Nacido en 1930 en Ciénaga (Magdalena), Enrique Parejo González ha sido siempre un inconforme con la forma de hacer política en Colombia. Este abogado, ex ministro de Justicia y símbolo de la lucha del Estado contra el narcotráfico, sigue siendo un hombre de una sola pieza. En 1958 se graduó de abogado en la Universidad Nacional y ese mismo año fue secretario de la embajada de Roma, donde se especializó en derecho penal. Volvió a Colombia en 1964 y se vinculó al Sena, en el que estuvo 10 años, al tiempo que se desempeñó como catedrático en su alma máter. Después de abrir una oficina de abogados, Parejo hizo parte de la Unión Liberal Popular, y después, cuando Galán fundó el Nuevo Liberalismo, Parejo se sumó como senador de la República y luego como ministro de Justicia, en reemplazo de Rodrigo Lara Bonilla. Al terminar su ministerio, fue nombrado embajador en Hungría, donde dos sicarios casi lo asesinan. Fue embajador en Checoslovaquia y Suiza, donde en 1991 renunció por estar en desacuerdo con César Gaviria. Al regresar fue candidato presidencial en 1994 y 2006 por sus movimientos Alternativa Democrática Nacional y Reconstrucción Democrática. Parejo nunca quiso hacer parte de los gobiernos de Samper, Pastrana y Uribe, de quien dice “le tiene miedo a una Fiscalía independiente y a que la CPI venga a meter las narices aquí, por la podredumbre que va a encontrar”. Hoy, Parejo tiene casi listo un libro sobre la toma del Palacio de Justicia, episodio que vivió como ministro del ramo, y prepara otro sobre la relación de Uribe con los paramilitares.
Enrique Parejo y la Mafia
Tomado de Los jinetes de la cocaina por Fabio Castillo
Tras el asesinato de Rodrigo Lara, Betancur designó como su ministro de justicia a Enrique Parejo González. Una mujer, Nazly Lozano Eijure, firmó la extradición de Carlos Ledher mientras aquél se posesionaba.
Parejo también paralizó aeronaves de la mafia, firmó más de quince extradiciones, etc.
Pero fue controvertido por revocar varios certificados de carencia de antecedentes por narcotráfico. Una de las empresas beneficiadas con esta medida fue Pilotos Ejecutivos, Sapel, la empresa de los Ochoa. Octavio Piedrahíta, el narcotraficante de Medellin, también fue excluido de la lista de extraditables.
A su retiro del ministerio, Parejo fue designado en total secreto embajador de Colombia en Hungría.
El 13 de enero de 1987, un latino se le acercó a su residencia en Budapest, y le hizo varios disparos al cuerpo, pero no logró asesinarlo. Un mes más tarde, la Interpol tenia perfectamente detectados a los autores materiales del atentado a Parejo. Se trata de unos sicarios argentinos, residenciados en Italia, que laboran al servicio de la mafia siciliana.
La dificultad jurídica que se presenta en este caso, consiste en que Hungría renunció a perfeccionar la investigación. Y se niega a pedir en extradición a los argentinos, Carlos Alberto Chiachiareli, Carlos Gómez Gómez y Susana Lazati, porque alega carecer de pruebas contra ellos.
Finalmente, la policía italiana los capturó en octubre de 1987. Todo parecía indicar entonces que preparaban su huida.
Al momento de escribirse estas notas, los sicarios se encuentran detenidos, pero no se ha podido determinar su forma de juzgamiento.
Atentado en Budapest a Enrique Parejo González
Publicado por REVISTA SEMANA
Lunes 26 Octubre 1987
Todo estaba diseñado para ser un crimen perfecto. Había empezado a planearse, según piensan hoy las autoridades que han investigado el caso, desde el mismo día en que el embajador Enrique Parejo González llegó a Budapest el año pasado: el 8 de agosto de 1986. Y seguramente los hombres que atentaron contra la vida del embajador se hubieran perdido entre los 16 millones de turistas que llegan anualmente a Hungría, de no haber sido por el único hecho con el que no contaban: que su víctima quedara viva.
