Por ETHAN BROWN
Edición 25 de DONJUAN, correspondiente al mes de Octubre de 2008.
La leyenda de Griselda Blanco nació en un caluroso día de primavera de 1975 cuando su jet privado tocó tierra en el aeropuerto de Bogotá después de dos horas y media de vuelo desde Miami. Una caravana de negras limosinas, manejadas por un equipo de guardaespaldas, alcanzó el avión sobre la pista y se llevó rápidamente a la mujer de 32 años por las polvorientas calles de la capital colombiana.
Griselda había vuelto a su país natal para verse con su esposo y socio de negocios, Alberto Bravo, con el que había construido un cartel que movía cientos de kilos de cocaína en Estados Unidos y empleaba a cerca de 1.500 traficantes en el país. Erguida con su metro y medio, sus 75 kilos, una extensa y ovalada cara, y su mentón hendido, Griselda no era precisamente el estereotipo de la chica fantástica, la reina de la droga. Su creciente reputación entre los traficantes callejeros y las fuerzas de orden público, le habían hecho merecer el apodo de «la Madrina». En esa ocasión, regresó a Colombia porque se sentía insatisfecha con su relación con Bravo y la administración que él le estaba dando a su vasto negocio.
Millones en ganancias habían desaparecido y ella culpaba a su esposo. Cuando sus guardaespaldas llegaron a un parqueadero de una discoteca en las afueras de Bogotá, Griselda sacó una pistola que tenía escondida en sus botas de piel de avestruz. Después de todo, esta era Colombia, donde la cocaína y las montañas de dinero que vienen con ella, compran cualquier lealtad, un hecho probado por la cantidad de cadáveres frescos que diariamente se arrojaban a la calle como parte de las limpiezas entre carteles.
Griselda salió de su limosina y se acercó a Bravo que la esperaba con impaciencia al otro lado del parqueadero y con el respaldo de su propio equipo de malencarados matones. De inmediato sintió extraña a su esposa y la acusó de usar el nombre de »la Madrina» para hacerse a la cabeza de la organización. Por lo que se sabe, una enfurecida Blanco sacó su pistola y disparó varios tiros, apuntando a su esposo. Él respondió empuñando una Uzi que sacó de su cinturón. En medio del tiroteo murieron seis guardaespaldas. Blanco fue herida en el estómago pero se recuperó rápidamente de sus heridas. Su esposo, impactado en la cara, no corrió con la misma suerte.
En ese momento, Griselda eliminó no sólo a su esposo sino a uno de los más temibles personajes del negocio de la cocaína en Colombia. Este fue el inicio del improbable ascenso de Blanco, que comenzó como una pobre ratera callejera y se convirtió, quizás, en la mujer más rica que ha triunfado por su propio esfuerzo en el mundo, la más sangrienta reina criminal cuyo rastro de sangre derramada se lee como un cuento de ficción. Ese mismo día, en el polvoriento parqueadero de Bogotá, obtuvo otro apodo: »la Viuda Negra».
Para ser una mujer cuyo reino de criminalidad no ha tenido precedente en la historia americana, la vida de Griselda Blanco ha estado cubierta por el misterio. Pero esto ha empezado a cambiar. En 2006, el director de cine de Miami Billy Corben y su compañero de producción Alfred Spellman, sacaron al aire el aclamado documental «Jinetes de la cocaína» (Cocaine Cowboys), que ofreció a la mayor parte de los espectadores una primera impresión de »la Madrina» y la convirtió en una especie de antihéroe en el set de la película Scarface. En julio de 2008, los directores vuelven con la secuela de Jinetes de la cocaína – Traficando con la Madrina (Cocaine cowboys -Hustlin` Whit the Godmother), que contribuirá a engrandecer su leyenda.
Cada vez con más fuerza, la historia de Griselda Blanco se posiciona como el mito de la mayor reina de la droga en la historia y como una de las más despiadadas. Es reconocida su propensión a la violencia (se sospecha que ordenó por lo menos 250 homicidios) y su estatus en el negocio de la cocaína supero incluso al de Pablo Escobar; en efecto, cuando Escobar se reunió con Blanco en Miami en los años setenta, él era apenas un pequeño jalador de carros de Medellín que buscaba entrar en el negocio.
