REVISTA SEMANA
Lunes 19 Octubre 1992
Miryam Rocío Vélez Pérez, fiscal sin rostro de la regional de Medellín, se levantó como era su costumbre a las seis de la mañana. Se dirigió a la alcoba de supequeña hija Catalina para ayudarle con sus preparativos escolares. Luego pasó al cuarto de Marby, su hijo mayor, quien a esa hora repasaba los apuntes de su cuaderno de historia para un examen que tendría en las horas de la mañana. Después de mirar el reloj, Miryam Rocío apresuró a sus hijos para que no les fuera a coger el día.
Se dirigió a la ducha y en poco menos de 20 minutos estuvo lista para comenzar las labores del día. A las siete de la mañana Catalina se despidió de su madre y en compañia de dos guardaespaldas salió hacia el paradero escolar. Miryam Rocio se quedó parada en la puerta de la entrada principal por más de cinco minutos, tiempo que demoró el bus en pasar. A las 7:30 realizó dos llamadas telefónicas. Una de trabajo y otra a su hermana para confirmarle una reunión que tendrían esa noche en casa de unos familiares.
Poco antes de las ocho de la mañana se dirigió al garaje de su casa y abordó el vehículo oficial donde la esperaban sus dos guardaespaldas y su chofer. Tras ella bajó Marby, que a esa hora también se disponía a salir rumbo al colegio. La puerta del parqueadero se abrió y el auto salió lentamente de la residencia localizada en el barrio Mallorca, para tomar la avenida norte que la conduciría hasta su oficina, en el edificio La Alpujarra del centro de Medellín . Su hijo de 15 años, parado con los libros debajo del brazo, la siguió con la mirada. Eran las 8:10 minutos de la mañana. cincuenta metros adelante el conductor detuvo bruscamente la marcha. Un Toyota blanco lo cerró mientras otro automóvil se atravesaba en la vía. De los carros descendieron aproximadamente 15 hombres que portaban metralletas, y sin que mediara palabra alguna comenzaron a disparar indiscriminadamente contra el vehículo que conducía a la fiscal sin rostro. Fueron tres minutos de terror. Dos de los sicarios se aproximaron al vehículo de Miryam Rocío. Con las cachas de las metralletas apartaron los pedazos que quedaron del vidrio panorámico y a sangre fría accionaron de nuevo sus armas contra los cuatro ocupantes.
Marby, que jamás olvidará la dantesca escena, comenzó a gritar: «¡No maten a mi mamá!…, ¡no la maten, por Dios!..», y corrió como un loco hacia el carro, pero milagrosamente uno de los vecinos del sector que había salido a la calle al escuchar los disparos, lo cogió por los hombros y lo detuvo, salvándole así de caer bájo la lluvia de balas. Segundos después, el pequeño logró soltarse y siguió corriendo hacia el vehículo, cuando los sicarios ya habían dado media vuelta y se iban. Los asesinos abordaron los dos carros, huyeron velozmente por una de las calles del barrio y posteriormente se perdieron entre el pesado tráfico que a esa hora circulaba pos la avenida norte.
Marby logró llegar hasta el vehículo. En la parte de atrás encontró el cuerpo de su madre ensangrentado y mortalmente herido. Su vida todavía pendía de un hilo. Sobre el asiento delantero estaban recostados los cuerpos sin vida de sus dos guardaespaldas y su chofer. Con la ayuda de tres vecinos sacaron del auto a Miryam Rocío y la subieron a un Mazda que salió rumbo a un hospital. En el trayecto al centro asistencial y sobre las rodillas de su hijo mayor, Miryam Rocío murió.
QUIÉN ERA?
Miryam Rocío Vélez Pérez era una paisa de 38 años, nacida en Ama
gá la tierra del ex presidente Belisario Betancur. Abogada de la Universidad de Antioquia, doctorada en derecho y ciencias políticas, su paso por las aulas universitarias apenas terminó hace un par de años, después de obtener una especialización en derecho de familia procedimiento penal e interpretación y manejo probatorio. Su vida profesional transcurrió en tierras antioqueñas.
Sus primeros pinos los hizo como juez Primera Penal Municipal de Caucasia por allá en 1975 cuando la profesión todavía no vivía marcada con el sello de la muerte. Se convirtió luego en juez Penal Municipal de Medellín. Estuvo a cargo de los despachos séptimo 21 y 22. En enero de 1991 entró a formar parte del nuevo sistema judicial que pretendía darle mayor seguridad a los funcionarios judiciales que tenían a su cargo casos de narcotráfico en la modalidad de jueces sin rostro. Durante un año ocupó el cargo de juez de conocimiento de la dirección seccional de orden público de Medellín y desde julio primero de este año, cuando entraron a operar las fiscalías, se desempeñó como Fiscal Regional de Medellín.