Hoy se sabe que los testimonios que rindió el embajador a las autoridades húngaras sobre la persona que le disparó, fueron decisivos para orientar la investigación. A pesar de que el criminal se amparaba bajo un espeso vestido invernal, con pasa montaña y bufanda, su perfecto español se convirtió en la primera pista segura. Redujo el universo de los sospechosos a un solo grupo: a los de habla hispana. Sin embargo, la investigación no se limitó a los 3 mil latinoamericanos –incluidos 20 colombianos– residentes en Budapest, sino que amplió sus redes hasta establecer el número y la nacionalidad de los turistas latinoamericanos que entraron a Hungría por cualquier vía. Fue tan minucioso el rastreo, que el gobierno norteamericano, con sus sofisticados sistemas de computación, proporcionó hasta el récord de los viajeros latinoamericanos que por esos días salieron de sus países de origen rumbo a Europa, con conexión a Budapest. Para entonces, no sólo las autoridades húngaras buscaban la pista de los criminales, sino que la Interpol había movilizado a Budapest a su oficial de operaciones para América Latina, Juan Carlos Antoniacci, y desde Colombia el general Maza Márquez, director del DAS, aportaba valiosa información. La más importante, fue el rastreo de las llamadas telefónicas realizadas entre Colombia y Budapest en la época del atentado, en su gran mayoría circunscritas a la zona en la que habitaba Parejo. Curiosamente, muchas de las llamadas que salieron de Colombia se hicieron desde Villavicencio.
Alerta roja
El rastreo de las llamadas, sumado a los testimonios de los vecinos del barrio Roszadomb (Colina de las Rosas) condujeron a que las autoridades húngaras realizaran una cuidadosa inspección de las casas del sector. Se tenía la sensación de que los criminales llevaban varios días estudiando la rutina y los movimientos de Parejo, lo que fue plenamente confirmado por Josefina de Pareio, el mismo día del atentado. Desde Varsovia, donde se encontraba, la señora del embajador relató telefónicamente al general Maza Márquez, dos incidentes muy sospechosos que los habían puesto alerta, y que fueron definitivos para que los sicarios no encontraran a su víctima con la guardia totalmente abajo.
En diciembre, un mes antes del atentado, el embajador, su señora y la secretaria de la embajada, María Lugarda Botero, decidieron hacer un viaje por tierra a Viena. Como los embajadores aún no conocían bien la región, fue la funcionaria la que tomó el volante del vehículo. De regreso, y pocos kilómetros antes de llegar a la frontera, un vehículo con cuatro personas en su interior comenzó a hacerles cambios de luces, indicándoles aparentemente que se detuvieran. Así lo hicieron. El carro que los seguía también se detuvo y de él se bajaron sus ocupantes, que comenzaron a avanzar afanosamente hasta el carro del embajador. Algo sospechoso vio Parejo en esta actitud, porque rápidamente volvió a subirse al automóvil, ordenando a su secretaria que arrancara de inmediato. Una vez cruzaron la frontera con Hungría, perdieron de vista el vehículo.
El segundo incidente ocurrió unos días después, cuando Parejo y su esposa viajaban en un bus urbano por las calles de Budapest. Detrás de ellos subieron dos individuos que se sentaron al frente y no les quitaron los ojos de encima. Según los Parejo, tenían aspecto de árabes o latinos. Los embajadores, que se encontraban muy nerviosos, pronto se sintieron aliviados, cuando en un retén la policía hizo descender a los dos sujetos.
Estos dos incidentes habían determinado que Enrique Parejo no se sintiera completamente seguro ni siquiera en Budapest, y que sicológicamente estuviera siempre en guardia. Fue precisamente esta prevención, según los investigadores, la que le salvó la vida el fatídico 13 de enero de 1987. De no haber sido por su reacción inmediata que hizo que aun en el piso, ya herido, gritara y tirara puntapiés, el asesinato se habría consumado. Tratando de buscarle la cabeza para rematarlo, el sicario desocupó el proveedor de la pequeña pistola 6.35 alemana, de 1932, que llevaba un silenciador hechizo. En el forcejeo, Parejo logró arrancarle el silenciador. Este fue descubierto horas más tarde por las autoridades húngaras, sepultado en la nieve junto con los casquillos de las balas. Fueron las primeras evidencias del cuerpo del delito.
De ahí en adelante siguieron seis meses de un intenso operativo internacional, de proporciones similares al realizado con motivo del atentado de Alí Agca contra Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981. La pista búlgara se convirtió, en este caso, en la pista latina.
