Guerra de Escobar comenzó tras cumbre en Barranquilla

elheraldo.co
I. RELLENAR
Habían anunciado su presencia los más grandes y poderosos capos del país —por lo menos 400, según aseguraba Pablo Escobar— y el anfitrión en Barranquilla, Iván Lafaurie, estaba preocupado porque la mayoría de los narcos costeños, de talante folclórico, no habían confirmado su asistencia.

Era el Segundo foro contra la extradición, evento al que Escobar pretendía convertir en punta de lanza de la campaña que lo obsesionaba. El primero se había realizado en Medellín en el año anterior, 1982, con presencia masiva de medios de comunicación.

Ahora, para este segundo capítulo que tendría lugar a orillas del Mar Caribe, Escobar quería menos atención mediática y más resultados específicos, enviarle un mensaje no oficial y contundente al establishment nacional. Ya faltando dos días para que comenzaran a aterrizar las aeronaves privadas de los invitados, Lafaurie le pidió a uno de sus amigos, un narco menor que vivía en su paradisíaco vecindario del Castillo de Salgar:

—Búscate una gente para rellenar, que no les podemos quedar mal a estos tipos.

Fue así como varios desocupados, gozones de ocasión, de esos individuos que en Barranquilla están pendientes de cualquier evento social en el que haya bebida y comida gratis, terminaron participando en el Segundo foro, con el cual Pablo Escobar pretendía darle un vuelco a la política colombiana.

La instrucción a los convidados de última hora fue muy clara:
—Ustedes no digan nada. Tírenselas de narcos callados.

II. EL MOMENTO

Había poderosas razones para la preocupación de los capos. Cuatro años antes, el 14 de septiembre de 1979, Colombia había firmado el histórico Tratado de Extradición con Estados Unidos, y en 1980, previo trámite en el Congreso, el gobierno de Julio César Turbay Ayala lo refrendaba y lo sancionaba. En 1982 llegaba al poder Belisario Betancur.

Aunque era poco probable que el Presidente entrante ejecutara el nuevo mecanismo, teniendo en cuenta que los narcos habían colaborado con recursos y especies para su campaña, los capos colombianos no desconocían que existía una gran presión por parte del gobierno de Ronald Reagan, quien había montado toda una plataforma política en torno a su War on Drugs.

Escobar y sus secuaces, Carlos Lehder, Gonzalo Rodríguez Gacha, los hermanos Jorge Luis y Fabio Ochoa, envalentonados tras la creación del movimiento ‘Muerte a secuestradores’ en 1981, llevaban por Colombia su consigna “Preferimos una tumba en Colombia a una celda en Estados Unidos”. La reunión de Barranquilla era considerada punta de lanza para aquella guerra que todavía no era guerra.

III. FUENTES

No ha sido fácil encontrar fuentes para este relato. La mayoría de los grandes capos del país, como muchos de los comodines costeños, están hoy muertos o extraditados. Pero la peor diligencia es la que no se hace. Algunos están vivos, aunque forrados en cautela.

Y desde luego, ahí está todavía la extravagante mansión que escenificó aquella cumbre de narcos preocupados. No es fácil acceder a ella. Lafaurie fue asesinado en 1998 y su familia directa ya no vive en la ciudad. La casa está resguardada por una enorme paredilla, pero nos las arreglamos para verla desde los recovecos del vecindario.

Es como una plomiza nave espacial que se oxida bajo los soles del Caribe y el viento salvaje del acantilado, desde el cual —más de una vez— se avistaron barcos cargando marihuana. Ya no quedan muebles ni ventanas.

Su arquitectura, obra de Roberto Angulo, conserva intactas las formas audaces del postmodernismo, techos en punta que se abalanzan sobre el suelo, la capilla bajo un palo de mango, sus fuentes yertas y sus jardines resecos.

Al fondo está intacta la enorme terraza que volaba sobre el mar, con sus baldosas salmones y a un lado un salón cerrado, en el que había un enorme sofá redondo de terciopelo y un comedor de veinte puestos.