Gran parte de la historia de su vida parece provenir de la loca imaginación de un niño de 15 años, con una camiseta de Scarface: la dramática muerte de sus esposos, el hijo al que llamó Michael Corleone («la Madrina» tenía un fetiche con la historia del Padrino), los diamantes que compró de la primera dama de Argentina Eva Perón, su escultura de bronce que otros capos de la droga acariciaban para obtener buena suerte cada vez que la visitaban en su mansión de Miami. «Griselda Blanco fue el catalizador para que el gobierno de Estados Unidos se percatara de los problemas que tenía en Miami. La ciudad se había convertido en la nueva Chicago», asegura el fiscal de Miami, Sam Burstyn, y «ella era nuestro John Gotti».
Aún hoy día, el misterio envuelve a la que fue una notable mujer en el mundo de las drogas, su sangrienta escalada hasta la cumbre del negocio, la habilidad para evadir a sus perseguidores y especialmente todo lo sucedido a »la Viuda Negra» después de su deportación a Colombia en el 2004. Muchos episodios de esta historia apenas están comenzando a salir a la luz y resultan más extraños que la ficción, pues poseen una mezcla de sexo, intriga y violencia que resulta difícil de creer.
Griselda blanco nació en colombia el 15 de febrero de 1943, en uno los barrios más pobres que rodean la ciudad de Cartagena. En este gueto, de casas de techo de lata, desvencijadas e inundadas, los niños se valían de pequeños robos para sobrevivir en el día a día. Su familia se trasladó a Medellín y se cuenta que Griselda, a la edad de once años, bajó de las lomas que circundaban la ciudad, junto a un grupo de niños pordioseros, hacia el centro del valle en donde secuestraron a un niño de diez años, miembro de una familia adinerada. Secretamente el niño fue transportado a un barrio pobre en las colinas, donde ella y sus secuaces lo tuvieron como rehén, mientras sometían a su familia con sus demandas.
Infortunadamente para el niño, la familia no reaccionó a tiempo. El grupo de muchachos le había dado a Blanco un arma para que le disparara al joven en el medio de los ojos. Quizás, por vivir en un ambiente tan propenso a la violencia, la niña de once años se sentía insensible a ideas sanguinarias, tal vez era sólo su naturaleza. El caso es que Griselda puso el arma en la cabeza del niño y apretó el gatillo y se convirtió en el primero de una larga lista de víctimas.
Según el agente de la DEA Bob Palombo, quien persiguió a Blanco por décadas -obsesionado por la leyenda de »la Ballena Blanco»-, la futura »Viuda Negra» estaba destinada a una vida de crímenes aberrantes:
«Nunca creí en la idea de que era una mujer tratando de probar algo con su comportamiento violento; yo creo que era un aspecto inherente a su personalidad. Era consecuente con el ambiente en que creció. Ella simplemente era una persona violenta; en su preadolescencia robó billeteras y se prostituyó por dinero en las comunas de Medellín. A los 13 años conoció a Carlos Trujillo, un delincuente callejero que se especializaba en falsificar documentos de inmigración y en enviar inmigrantes ilegales a Estados Unidos.
Blanco fue seducida por la seguridad criminal de Trujillo, se casó con él rápidamente y tuvo tres hijos. Luego, a principios de los años setenta, lo mató por una disputa de negocios. Este fue un acto que se repetiría en la vida de Blanco. Poco después, conoció -y se casó – con otro maleante, Alberto Bravo. En lugar de traficar con inmigrantes ilegales, Bravo traficaba cocaína, y a principios de 1970 ganó 26.000 dólares, una suma impresionante para ese entonces en Medellín».
Fue así como Bravo y Blanco, como muchos otros después de ellos, decidieron perseguir el «Sueño americano». Establecieron un negocio de cocaína en Queens, Nueva York, que rápidamente se tomó la Gran Manzana y dio comienzo al largo amorío que, por décadas, ha tenido la ciudad con la droga. En una ciudad donde los narcóticos eran controlados por cinco familias de la mafia, se estableció la pareja de colombianos con conexión directa a la fuente.