El primer latino sobre el que recayeron las sospechas de las autoridades fue Carlos Alberto Chiachiarelli, argentino nacionalizado en Italia. La policía húngara estableció que había entrado por primera vez a Hungría en octubre de 1986, dos meses después de la llegada de Parejo, y que regresó posteriormente a finales del año. Durante sus estadías alquiló varios vehículos y se alojó en hoteles y departamentos diferentes. Según documento de la Interpol conocido por SEMANA, en la fecha del atentado habitaba en un departamento vecino a la residencia del ex ministro, en compañía de la también argentina Norma Susana Lazatti y del italiano Moreno Stortini.
Pero alquilar un departamento en Budapest no es fácil para extranjeros que necesitan ocultar su identidad. No sólo se requiere acreditar una visa de 90 días, sino que además se necesita registrar el contrato de arrendamiento en la policía y pagar tres meses de alquiler anticipado. Un arrendamiento mensual en esa zona es de 15 mil florines, lo que equivale a 300 dólares mensuales. Estas circunstancias han llevado a las autoridades húngaras a pensar que probablemente hubo un contacto local que facilitó las cosas a los extranjeros. Pero además hubo un cuarto hombre, cuya identidad se ha mantenido en reserva puesto que está fugitivo.
SEMANA, ha podido establecer que se trata de,un español, Carlos Gómez Gómez, nacido en Orense (Galicia), el 13 de abril de 1963. Su fotografía, obtenida de manera exclusiva por SEMANA, ha sido distribuida por la Interpol en todo el mundo, y los rasgos de Gómez parecen ser los que más se acercan al rudimentario retrato hablado que realizó Parejo. Este podría haber sido el hombre que, según las autoridades que investigan el caso, disparó contra el ex ministro, al contrario de otras especulaciones que señalan a Chiachiarelli como autor material, basadas en que es un experto en tiro al blanco.
Pero lo que resulta realmente una proeza, es conseguir un arma en Hungría. No existe mercado negro de armas, por lo que las autoridades suponen que los sicarios la trajeron consigo. La pregunta es cómo el arma pudo evadir los necesarios controles de frontera. Se sabe, sin embargo que de los países de la Cortina de Hierro, Hungría es el más permisivo en sus fronteras y con los controles más laxos en aras del turismo. Esto unido al hecho de que la pistola era muy pequeña, hasta el punto de que incluso hubiera podido caber camuflada en un zapato, explica que no hubiera sido detectada.
El 19 de junio los sicarios de Enrique Parejo ya estaban plenamente identificados. En esa misma fecha, el presidente Barco recibió información completa sobre ellos, incluyendo nombres y fotografías. Barco se comunicó de inmediato con el canciller Julio Londoño, quien en ese momento se encontraba en París, y le pidió que fuera a la Interpol para agiliza los trámites necesarios para capturar a los sujetos, incluyendo una petición a Hungría para que oficializara la sindicación. La oficina principal de la Interpol era París se comunicó entonces con su filial en Roma y tres meses después se procedió a la captura de los sospechosos.
El jueves 17 de septiembre, Chiachiarelli y Stortini se encontraban tranquilamente trabajando en sus oficínas 237 y 701 del Ministerio Italiano del Tesóro en Roma. La jornada laboral transcurría normalmente. Policías vestidos de civil, sin que nadie se diera cuenta, ingresaron a las oficinás. Las puertas del Ministerio habían sido bloqueadas y en un operativo perfecto fueron detenídos el contador Stortini, y el empleado de la oficina de pago de pensiones, Chiachiarelli. Simultáneamente, en otro lugar de Romá, en la vía Laurentino 38, en un barrio popular de la periferia, se detuvo a Susana Lazatti, compañera de Chiachiarelli. Hoy los tres están detenidos en la cárcel romana de Revivia, y están siendo interrogados personalmente por el magistrado Nitto Palma, el funcionario que libró contra ellos la orden de captura y los acusó de «intento de homicidio agravado»
Quiénes son
Carlos Alberto Chiachiarelli es un hombre alto, de ojos verdes, semi calvo. Había llegado de Argentina en 1976, después del golpe militar. Por ser Italia la tierra de sus abuelos le fue sencillo solicitar su nacionalización. Entró a trabajar al Ministerio del Tesoro a comienzos de 1980, junto con Moreno Stortini y 200 personas más, todas jóvenes, gracias a la ley 285 sobre ocupación juvenil.
