EXTRACTO DE «LA PARÁBOLA DE PABLO»

Por: Alfonso Salazar
Doña Hermilda mira esta vastedad, mar de muertos extendido a sus pies, pero su corazón de madre sólo ve la tumba de su hijo. Y se duele de lo que llama su sacrificio y de quienes lo traicionaron: «Quienes no vienen son los torcidos, los que le dieron la espalda -dice- los que pasaron por Nápoles, su hacienda, a ofrecer y pedir. Políticos, empresarios, ex presidentes, artistas, periodistas, reinas, divas, a quienes él les mandaba el avión o el helicóptero a Bogotá, les prestaba dinero y les hacía todo tipo de favores».

Pablo no está solo en este barrio de los acostados [entiéndase Cementerio], lo rodean sus amigos y sus enemigos, vea le muestro -me ofrece Arcángel-. A su lado está Álvaro de Jesús Agudelo, el Limón, el Limónguardaespaldas que lo acompañaba el día de su muerte».

¿Que cómo fue ese día?

El coronel Aguilar, del Cuerpo Elite de la Policía, lo cuenta: Pablo conversa por teléfono con su hijo Juan Pablo y confunde los estruendos en la puerta con los ruidos de una construcción vecina. Los hombres de la Policía entran preparados para disparar, pero la primera planta de la casa está vacía. Pablo deja el teléfono y busca la ventana por donde ha salido el Limón y lo sigue por el techo. Vuelve su mirada y ve a un policía en la ventana, le dispara con una pistola automática. Los policías que cubren la parte trasera de la casa les disparan con fusiles. El Limón cae sobre la acera y Pablo sobre el caballete del tejado. El oficial al mando grita: «¡Viva Colombia!». Lo agarra de la camiseta azul, esboza una leve sonrisa y posa con su presa para la cámara. Los mandos dan el reporte al ministro de Defensa y al presidente de la República. Dudan, temen una nueva salida en falso. Esperan ansiosos y lo anuncian al país.

Al Osito, el hermano mayor de Pablo, siempre lo ha irritado que los tombos -como llaman a los policías- digan que fueron ellos quienes mataron a Pablo. «Mentiras -asegura-. Mi hermano se suicidó, siempre tuvo claro que vivo no se dejaría atrapar porque sólo lo esperaba la muerte o la extradición, por eso se anticipó, para no darles gusto a sus enemigos se disparó con su pistola detrás de la oreja».

LA HISTORIA

En la guerra contra Pablo Escobar, todo valía, incluso las alianzas con sus enemigos.

Durante años, los organismos antinarcóticos de Colombia e indirectamente de Estados Unidos, dependieron en buena parte de la información que les daban del mismísimo Cártel de Cali y de Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar). Pero ésa era una realidad incómoda para aceptar.

El jefe del Cártel de Cali, Miguel Rodríguez Orejuela, explicó en sus propias palabras lo que oficialmente ninguno de los gobiernos beneficiados había querido admitir. Rodríguez, declaró a la Fiscalía General de Colombia que en la búsqueda de Pablo Escobar «las altas autoridades siempre estuvieron enteradas de que éramos nosotros los que poníamos en conocimiento y a su servicio toda esta valiosa información, así como en algunas oportunidades algunos informantes que fueron utilizados por ellos».

Al hablar de altas autoridades, explicó Rodríguez, se debía entender los presidentes de la República Virgilio Barco (1986-1990) y César Gaviria (1990-1994). Desde ese día, el gobierno abrió sus radios a la frecuencias del Cartel y los miembros de esa organización recibieron una clave secreta para ser reconocidos en las comunicaciones… se llamarían Los Canarios.

Aquel jueves 2 de diciembre de 1993, Pablo Escobar Gaviria se despertó, como solía, un poco antes del mediodía. Comió un plato de espaguetis y echó su grueso cuerpo de nuevo en la cama; pero esta vez con el teléfono inalámbrico. Siempre había sido un hombre pesado, pero en su vida de prófugo había aumentado unos diez kilos, y todos en la zona abdominal.

Lo cierto es que «fugitivo» no describe la vida de Pablo con precisión. La mayor parte del día la pasaba tirado en la cama, comiendo, durmiendo y hablando por teléfono. Contrataba a prostitutas, la mayoría adolescentes, para matar el tiempo. No se podía comparar con las espléndidas orgías que montara en el pasado, pero su dinero y su notoriedad todavía le permitían ciertos lujos.

Siempre estaba solo, las únicas personas que estaban con él eran su mano derecha y guardaespaldas Limón, su mensajero Jaime Rúa y su cocinera Luz Mila.

Ese día Pablo Escobar trató de comunicarse con su familia por teléfono varias veces sin éxito, los operadores de las centrales telefónicas estaban advertidos de esta posibilidad y cada llamada era interceptada por miembros de Seguridad que estaban rastreando las señales. Cuando Pablo logra comunicarse con su hijo Juan Pablo, haciéndose pasar por periodista, los puestos de rastreo fijos de Centra Spike y el Bloque de Búsqueda habían localizado la señal, triangulado sus lecturas y calculado que provenían de Los Olivos, un pequeño barrio de casas de dos plantas y tejas en hileras de Tequendama.