Fué una carrera corta, pero en ella logró consolidarse y convertirse en una de las funcionarias mas sobresalientes del Valle de Aburrá. Siempre estuvo al frente de investigaciones muy delicadas, que incluso fueron rechazadas por varios de sus colegas. Por sus despachos pasaron numerosos casos de peso pesado. En la época de la narcoguerra en Medellín tuvo a su cargo investigaciones en las que estaban implicados miembros del cartel de Medellín. Uno de los que hoy se menciona por parte de sus colegas tiene que ver con los hermanos Galeano y Moncada que estaban comprometidos en un caso de tráfico de drogas. También manejó expedientes relacionados con las matanzas de Urabá y de varias masacres ocurridas en las calles de Medellín.
Pero quizás el expediente más difícil y complicado que llegó a sus manos fué el relacionado con el asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, sobre el cual y según fuentes de la Fiscalía Regional, pocas horas antes de morir dejó lista.una resolución de acusación en contra del jefe del cartel de Medellín. Fueron más de seis meses dedicada a recolectar pruebas, a realizar indagatorias y atar cada uno de los cabos sueltos de este asesinato.
Por esta razón realizó hace más de tres meses una indagatoria a Pablo Escobar en la cárcel de La Catedral. La hizo después de tomar todas las medidas de seguridad para evitar que su identidad quedara al descubierto, pues ya en ese momento hacía parte del grupo de jueces sin rostro. Para subir a La Catedral utilizó un carro blindado, con todos los vidrios polarizados que garantizaban que desde afuera nadie pudiera saber quiénes eran sus ocupantes. También tomó la precaución de no utilizar tacones ni ropa de mujer para camuflar su verdadera identidad. Se solicitó al Ministerio de Justicia que una vez que Miryam Rocío Vélez Pérez llegara a las instalaciones de la prisión ninguno de los funcionarios del penal incluido el director estuvieran cerca de ella.
Cuando arribó a la dirección del penal, fue escoltada por cinco guardaespaldas que cubrieron su rostro con una gran manta hasta ubicarla en el cubículo donde realizó su trabajo. A través de un vidrio especial, la funcionaria podía observar a Escobar, pero él a ella no. Frente a él sólo había un espejo. La voz de la funcionaria fué distorsionada para que tampoco pudiera ser identificada. Luego de cinco horas de indagatoria, sus guardaespaldas la cubrieron de nuevo y la llevaron en segundos hasta el carro que partió de inmediato rumbo a Medellín.
Pero Miryam Rocío Vélez no sólo tuvo a su cargo este caso contra Pablo Escobar. Recientemente había sido designada por la Fiscalía para que se hiciera cargo de la negociación de su pena, solicitada por intermedio de los abogados del entonces preso de La Catedral. Llevó a cabo la misma diligencia con los abogados de los hermanos Ochoa que también habían decidido tramitar esa solicitud en desarrollo de los preceptos del nuevo Código de Procedimiento Penal.
El trabajo de su último año no fué nada fácil. Por el contrario, fué una responsabilidad muy grande. Pero lo supo llevar bajo una premisa que, según sus compañeros de trabajo, siempre tuvo presente: discreción y seriedad. Nunca comentaba con sus colegas y mucho menos con sus familiares los casos que tenía en sus manos. Nadie supo hasta el día de su muerte de su delicada misión. A pesar de todas las prevenciones que había adoptado, hace cinco meses recibió una serie de llamadas a su casa donde la amenazaron de muerte. Sin embargo las cosas no pasaron a mayores.
Unas semanas después, el teléfono dejó de repicar en la madrugada y las voces de extraños con mensajes de terror se dejaron de escuchar. Era tal su seguridad en sí misma y su convicción de que detrás de su investidura de fiscal sin rostro le permitiría mantenerse anónima que rechazó el ofrecimiento que le hicierom hace tres meses de un carro blindado y un incremento de cinco hombres en su escolta personal. Ella prefirió quedarse con sus dos guardaespaldas y su chofer quienes la habían acompañado desde hacía dos años y se habían convertido en sus amigos personales. Pero esa seguridad no fué súficiente prenda de garantía, pues sus amigos ni siquiera alcanzaron a sacar sus armas para defenderla en el momento del atentado.
