La Catedral, cárcel de la cual se fugó el narcotraficante hace 20 años, hoy es un lugar de recogimiento. Por: Germán Jiménez Morales | El Colombiano Lunes, Julio 23, 2012
Este penal demandó una inversión de $25.000 a $30.000 millones, incluyendo unos $18.000 millones que Pablo Escobar pagó para convertir la penitenciaría en un sitio de máxima comodidad y seguridad para él.
$21 millones cuesta, según el hermano Elkin, sostener a las 32 personas que trabajan en el museo, el ancianato y el centro religioso.
La Catedral fue una prisión que se construyó durante el gobierno de César Gaviria para que Pablo Escobar se entregara a la justicia en vez de extraditarlo a Estados Unidos.
Ataviado con la capucha negra que utiliza durante las siete veces que reza al día, el monje benedictino Elkin Ramiro Vélez García va señalando rincones de la vieja cárcel de la Catedral, en Envigado, en los que lo macabro se ha ido transformando en sacro.
Un blanco Ángel del Silencio reposa en el centro de lo que fuera la cama redonda y giratoria, en la que Pablo Escobar Gaviria pasaba sus horas de lujuria en la penitenciaría de la que se fugó el 21 de julio de 1992.
El sitio en el que fue asesinado uno de sus enemigos, cuya cabeza usaron sus lugartenientes presos como balón de fútbol, se transformó en oratorio de la Casa para el Adulto Mayor. ‘El banco’, en el que el narcotraficante manejaba millonarias sumas de dinero en efectivo, ahora es la ermita y oratorio privado de un monje.
Y justo donde el capo tenía otra de sus camas, hoy se encuentra el ‘Cristo Moreno’, el mismo milagroso que en Perú ha hecho comulgar a indígenas, afrodescendientes, criollos y mestizos, sólo que en la versión de la artista Cristina Planas Toledo. A los pies del crucifijo, hay una especie de pila bautismal repleta con 33 metralletas “hechizas” de juguete.
“Es para simbolizar la necesidad del desarme de los espíritus”, explica el hermano Elkin, quien se instaló en predios de la Catedral en el 2007, para iniciar un proceso de transformación de la cárcel en lo que es hoy: una mezcla de museo de Escobar Gaviria, centro de oración, hospedaje y asilo de ancianos. La bendición legal se las dio el entonces alcalde de Envigado, Héctor Londoño Restrepo.
El mandatario firmó, el 13 de julio del 2007, un contrato de comodato con el presbítero Gabriel Gilberto Jaramillo Mejía, representante legal de la Fraternidad Monástica Santa Gertrudis La Magna.
El mandato, según el hermano Elkin, era no escarbar más entre las ruinas y construir sobre ellas, en un lote de 30.000 metros cuadrados, un espacio de peregrinación y oración, según se lee en el texto del comodato.
“Eso fue obra de Dios”, añade el hermano Elkin. El Municipio estaba encartado con la Catedral, que se había vuelto una plaza de vicio, ritos satánicos y paraíso de los ladrones. Y el presbítero, que estaba en un año sabático, buscaba un lugar para construir un espacio de oración.
No obstante, la oposición a este proyecto en Envigado fue tan grande, que los cuatro monjes tuvieron que buscar el patronato de una comunidad benedictina de Estados Unidos, la Abadía Benedictina Ecuménica de San Juan Bautista, Bartonville, EE.UU.
Sentado en la amplia biblioteca que con unos 800 libros está al servicio de los niños de la Vereda La Miel, el hermano Elkin recuerda que al llegar a la Catedral tuvieron que espantar culebras, arañas y bichos raros, descendientes de las primeras especies que Pablo Escobar llevó a los alrededores de la cárcel.
A escasos diez pasos está el oratorio principal de los monjes, construido en un estilo suizo, que le da gran protagonismo a la madera, y que guarda lo mejor de las 150 piezas religiosas que los monjes han recibido de benefactores de su obra.
Entre ellas se cuentan un Cristo traído de Mompox y dos ángeles peruanos, tallados en Madera, con más de 110 años.
También hay un cuadro monumental de la Virgen que desata los nudos, con angelitos blancos y negros alrededor y con caras que, según explica el monje, corresponden a las de niños de la vereda. En un libro, de pasta roja y blancas hojas, los visitantes del lugar escriben por quién quieren que sean las oraciones.
Si el beneficiario está muerto, entonces hay que ponerle al frente una cruz. Otros dejan fotos, que son guardadas en la sacristía, un sitio en el que está bien dispuesta una colección de imágenes religiosas donadas por la familia Jaramillo Mejía.
“¡Niñas, niñas!”, grita el hermano Elkin al salir de un segundo oratorio, el del Niño Jesús, que es muy visitado por los jóvenes. A su llamado van respondiendo 50 aves, entre gallos, gallinetas y gallinas. Muchas de ellas eran ponedoras y a pesar de haber terminado su ciclo tendrán el placer de morir de viejas, porque a los monjes les da pesar matarlas para comérselas.
¿Entonces de qué viven?
“De orar y trabajar”, responde el hermano Elkin. De hecho, siete veces al día elevan sus plegarias. Y, en el entretanto, hacen sus oficios: cultivan la huerta, hacen artesanías y elaboran objetos religiosos que vende entre $1.000 y $10.000 en una pequeña tienda. Y es que, según el hermano Elkin, las obras en la nueva Catedral pasan de los $1.000 millones.
Veinte años después aún hay huellas. El narcotraficante hizo construir un túnel por el que se podía transitar, a pie, y hasta en pareja en algunos tramos. Conectaba dos sitios singulares.
Una boca empezaba a quince pasos de la casa de muñecas que hizo construir para recibir a su hija, Manuela.
La obra empezaba, o terminaba, según se quiera ver, en el búnker de concreto reforzado que le servía al capo de refugio antiaéreo, base de comunicaciones no detectables y cuarto para torturar, descuartizar y desaparecer a sus enemigos, tal como un lugarteniente de Escobar tuvo oportunidad de contárselo a uno de los monjes. Evidencias no quedaron, pero los monjes afirman que, en algunas ruinas de la Catedral hallaron “cositas”.
Esa suerte no la tuvo Germán Antía, experto en ciencias forenses, quien dice que en unas excavaciones efectuadas en la cárcel se hallaron unos huesos, que fueron remitidos para su análisis a un laboratorio experto en Estados Unidos.
El informe final fue sorprendente: los restos no eran humanos. Eran de cerdo, fruto, quizás, de una marranada realizada en el penal.