Al comienzo Blanco contrató mulas femeninas que escondían pequeñas cantidades de cocaína en sus maletas de viaje, pero para mitad de 1970 sus pilotos volaban con cantidades considerables de droga directamente desde Colombia, proporcionándole millones de dólares mensuales. Con una larga nómina de clientes que incluía estrellas de cine y grandes atletas, era inevitable que la emergente organización de Blanco fuera objeto de escrutinio: una investigación en conjunto de la NYPD/DEA, denominada la Operación Banshee, llevó a cabo el señalamiento de Blanco y de más de treinta de sus subordinados en una conspiración federal y les abrió cargos por drogas, en abril de 1975. En su momento fue el caso más grande de cocaína de la historia.
Pero en cuanto se seleccionó a un jurado federal para procesar la acusación, Griselda se esfumó. «Teníamos cargos de conspiración y drogas contra ella», recuerda Palombo, quien cumplió un papel central en la Operación Banshee. «Pero fue imposible encontrarla». Sin que los federales lo supieran, Blanco se había escurrido hasta Colombia, donde mató a Bravo en la dramática balacera.
A finales de 1970, siendo entonces la indiscutible cabeza de la operación, fundó su propio negocio en Miami. A su llegada debió enfrentar un hecho fortuito: el mercado local de cocaína estaba dirigido por una red de refugiados cubanos y un puñado de renegados traficantes americanos, recién llegados. Miami en los años setenta era una «ciudad virgen» -la puerta de salida de Latinoamérica- y un imán para el oscuro mundo criminal. Se trataba de un universo violento y llamativo que rápidamente fue glorificado en películas como Scarface y en programas de televisión como Miami Vice. Pero las misiones de Crockett y Tubbs eran un juego de niños frente a la agitada trama de eventos que tenían lugar en el área de tráfico del sur de la Florida.
Blanco no se sentía satisfecha con la idea de compartir las ganancias del juego de la droga: quería manejarlo todo. Fue así como a finales de 1970, junto a un grupo de maleantes liderados por ella y por su guardaespaldas, Jorge «Rivi» Ayala, se embarcó en la cacería de todos sus rivales, con el objetivo de eliminar a toda la competencia. Blanco era única en su crueldad. Si le solicitabas drogas y no pagabas a tiempo, podía tomar la decisión de asesinarte. Si Griselda hacía un negocio de drogas contigo y no se sentía bien paga, podía tomar la decisión de acabarte.
Cuando ordenaba un asesinato, instruía a sus sicarios para que acabaran con todos los posibles testigos, incluyendo mujeres y niños. Rápidamente »la Madrina» organizó una red de distribución de costa a costa, con miles de empleados y ganancias que ascendían a miles de millones de dólares mensuales. Los traficantes de Miami ansiaban entrar en acción cuando pensaban en el lujoso penthouse de Griselda en la bahía de Biscayne, el palacio en Miami Beach, la colección de exóticos carros, las orgías inundadas de drogas y de desnudistas que complacían cualquier necesidad, incluso las de »la Madrina».
Era la decadencia en un nivel épico, pero la lujuria de sangre de Griselda acabaría con la fiesta. Cerca de las dos y media de la tarde del 11 de julio de 1979, el traficante de cocaína colombiano Germán Jiménez Panesso y un socio buscaban una costosa botella de whisky en los estantes del centro comercial Dadeland. Antes que pudieran seleccionar la botella, un trío de sicarios de Blanco que iban en una camioneta Ford Econoline con la leyenda «El tiempo alegre es el mejor complemento de una fiesta» (Happy time complete party supply) impresa en un lado del vehículo, rociaron a los dos hombres con una ráfaga de fuego, asesinándolos y dejando mal heridos a los dos empleados del centro comercial.
Fue un golpe espectacular -«una réplica de los de Chicago en 1920», dijo en su momento el jefe médico de Dade County, Ronald Wright- y cuando los policías arribaron a la escena, descubrieron que los asesinos habían abandonado la camioneta detrás del centro comercial. «La llamamos el ‘vagón de guerra’ porque todos sus costados estaban recubiertos por un cuarto de pulgada de acero y contaba con agujeros para las armas», recuerda el detective de homicidios de County Dade, Raúl Díaz. «Los agujeros para las armas estaban recubiertos de plástico así que los tiradores podían ver hacia fuera y en cambio tú no podías ver hacia adentro». Dentro del »vagón de guerra» fueron encontradas veinte armas cortas entre pistolas y ametralladoras.