SU OTRA VIDA Cuando salía a las siete de la noche de su oficina, apagaba las luces, echaba llave y ponía un pie en la calle, Miryam Rocío Vélez se convertía en el ama de casa que tenía la responsabilidad de resolver los problemas de sus hijos adolescentes. De conducir sola su hogar del cual se había hecho cargo íntegramente hace más de un año cuando tomó la decisión de separarse. De llegar todas las noches a su casa a revisar las tareas de sus dos hijos. De salir los sábados en la mañana con un enorme canasto hacia el supermercado.
De robarle un pedazo de tiempo a su trabajo para asistir a las reuniones de padres de familia, hacer cola en las dependencias de la energía, acueducto y teléfono para pagar sus cuentas. De acudir religiosamente todos los domingos a misa y de cumplir cada lunes la cita donde el abogado que estaba tramitando su separación.
Y también le quedaba tiempo para sus amigos. Como la noche del jueves, 12 horas antes de ser asesinada.
Ese día en un pasillo del piso 21 del edificio de la Gobernación de Antioquia, donde funciona la Fiscalía Regional, se reunió con sus compañeros de labores para celebrar el Día del Amor y la Amistad. Durante dos horas departió alegremente. Recibió el regalo del amigo secreto y entregó el suyo. Luego se dirigió a su oficina una pequeña sala adornada con tres pequeños cuadros de arte abstracto un sencillo escritorio de madera y una mesa donde se encontraba un computador. Allí se sentó durante cinco minutos para redactar una carta dirigida a su Jefe a quien le solicitaba sus vacaciones.
Después de imprimirla la colocó sobre una pequeña mesa y la dejó para firmarla el viernes en la mañana. Apagó la luz y cerró la puerta. En una pared desnuda del pasillo donde minutos antes había departido con sus amigos, estaba pegado un cartel con la siguiente frase: «Los infinitos héroes desconocidos son tan grandes como los héroes más grandes de la historia». Ese mismo papel permaneció colgado de la pared durante las cuatro horas que sus compañeros de labores del piso 21 del edificio La Alpujarra, le rindieron su último adiós la tarde del viernes pasado, un día que pasará tristemente a la historia.
MUERTE CON ROSTRO
Los sucesos del viernes generaron en la opinión pública una sensación de desazón por lo ocurrido y grandes temores por lo que pueda suceder. El sábado, el presidente César Gaviria abordó el avión con rumbo a Estados Unidos en medio de una gran preocupación. El primer suceso realmente grave desde la fuga de Pablo Escobar de por sí suficientemente grave había acontecido. El primer asesinato de un fiscal sin rostro pone a tambalear ya no sólo la política de sometimiento, golpeada por la fuga de Escobar, sino toda la estrategia de fortalecimiento de la justicia, piedra angular de la estrategia de la actual administración.
Miryam Rocío Vélez Pérez se había comportado en todas sus actuaciones como funcionaria de la justicia sin rostro con gran valor, compromiso y efiencia, tanto que dejó acumular varios períodos de vacaciones a que tenía derecho, y sólo la víspera de su muerte, cuando concluyó la preparación de una resolución de acusación contra Escobar en el proceso de Guillermo Cano, redactó una carta solicitando unos días de descanso, carta que nunca llegó a firmar. Se había hecho cargo, hace varios meses, del caso Cano, de una serie de procesos que se habían acumulado a éste, y de otros casos igualmente delicados de narcotráfico. Era sin duda una de las más destacadas figuras anónimas del equipo de fiscales sin rostro de Medellín. Por ello mismo contaba con particular protección, aunque el viernes se demostró que era insuficiente.
Su asesinato es un duro golpe para la justicia sin rostro, que fué ideada precisamente para que el anonimato de fiscales y jueces les permita hacerse cargo de los procesos más sensibles y peligrosos sin que los implicados en estos se enteren nunca de quién es la persona que los investiga, interroga y, eventualmente, acusa y condena. El asesinato del viernes es tan grave para la justicia sin rostro como lo fué para la guerra contra la mafia en Italia la muerte del legendario juez Giovanni Fascone. El viernes, durante la velación del cuerpo de la fiscal Miryam Rocío Vélez, el ambiente que reinaba entre sus compañeros de trabajo no podía ser más triste y desalentador.
«Se supone que esto era justamente lo que no podía sucedernos jamás. Si nuestro nombre es desconocido por la opinión pública pero no por aquellos a quienes perseguimos, no sólo estamos condenados al anonimato sino a algo mucho peor: a la muerte», le dijo a SEMANA uno de los compañeros de la fiscal asesinada.