Y al borde de la terraza, con su techo grueso y ondulado, quizá inspirado en obras del gran Gaudí, está inmóvil la pérgola. Mucho sucedió bajo ese techo que hoy es como un caramelo derretido. Allí cantaron, para delicias de los invitados de Lafaurie, astros como Héctor Lavoe, Pedro Vargas y Oscar D’León. Y allí, una noche de mayo de 1983, se instaló la mesa central del flamante Segundo foro contra la extradición.

IV. SIGILO

Y llegaron las aeronaves, al aeropuerto Ernesto Cortissoz, a los helipuertos improvisados del vecindario, a la hacienda Veracruz de los Ochoa, en cuya pista podía aterrizar sin problemas un jet.

Vinieron de todas partes: de Antioquia, Escobar y su corte de socios y amigos, los mismos que comenzaban a cambiar los términos del negocio, bajo un principio elemental: ¿de qué servía enviar esos cargamentos gigantescos de marihuana que enviaban los costeños si un simple maletín de cocaína producía cien veces más?

Vinieron también del altiplano cundiboyacense los esmeralderos, encabezados por Rodríguez Gacha, y entre los cuales se encontraba el llanero Julio Silva, quien solía recorrer municipios y veredas boyacenses con un caballo de pura sangre, cambiando votos por una montada.

De Cali vino, solo por unas horas, un discreto Miguel Rodríguez Orejuela. Carlos Lehder, el gran aliado de Escobar en la cruzada contra la extradición, no vino por razones que no pude establecer, aunque sí lo hizo del Amazonas Evaristo Porras, el mismo que compraba premios mayores de lotería para justificar sus copiosos ingresos, por lo que lo llamaban “el hombre con más suerte en el mundo”.

Entre los auténticos de la Costa vinieron algunos samarios, encabezados por los integrantes de una reconocida familia que había depuesto su tradición bananera y sus abolengos en aras de una operación a gran escala con el ‘Santa Marta Gold’ de la Sierra Nevada.

Y se logró también la concurrencia de algunos guajiros: taciturnos y enigmáticos, arrollados por la locuacidad de los ilustres visitantes, quizá ignorantes de que la ‘sinsemilla’ californiana estaba a punto de acabar con su pequeño reino.

Si el foro de Medellín, en la discoteca Kevins, había obtenido gran atención de los medios a nivel nacional, al punto que de allí surgió el famoso artículo “El Robin Hood paisa”, de la revista Semana, el de Barranquilla no pudo ser más discreto. La razón era muy sencilla: no solo estarían presentes los políticos de cabecera de aquella feria súbita, Jairo Ortega (a quien los narcos barranquilleros comenzaron a llamar confianzudamente Ortega y Gasset) y la sombra de Escobar, Alberto Santofimio Botero, sino que esta vez había un grupo de invitados muy especiales: los políticos barranquilleros recién elegidos al Congreso, y los cuales exigían bajo perfil para aquella dudosa asociación.

V. FUENTE 1

La primera fuente que logro conseguir me recibe en un amplio y cómodo apartamento del norte de Barranquilla. En la ciudad se le reconoce como un hombre que la supo hacer. Se salió del ‘negocio’ justo a tiempo, antes de terminar muerto o extraditado.

Me cuenta que para la época los narcos del interior se interesaban en la Costa como un escenario de narco-rutas y propiedades de recreo. A veces pedían pequeños favores: que incluyeran una maletica con diez paquetes de polvo blanco entre un gran cargamento de marihuana. Sabían agradecer. A mi informante solían invitarlo durante un fin de semana a Medellín, abordando un jet en Veracruz, estadía en el Hotel Intercontinental y las más bellas anfitrionas.

“La intención de Escobar con el foro de Barranquilla era muy clara”, me cuenta mi fuente. “Financiar a los políticos para que apoyaran a Santofimio a la Presidencia en el 86 y votaran en el Congreso contra la extradición”.

VI. MODERADORA

La moderadora del foro fue Virginia Vallejo, la entonces compañera de Escobar. En su libro Amando a Pablo, odiando a Escobar, la famosa presentadora de televisión contó detalles del evento de Barranquilla, definido por el capo como “una declaración de guerra histórica”.

