablo de la pesada prisión. Más tarde uno de mis trabajadores me contó que fueron necesarios seis hombres fuertes para levantar la porción del techo que minutos antes había levantado Tata sola con el único apoyo de su valor de madre. Esa noche Pablo había estado en el edificio Mónaco con su familia hasta muy entrada la madrugada. Quienes pusieron la bomba creyeron que se había ido a dormir, cuando en realidad salió para una caleta en lo alto de El Poblado, llamada El Bizcocho. Cuando estaba a punto de irse a la cama escuchó la explosión y salió fuera de la cabaña para tratar de visualizar el punto exacto del estallido. Inmediatamente tuvo la certeza de que había sido en su edificio. En ese mismo instante sonó el teléfono; Pablo corrió a contestar esperando que fuera su esposa, pero sorpresivamente escuchó al otro lado de la línea a uno de los caleños. Cuando este escuchó la voz de Pablo se quedó mudo, pero al momento reaccionó y le dijo: “Acabo de escuchar por radio la noticia de que te pusieron una bomba en Mónaco, te llamo para saber cómo estás… Te ofrezco mis servicios y estoy a la orden para ayudarte incondicionalmente en lo que necesites”. Pablo pensó que la llamada era absolutamente irregular, además de presentarse a escasos segundos de la explosión cuando la noticia aún no llegaba a ningún medio de comunicación: “Sí, hijueputa, vos mandaste a ponerme la bomba y llamaste para cerciorarte de que me habías matado, tremendo susto te llevaste cuando escuchaste mi voz”. Pablo llamó de inmediato a su familia y, sabiéndola a salvo, empezó a prepararse para la guerra que vendría.(…)

La muerte de Pablo

Ya en el sitio veo la casa completamente rodeada de militares y policía que por centenares cubren el lugar. (…). La confusión y el bullicio hacen gala sobre la muerte, de repente veo un cuerpo sin vida en el piso, en un principio no lo reconozco, pero con mi mente puesta en el único objetivo de encontrar a Pablo le digo a mi mamá: “Tranquila, mamá, ese no es Pablo”. Ella, como una fiel devota, se arrodilla sobre el pavimento para darle gracias a Dios, pero al instante se acerca y me dice con la voz entrecortada: “Ese es ‘Limón’… Pablo estaba con ‘Limón’”. Yo no sabía que andaban juntos por esos días, creía que solo estaba con mi prima. Me acerco lentamente y veo la escalera. Son momentos de completo desorden, y entre imágenes confusas y sonidos indescifrables oigo una voz que dice: “Hay otro hombre en el techo” (…)

Ya han pasado varios minutos y de repente veo una camilla que deslizan lentamente hacia la escalera, a mi distancia solo alcanzo a ver unos pies al descubierto. Gloria, que acaba de llegar al lugar, me mira consternada y dice: “Sí… Es él, son sus mismos pies”, entonces nos cae toda la certeza de su muerte como si el cielo se hubiera desprendido y cayera sobre nosotras aplastándonos sin clemencia; él viene con los ojos aún abiertos, me acerco a él, le cierro los ojos al mismo tiempo que le doy las gracias por lo bueno que había sido conmigo, rezo un padre nuestro y lo observo lentamente, su cabello está ensangrentado, largo, del mismo largo que yo lo acostumbraba llevar y que ya no llevo más por seguridad, pues es un elemento que me caracteriza, no me había dado cuenta antes si estaba exactamente igual, así de negro, así de grueso, por un instante lo desconocí, yo sé muchas cosas, pero tal vez no veo con claridad, quizá no es realmente mi hermano, antes, cuando venía abriéndome paso entre la muchedumbre, tuve la certeza de haberlo visto o de ver a alguien que se despedía y al mismo tiempo me pedía silencio.

(…)A pesar de mis tenues esperanzas, la certeza de su muerte es evidente, y yo, tratando de alimentar mis agonizantes dudas, camino junto a la camilla, entro con él a la morgue y lo analizo cuidadosamente. Un rayón en el pie que parecía hecho por un clavo cuando trató de huir y un solo disparo en la sien derecha, nada más. Un solo disparo en un lugar tan específico… es un poco raro. Llegan a mí varios recuerdos, como aquella vez que le dije mientras limpiaba su pistolita:

—Pablo, a vos te persiguen con helicópteros, batallones enteros con armamento pesado y vos andás con esa pistolita tan chiquita, vos estás loco si pensás que te vas a defender con eso…

—Es que esta pistolita no es para defenderme… —me respondió con su voz serena—, usted sabe para qué es…

Tras recordar esas palabras y revisar nuevamente el disparo limpio y certero sobre su sien derecha, tengo la absoluta seguridad de que nadie asesinó a mi hermano, solo él tomó control de su vida y de su muerte para evitar que lo exhibieran como fenómeno de circo desde una cárcel de Estados Unidos. Como siempre, hizo lo que ya tenía fríamente calculado.