La masacre ocasionó una orgía de violencia. La aguda investigación que se desencadenó, tenía totalmente despreocupada a Blanco. Según Rivi, «a ella le gustaba estar en guerra y todos los días impartía órdenes. Debemos hacer esto y aquello. Era algo que realmente disfrutaba». Pero la violencia y el estilo de vida de »la Madrina» estaban llegando a su límite. La primera regla del negocio de la droga es mantener tu nariz alejada del producto y »la Madrina» no se destacaba por su autocontrol.
La cocaína aumentó su paranoia y se retrajo durante largos períodos detrás de las puertas de su mansión, con su pastor alemán Hitler montando guardia. Pero lo que verdaderamente puso en peligro a Griselda, fue que el sobrino de Alberto Bravo, Jaime, se enteró de que ella era la responsable de la muerte de su tío. «Jaime y dos francotiradores que trajo desde Colombia iban a los centros comerciales donde Griselda hacía compras», recuerda Palombo. «El asunto se puso tan delicado, que interrumpimos nuestro caso de drogas contra Griselda para atrapar a Jaime y a sus cómplices».
En 1984, para evadir la persecución, Blanco viajó a California para esconderse e involucrarse en el negocio de drogas de la costa oeste.
Para comienzos de 1985, Griselda, de 45 años, se encontraba en una modesta casa de un suburbio en Irvine, California, con su madre Ana y su hijo más joven, Michael Corleone. Palombo y el equipo de la DEA la siguieron y rodearon la casa. Blanco estaba tan preocupada por los dos asesinos que trabajaban para Jaime como por la DEA. «Ella tenía el presentimiento de que su propia sangre andaba tras ella para matarla y que nosotros la perseguíamos de la misma manera», asegura Palombo.
En la madrugada del 10 de febrero, mientras Blanco dormía, el equipo de Palombo tiró abajo la puerta y subió al cuarto de »la Madrina». Fue una derrota humillante. Palombo besó la mejilla de Blanco cuando la atrapó y cumplió la promesa que le hizo a sus agentes: el día en que la capturaran, él sellaría el acto con un beso. Un jurado federal condenó a Blanco a cárcel sin posibilidad de fianza y la prensa que cubrió el arresto habló de Griselda como la «Reina de la Cocaína». El fallo federal y el subsecuente juicio finalizaron con una sentencia de más de una década tras las rejas. Pero el negocio de Griselda Blanco estaba lejos de haber terminado.
A finales de un día de febrero de 1985, charles cosby se encontraba sentado en la sala de su modesto apartamento de clase media en el barrio de Brookfield Village al este de Oakland, cuando anunciaron el arresto de Blanco en la televisión. Cosby, que a finales de su juventud se convertiría en un traficante de onzas de cocaína en las esquinas del este de Oakland, se sintió impactado por la descripción de «la Reina de la cocaína», de quien se decía, traficaba cientos de kilos de coca en Estados Unidos. «Quedé abrumado», recuerda ahora Cosby. «Nunca había conocido a una mujer que vendiera drogas, mucho menos en ese nivel. Ella era billonaria».
Para un tímido traficante como Cosby, para quien su pelo rizado y sus vestidos de diseñador lo hacían ver como una sátira de Chris Rock, Blanco era un modelo por seguir. Fortuitamente, »la Madrina» redujo su condena a veinte años y fue recluida en una prisión federal para mujeres de baja seguridad llamada «FCI Dublín», a veinte millas de Oakland, «Griselda era la conexión de todas las conexiones», dice Cosby.
«A pesar de que yo apenas comenzaba a jugar en estas ligas, justo en ese momento mis ojos estaban puestos en el premio máximo». Cuando una amiga de Cosby le confió que había sido alguna vez una de las mulas de Blanco, Cosby le pidió que se reconectaran, y sorpresivamente ella accedió. «Le dijo a Griselda que conocía a un joven negro, que quería conocerla», narra Cosby, a lo que Griselda respondió: «Dile que se ponga en contacto conmigo».