Ni bien localizaron la procedencia de la señal, «Hugo» (un agente de seguridad que durante años siguió a Escobar) y su compañero se dirigieron al barrio y se apostaron frente a la hilera de casas de dos plantas. Nadie podía saber en cuál se encontraba Pablo. Varias veces subieron y bajaron por la calle. «Hugo» comenzó a observar las casas detenidamente, una por una.

Y entonces lo vio. Era un hombre gordo, de pelo negro largo ondulado y barba, asomado a la ventana de la segunda planta. Sólo había visto a Pablo en fotos y, salvo el bigote, siempre había estado bien afeitado, pero la policía sabía que se había dejado crecer la barba, y además el tipo estaba hablando por teléfono contemplando desde arriba el tráfico de la calle. El hombre se metió rápidamente en la casa.

Años de lucha, cientos de vidas perdidas, miles de redadas inútiles, incontables millones de dólares, de pistas falsas y de horas y hombres, todas las meteduras de pata, los fallos, las falsas alarmas… y allí estaba. Por fin.

Un solo hombre en un país de treinta y cinco millones de habitantes, una tarea literalmente más difícil que la de encontrar la aguja en el pajar.

Hugo había encontrado a ese hombre rico, despiadado y disciplinado, que por sí solo había tenido en su puño al submundo criminal de su país y de buena parte del planeta, durante casi dos décadas; un hombre que en aquella urbe de millones era adorado como una leyenda. Hugo le indicó al resto de los agentes cuál era la casa.

Hugo sabía bien que solamente él y otro vehículo estaban en posición. Estaba seguro de que Pablo los había visto y que sus pistoleros no tardarían en llegar. Los dos compañeros de Hugo saltaron del coche y se colocaron a ambos lados de la puerta principal. Hugo entró por el callejón, contando las casas dio con la parte trasera de la de Pablo. Muertos de miedo pero con las armas cargadas, esperaron. Fueron unos diez minutos.

La puerta principal era pesada, de hierro. Fueron necesarios varios golpes para derribar la puerta que los separaba de Pablo. Los hombres de seguridad entraron corriendo en la casa. De inmediato comenzaron a sonar los disparos. Limón saltó desde la ventana de atrás al tejado apenas el equipo de asalto hubo irrumpido por el frente. Limón saltó, cayó sobre las tejas y comenzó a correr, los hombres del Bloque de Búsqueda desplegados en el callejón detrás de la casa abrieron fuego.

Docenas de hombres con armas automáticas se habían apostado a todo lo largo de la calle, algunos de ellos de pie encima de sus vehículos para mejorar su posición de fuego. Un francotirador incluso había trepado al tejado de la casa contigua. Fué así que Limón recibió varios impactos mientras corría, y su propia inercia, unida a la de los disparos, hizo que cayera del tejado al césped.

El segundo en salir fue Pablo. Tras ver lo que le había sucedido a Limón, se mantuvo junto a uno de los muros, el cual le ofrecía algo de protección. El agente apostado en la casa de al lado no tenía el campo libre como para disparar, así que hubo una pausa en el tiroteo mientras Pablo se deslizaba hacia el callejón con la espalda pegada al muro. Ninguno de los policías en la calle podía verlo, pero al llegar al final del muro, Pablo vio su oportunidad y se dirigió hacia la cima del tejado, para saltar y refugiarse del otro lado.

La andanada de disparos fue atronadora, y antes de llegar a la cima, Pablo cayó tendido boca abajo, desplazando varias tejas. Pero los disparos continuaban… los innumerables proyectiles que entraban por la ventana taladraban las paredes y el techo. En la calle y el callejón posterior todo el mundo estaba disparando hasta vaciar los cargadores. A los hombres del Bloque de Búsqueda les llevó varios minutos darse cuenta de que ellos eran los únicos que estaban disparando, y finalmente los disparos cesaron.

El francotirador del tejado gritó: «¡Es Pablo!» y los hombres subieron a ver. El mayor Aguilar levantó el cadáver por el hombro y lo dio vuelta. La cara ancha y barbuda estaba hinchada, salpicada de sangre. Aguilar tomó la radio y habló directamente con el coronel Martínez, con tanto entusiasmo que hasta los efectivos que llenaban la calle lo pudieron oír:

-¡Viva Colombia! ¡Hemos matado a Pablo Escobar!

Sin embargo, los rumores que se filtraron del procedimiento indican que cuando Escobar escapaba por los techos huyendo del Bloque, una bala le dio en un brazo y cayó herido en el techo. Cuando Pablo yacía herido en el tejado, uno de los agentes del Bloque lo ejecutó.

«Había tanta ansiedad, que eso puede haber sido posible’, dijo el coronel Oscar Naranjo, quien dirigía el servicio de inteligencia de la Policía en esa época.

La alianza entre el Cártel de Cali, Los Pepes y los organismos antinarcóticos de Colombia y Estados Unidos tuvo un precio muy alto en la lucha contra el narcotráfico. Mientras los jefes del cártel posaban como los adalides contra el narcoterrorismo, y gozaban de un relativa libertad de acción como resultado de esa alianza, sus ingresos por el tráfico de drogas aumentó escandalosamente. Cuando la guerra contra Escobar culminó, el nuevo enemigo de hoy era el aliado de ayer.

Hasta aquí, algunos detalles más de la historia de Álvaro de Jesús Agudelo, el Limón, quizás el único aliado fiel entre tanto traidor, que cuidó de Pablo Escobar hasta el día de su muerte.

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