Después de la fuga de Pablo Escobar y a pesar de las críticas que llovieron desde distintos sectores contra la política de sometimiento a la justicia, todavía se podía alegar que más que el conjunto de la política de fortalecimiento del sistema judicial colombiano, lo que en esencia había fracasado era la política carcelaria. La fuga de Escobar y lo que se encontró en el interior de La Catedral lo que demostraron es que no era una cárcel y mucho menos de máxima seguridad. Pero del asesinato de la fiscal no se puede decir lo mismo, pues este crimen pone a tambalear desde la base toda la reforma a la justicia.
UNA NUEVA GUERRA?
Sin embargo, lo que más preocupa en estos momentos a los colombianos, del Presidente para abajo, no es sólo este sangriento golpe a la justicia sino lo que para muchos significa el crimen del viernes: el retorno de los oscuros días de terror que vivió el país en los años 1989 y 90.
Para tratar de establecer si el asesinato de la fiscal antioqueña implica efectivamente el inicio de una nueva pesadilla, es necesario analizar quiénes pueden haber sido sus autores intelectuales. Según una alta autoridad judicial, «es difícil no pensar en el cartél de Medellín, teniendo en cuenta lo que la doctora Vélez había tenido entre manos y la forma como lo había manejado «, Las autoridades creen que puede haber una conexión directa entre el asesinato y el hecho de que la Fiscal hubiera dejado lista una resolución de acusación contra Pablo Escobar en el caso del sacrificado periodista Guillermo Cano.
Algunas fuentes oficiales van más allá en sus especulaciones, y se preguntan si la divulgación de una carta del jefe del cartel de Medellín al director de la Dijín, coronel Luis Enrique Montenegro, escrita cinco días después de la fuga, pero dada a conocer la semana pasada, tiene que ver con todo esto. En dicha carta Escobar advierte sobre lo que él considera indicios de que los cuerpos de seguridad podrían estar preparando actos represivos contra sus seres queridos como mecanismo para seguirle la pista y acosarlo. Como le dijo a SEMANA una fuente de inteligencia, «está por verse si esta carta no es la manera de Escobar y sus hombres de justificar una nueva oleada terrorista, cuya primera víctima habría sido la Fiscal de Medellín «.
Estas mismas fuentes consideran que la oleada terrorista puede efectivamente estar en marcha «pero no como respuesta a la supuesta persecución de sus seres queridos agregó a SEMANA la misma fuente sino como respuesta a los intensos operativos en el Valle de Aburra y el Magdalena Medio que hemos realizado en las últimas semanas, Nosotros creemos que la entrega de Jorge Avendaño, alias Tato, más que el anticipo de un nuevo sometimiento de Pablo Escobar y sus hombres fué la reacción personal de este sujeto, que había perdido contacto con su jefe y sentía que le estábamos pisando los talones».
En efecto, en los últimos días las autoridades aseguran haber intensificado los operativos de búsqueda de Escobar y sus hombres.
De ellos destacan un minucioso allanamiento al Hotel Poblado Plaza, varios a diversos centros comerciales tanto de Envigado como de Medellín y la ocupación militar de una serie de fincas en el Magdalena Medio, que los organismos de inteligencia creen podrían llegar a servir como refugio para los fugitivos de La Catedral. Una alta fuente gubernamental destacó en diálogo con SEMANA que «en estos allanamientos se ha hecho un gran esfuerzo por cumplir rigurosamente con los procedimientos legales, con el fin de evitar que este proceso se desborde y pueda servir de justificación a una respuesta terrorista».
Todo el anterior análisis, que apunta hacia Escobar en el caso de la fiscal Miryam Rocío Vélez y predice la reanudación de la guerra, tiene sin embargo algunas fallas. Si, como suponen algunas autoridades, el móvil de este crimen es la resolución acusatoria contra Escobar por el proceso Cano, esto querría decir que Escobar conocía desde hacía varios días para dónde iba la Fiscal en sus indagaciones. Pero las informaciones recogidas al cierre de esta edición indican que el contenido de la resolución era auténticamente secreto.
Por otra parte la Fiscal asesinada no sólo había manejado procesos contra Pablo Escobar. Algunas fuentes oficiales destacan que también lo había hecho contra miembros del cartel de Medellín, identificados con el sector de esa organización que se ha distanciado de su tradicional jefe. No existe, según esas fuentes, ninguna razón válida para descartar que estos grupos, ahora enemistados con Escobar, hayan tenido que ver con la muerte de la Fiscal y que el móvil del crimen haya sido doble. Por una parte se vengarían de quien los estaba procesando y, por la otra, colocarían a su enemigo Escobar como primer sospechoso del crimen ante la opinión pública y las autoridades.