En el Ministerio era muy popular por su personalidad abierta, dispuesto a dar consejos, generoso, y muy dado a invitar con frecuencia a sus compañeros de trabajo a tomarse unos tragos. Le encantaba vestirse bien y una de sus debilidades eran las chaquetas inglesas. Tenía mucho éxito con las mujeres. Vivía con Susana Lazatti, con quien tiene dos hijos –de 11 y 8 años– en un apartamento de clase media baja. En sus ratos libres, ella hacía el aseo en otros apartamentos. Ni los compañeros de trabajo de Chiachiarelli ni los vecinos de la pareja creen que sean culpables, y los recuerdan con cariño, afirmando que «siempre fueron buenos con todo el mundo».
En el apartamento de los Chiachiarelli se encontraron libros de Gramci, Togliatti, Marx, panfletos, volantes y material propagandístico relativos a un misterioso «Movimiento Revolucionario de América Latina». Aunque en un comienzo las autoridades afirmaron no haber encontrado armas, posteriormente se ha dicho que fueron halladas una escopeta y una ametralladora pequeña, ambas amparadas por salvoconducto.
El tercer hombre, Moreno Stortini es un corzo nacido en Bastia y nacionalizado en Italia. Según sus compañeros de trabajo es un hombre tímido, menos extrovertido que Chiachiarelli y prácticamente monotemático, pues sólo hablaba de fútbol.
Separado, padre de un hijo, vivía con una argentina, María Isabel Aguirre, desde hacía cuatro años. Ella asegura que todo el asunto es «un error judicial», y agrega: «Mi marido sólo tiene la pasión del fútbol».
Para el Estado italiano, los dos funcionarios eran empleados comunes y corrientes, casi grises, salvo por el curioso detalle de que ambos registraban ausencias laborales frecuentes, pero todas debidamente justificadas. Precisamente una de estas ausencias coincide con la fecha del atentado.
Aclarados algunos de los detalles sobre los autores materiales del atentado, subsiste todavía la gran incógnita: la de quién los contrata. Al respecto, el caso tiene elementos desconcertantes que han sorprendido a los investigadores no sólo en Colombia, sino también en Italia y Hungría. Para comenzár, como se daba por descontado que la mafia era la responsable del atentado, se esperaba que los autores materiales tuvieran el perfil de sicarios o terroristas profesionales con antecedentes penales. Es decir, criminales a sueldo.
Sin embargo, a los personajes capturados no se les ha encontrado hasta ahora ningún pasado criminal. Pero sí parecen tener un pasado político que, en lugar de clarificar las cosas, introduce un elemento que complica más la comprensión del caso.
Chiachiarelli y Lazatti entraron a Italia como refugiados políticos de militancia izquierdista en los años 70 y las autoridades están investigando posibles vinculaciones de la pareja con movimientos radicales como los «Montoneros» argentinos. ¿Qué motivaciones podrían tener unos militantes de izquierda italo-argentinos, para servir de instrumentos a una venganza de narcotraficantes colombianos para asesinar a una figura democrática, más de centro izquierda que de derecha, cuyo único «pecado» ha sido el de combatir una actividad tan universalmente rechazada como la del tráfico de estupefacientes? Argentinos del mismo corte asesinaron a Somoza en Paraguay, pero una cosa es Anastasio Somoza y otra cosa es Parejo González, por lo menos desde el punto de vista de coherencia ideológica. Los indicios preliminares parecerían apuntar a que el término «narcoguerrilla», que hasta ahora estaba circunscrita al ámbito nacional, haya adquirido dimensiones internacionales.
Otro aspecto curioso, que ha sido registrado por la prensa italiana, es el hermetismo casi absoluto que se ha mantenido sobre el caso. En Italia, cada vez que se arrestan miembros de las Brigadas Rojas o terroristas orientales, el lujo de detalles en la información es tal que casi raya en la literatura. Ahora, hasta que no se empezó a hablar en medios de izquierda de «desaparición» de la pareja italoargentina, las autoridades no habían abierto su boca. Inclusive, uno de los abogados defensores, Rocco Ventre, conocido defensor de «brigadistas» afirma que no le ha sido permitido ver a sus clientes. El mismo le anticipó a SEMANA telefónicamente, que el caso está siendo tratado como un caso político, que su defensa se organizará sobre esta base.
En todo caso, muchos de los cabos sueltos que aún quedan no podrán ser atados hasta que no aparezca el fugitivo Carlos Gómez Gómez. Falta aún por encontrar el eslabón entre la mafia colombiana y la conexión italoargentina. Para los investigadores, el hecho de que el cuarto hombre sea de nacionalidad española puede ser un punto clave en todo este asunto.