Después de una serie de llamadas y de cartas, Cosby fue a su primer encuentro cara a cara con »la Madrina», que duró horas en la prisión. Cuando se conocieron, Griselda abrazó a Cosby y le dio un largo, inesperado y apasionado beso en la boca. Luego se sentaron en la mesa de visitantes y empezaron a hacer negocios. «¿Cuánto necesitas para que tú y tu familia estén bien?», le preguntó Griselda, Cosby quedó sorprendido por la pregunta y nerviosamente soltó una suma que él esperó que fuera rechazada: cincuenta paquetes. Blanco no dudó y el negocio se selló.
Tres días después, sonó el timbre en la puerta de Cosby. Cuando abrió una mujer latina que cargaba dos paquetes le dijo: «Tengo un encargo de »la Madrina»». Cosby apresuradamente abrió las cajas y encontró 50 kilos de cocaína. Al pasar el mes, Cosby se había convertido en millonario, uno que le rendía sus respetos a »la Madrina» de una manera inusual: cada vez que él la visitaba en prisión, Griselda le pagaba a los guardias 1.500 dólares para que pudieran tener sexo en los cuartos multipropósito de la prisión.
«Cuando ella me abrió las puertas del sistema todo estaba en orden. Todo lo que yo debía hacer era volar alrededor del país y encontrarme con los distribuidores», explica Cosby. «Cada vez que agitaba la mano, obtenía un millón de dólares». Blanco no sólo tomó a Cosby como su protegido, sino que le confió gran parte de su multimillonario negocio de dólares en Estados Unidos. Aun en prisión sus enemigos temían por ella. En 1992, cuando su hijo Osvaldo fue asesinado en Medellín, »la Madrina» exigió venganza y los asesinos de Osvaldo fueron capturados, torturados y aniquilados.
Pero las acciones legales en contra de Griselda no habían llegado a su fin. En 1994 la fiscalía de Miami-Dade comenzó una investigación de su organización y algo más peligroso, se puso en contacto con la lista de secuaces que la conectaban con «Rivi», su antiguo lugarteniente. Cuando »la Madrina» escuchó que su más cercano seguidor estaba a punto de traicionarla, tuvo un ataque de nervios. Durante una visita en prisión en 1995, Griselda le dijo a Cosby, «tenemos que luchar contra esos hijos de perra en la corte».
Blanco temía que no la dejaran en paz nunca: «Rivi» tiene suficiente información sucia en contra mía, para enterrarme por lo menos durante diez décadas», gritó. Entonces sacó un pedazo de papel de un cuaderno de su brasier, donde se leía el mensaje JFK 5PM NYNY y se lo entregó a Cosby. «¿Qué significa esto?», preguntó Cosby, intentando armar el tríptico mensaje. «Dixon sabrá qué hacer», replicó Blanco refriéndose a su hijo mayor. Cosby presionó a Griselda para que le diera el verdadero contenido de la nota -con »Rivi» cantando y ella caminando sobre la cuerda floja, dudaba si involucrarse en un nuevo proyecto de »la Madrina»-. «Voy a ir en contra de Kennedy», le dijo Griselda. Cosby todavía se sentía confuso. «¡El hijo del presidente!», gritó »la Madrina». «¿Es lo suficientemente descriptivo para ti Charles?».
Cosby se vio comprometido en el descarado plan de Blanco, pero un complot en contra de JFK Jr -en el cual Griselda le pagaría a los secuestradores cinco millones de dólares para capturar a John John y luego negociar con el clan Kennedy su liberación- era una verdadera locura. «Demonios, nos estamos extralimitando», replicó Cosby. Griselda acusó a Cosby de deslealtad e incluso lo comparó con «Rivi». Cosby terminó entregando la nota a Dixon.
Poco después, cuatro secuestradores colombianos contratados por Blanco aterrizaban en Nueva York en un vuelo comercial de Avianca. Cosby -que había viajado desde California para planear el golpe- les entregó varias pistolas de bajo calibre y con la promesa de cinco millones en efectivo de »la Madrina».