Pero independientemente de cuál de estas teorías pueda llegar a resultar cierta, la realidad es que ninguna de ellas plantea un escenario alentador. Sea quien sea el que haya estado detrás de este horrible asesinato, el hecho de haber sido cometido es motivo suficiente para que los colombianos no puedan dormir tranquilos. Si se trata de la reanudación de una guerra terrorista que el país no ha olvidado, la esperanza de un nuevo sometimiento a la justicia de Escobar y sus hombres, que había venido creciendo lentamente en los últimos días, puede haber sido una vana ilusión. Si, en cambio, a lo que el país está abocado es a que entre los numerosos enemigos de Escobar haya quienes estén dispuestos a usar todas las armas entre ellas la de cometer crímenes para atribuírselos a él para impedir que una nueva entrega se produzca, el resultado en términos de violencia puede ser igualmente costoso. Y tanto en un caso como en el otro, lo sucedido querría decir que los peores días están por venir.
LAS HEROINAS
EN LOS CIRCULOS DEL PODER judicial existe la convicción de que sí hay unas mujeres que merecen, con Policarpa Salavarrieta y Manuela Beltrán, pasar a la historia de Colombia como heroínas, son las tres funcionarias judiciales que han tomado parte en las investigaciones que señalan a miembros del cartel de Medellín como responsables de asesinatos, masacres y atentados terroristas que sacudieron hace algunos años al país. Son ellas, la que fuera juez 89 de Instrucción Criminal, Consuelo Sánchez Durán: la juez Segunda de Orden Público, Marta Lucía González, y la fiscal regional de Medellín, Miryam Rocío Vélez Pérez. Las tres tienen una cosa en común: decidieron ponerse los pantalones y tomar las riendas de los procesos que se siguen en contra de los cabecillas del narcotráfico y el narcoterrorismo.
Encontraron numerosas evidencias el cheque que compró a los sicarios en el asesinato de Guillermo Cano y los asesinatos de quienes se atrevieron a escarbar en esa olla podrida, entre otrosque sirvieron de base a las difíciles decisiones judiciales que adoptaron.
Consuelo Sánchez salió del país en febrero del 88, luego de vincular en forma directa a Pablo Escobar como autor intelectual del crimen del periodista y propietario del diario El Espectador, Guillermo Cano Isaza. Llegó a Detroit, Estados Unidos, donde un grupo de 70 escoltas la vigilaban día y noche. Las amenazas del cartel eran suficientes para que se hubieran tomado estas medidas. Sin embargo, unos meses después fue víctima de un atentado del que milagrosamente salió viva.
En el caso de la juez Marta Lucía González, Ia venganza recayó sobre su padre Alvaro González Santana, ex gobernador de Boyacá» asesinado en pleno centro de Bogotá por dos sicarios. La hija del ex mandatario, quien en ese momento ocupaba el cargo de juez segunda de orden público» tenía a su cargo las investigaciones de las masacres ocurridas en Urabá y Córdoba.
El asunto pasó de castaño a oscuro cuando la juez consideró que habia encontrado las pruebas suficientes para llamar a juicio a los jefes del cartel de Medellín. Despues de llorar a su padre en la tumba y de haber concluido su trabajo, el camino que le quedó fue el exilio.
El viernes pasado las heroinas de la justicia recibieron el más duro de todos los golpes: el asesinato en Medellín de Miryam Rocio Vélez.
EXTRAÑA COINCIDENCIA
A FINES DE LA SEMANA PASADA ocurrió un episodio en una finca cercana a Medellín. cuya conexión con las labores de persecución de los fugitivos de La Catedral no está aún aclarada.
Dos agentes de la Sijín del municipio de Rionegro llegaron a la propiedad rural del padre de Pablo Escobar, para notificarle que debía presentarse ante las autoridades para rendir una declaración en un proceso de definición de los linderos de una finca.
La coincidencia resultó tan sospechosa, que el Gobierno que pocas horas antes había conocido el texto de la carta de Escobar al jefe de la Dijin en la que denuncia hostigamientos a algunos de sus seres queridos, solicitó de inmediato a la Procuraduría el envío de un agente especial para que garantice la protección de los derechos del padre de Escobar. Al cierre de esta edición no se había conocido el descenlace de este episodio, ni se había logrado aclarar del todo si la visita de los agentes de la SIJIN a la finca del padre de Escobar era tan sólo una coincidencia.
Fuente: REVISTA SEMANA
Publicado Lunes 19 Octubre 1992