El discurso predominante fue una airada continuidad de lo que ya venían pregonando los llamados ‘extraditables’: retahílas atrabiliarias contra Luis Carlos Galán, quien acababa de expulsar del Nuevo Liberalismo a Escobar y era visto como una amenaza de cara a las elecciones presidenciales de 1986; argumentos jurídicos o pasionales contra la práctica de enviar colombianos a otro país para que fuera este el que los juzgara; (“Eso es como entregarle los hijos al vecino para que lo levante a nalgadas”, apuntó uno de los costeños, distensionando así el ambiente de una reunión en la que predominaban los rostros pétreos); la voz prepotente de Rodríguez Gacha, a quien llamaban ‘el portavoz del gobierno’, como consecuencia de su proximidad y favores pendientes con el régimen de turno; la jactancia de aquellos hombres que por haber creado al MAS y enfrentado al M-19 se creían invulnerables y todopoderosos. Escribe la Vallejo: “Sin yo saberlo, en esa noche estrellada y en aquella mansión rodeada de jardines junto al mar Caribe, estoy asistiendo como testigo de excepción al bautismo de fuego del narcoparamilitarismo colombiano”.

VII. FUENTE 2

A mi segundo informante lo encuentro de a pie, ya sin rastros de su fortuna, que lo llevó a ser el primer barranquillero en traer un computador a la ciudad. En aquellos tiempos fue socio de Rodríguez Gacha, quien solía enviarle desde el Meta un carrotanque lleno de marihuana llanera.

Hasta que Rodríguez Gacha decidió cambiar la marihuana por la coca, algo que –según mi fuente– “no era para costeños”. Sobre aquella noche de mayo me cuenta que, una vez terminada la reunión formal, corrieron ríos de whisky, manjares y el polvo blanco con el que los paisas pretendían subyugar al mundo.

Fue mi fuente el encargado esa noche, en su Mercedes Benz, de llevar a Escobar y a la Vallejo a su lugar de hospedaje, el Hotel Cadebia. Allí hubo líos. Los escoltas de Escobar pidieron mujeres y cuando vieron llegar a un grupo de damiselas, excesivamente maquilladas y peinadas, y además castigadas por los años, las mandaron a devolver.

Mi fuente subió a la suite presidencial con Escobar. Encendió un cigarrillo de marihuana y le ofreció al capo. Tras dos fumadas, este terminó contándole en detalle la historia de cómo atrapó a los guerrilleros que tenían secuestrada a Martha Nieves Ochoa, hecho que había dado pie a la creación del MAS. “Mandé a que me trajeran al gerente de Telecom. Lo obligué a que me diera una lista con las direcciones de todos los teléfonos públicos de Medellín y puse a tres tipos en cada uno. Cuando los del M-19 llegaron a hacer su llamada para el cobro del rescate, les echamos mano, les secuestramos a sus familias y los obligamos a devolver a Martha Nieves”. Esa noche la charla es extensa. A Escobar le divertía escuchar las ocurrencias del costeño. No se tomó un trago.

VIII: EL FIN

El foro duró dos días en total, la primera parte con himno nacional, que tuvo lugar en la mansión Lafaurie, y una segunda, al día siguiente, en una reconocida casa de banquetes del barrio Prado, en Barranquilla. Según algunos de sus amigos, Lafaurie se gastó 200 mil dólares de la época en los dos días del evento.

Al final Escobar obtuvo lo que él y sus aliados querían: el concurso de los políticos barranquilleros para las próximas elecciones, compromiso que fue anunciado alborozadamente, en medio del ambiente informal y festivo de la casa de banquetes, por uno de los patricios liberales.

Dicho compromiso quedaría borrado con sangre. La guerra demencial de Escobar contra todo lo que se moviera del establecimiento colombiano estaba a la vuelta de la esquina.

Pero quedó la lluvia de aplausos de aquel segundo día, rematado hilarantemente por la propuesta cantinflesca y altisonante de uno de los supuestos capos barranquilleros:

—¡De ahora en adelante, las pacas de los embarques que enviemos serán marcadas con los nombres de los políticos que están a favor de la extradición!

Por Ernesto McCausland Sojo

 

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