El equipo de cuatro hombres se desplazó al barrio Tribeca, donde JFK Jr y su esposa Carolyn Bessette Kennedy vivían en un espacioso loft.
Cuando los secuestradores llegaban a la residencia Kennedy, Cosby volaba nuevamente a California para tomar distancia de este insano complot. Los secuestradores no tuvieron mucha suerte para entrar en una de las más lujosas residencias de Manhattan y además no vieron la cara de JFK Jr afuera del edificio durante un tiempo. Un par de días después, finalmente, lo siguieron mientras salía a caminar con su perro y lo rodearon silenciosamente. Uno de los secuestradores se acercó lo suficiente para acariciar la cabeza del perro, pero no pudieron actuar, porque un carro de la policía pasó en ese preciso momento. El plan había fracasado.
Temeroso, Cosby comenzó alejarse de »la Madrina». Sin que ella lo supiera, detectives de la fiscalía de Miami Dade estaban tras Cosby. Exhausto de los días de trabajar con Griselda, voló a la Florida y testificó en el caso en su contra. Cosby ofreció información que permitió identificar la riqueza y las ganancias de cuatro sicarios colombianos viajaron a nueva york, contratados por griselda, para secuestrar a john john y caminaron con él por el barrio donde vivía.
La organización de »la Madrina» -«yo conté que ella estaba haciendo dos millones de dólares mensuales, cuando en realidad estaba haciendo cincuenta veces más»- pero con «Rivi» en su bolsillo, los detectives ya tenían asegurada la permanencia de Blanco en la cárcel. En julio de 1995 fue acusada por la oficina del fiscal del condado de Miami Dade, de tres muertes.
Increíblemente la sentencia se suspendió por un escándalo. Después de su deposición, Cosby aseguró que había tenido sexo con una de las secretarias de la oficina del fiscal. Lo que era peor, la misma secretaria se encontraba envuelta en una larga relación de sexo telefónico con »Rivi». En esencia, era un tecnicismo, pero en 1998 -después de haber desacreditado a los dos principales testigos de la fiscalía- el caso en contra de Blanco colapsó.
En junio de 2004 »la Madrina» fue dejada en libertad y deportada a Colombia, a pesar de que los prospectos de libertad en su tierra natal no eran promisorios. «Si yo fuera deportada nuevamente a mi país, donde mis hijos fueron abatidos, tampoco me hubiera sentido muy a gusto», dijo Palombo al Miami Herald en su momento. En efecto se creyó que en Colombia, los días de Griselda Blanco estaban contados. Con tantos enemigos haciendo fila para anotar un golpe contra ella y tanto dinero fácil, se creía que la »Viuda Negra» estaría muerta en cuestión de días.
A finales del verano de 2007, un año después que el documental Jinetes de la Cocaína hiciera su debut, Alfred Spellman recibió un e-mail que se titulaba «mira lo que encontré». En el archivo adjunto había una foto de Blanco, tomada con un teléfono celular, en el aeropuerto de Bogotá en mayo de 2007. Para la sorpresa de Palombo, en la foto Griselda se ve a salvo, tranquila y más viva que nunca. «Ella, había guardado mucho dinero que nunca fue identificado en diferentes bancos», explica el detective. «Y nadie ha ido tras ella porque han pasado más de veinte años desde que hizo a su último enemigo».
La mujer en la foto difícilmente se parecía a la legendaria »Viuda Negra». Si se hacen cuentas Blanco ha estado alejada del juego de la cocaína por más de una década y vive tranquilamente en Bogotá. Sin su maquillaje, su pelo ondulado y sus vestidos de diseñador, a la edad de 65 años »la Madrina» se ve más como una adorable abuelita. Pero sus ojos permanecen fríos y si uno mira dentro de ellos, es posible observar a la mujer responsable de más de doscientas muertes, la que salió de las barriadas pobres de Colombia y que llegó hasta el pináculo del crimen organizado del mundo, quien mató tres maridos y sacrificó a tres hijos por su ambición sin límites.
En su cara, cuando fija su mirada penetrante en el lente, sólo aparece una sonrisa tonta, la sonrisa para las cámaras, que parece decir: «Yo jugué el juego y todavía estoy acá. Eso significa que gané».
Fuente: REVISTA DON JUAN