Mauricio Aranguren relata un encuentro de ‘Popeye’ con su ‘Patrón’ en el que le revela sorprendentes secretos sobre su vida y sobre muchas de sus acciones delictivas.
Por www.kienyke.com
Tenía doce años de edad y cinco días cumplidos la mañana en la cual descubrí que por mis venas corría sangre fría. Ese jueves se parecía a cualquier otro, pero no fue igual. A la salida del colegio, ante mis ojos y frente a mi heladería favorita, fui testigo de cómo dos hombres, machete en mano, se enfrentaban a muerte. Uno de ellos se resbaló y allí, al borde mis pies y mi niñez, con sevicia, uno le dio al otro un machetazo en la yugular. La sangre salía aborbotones. La gente se escondía ante el horror. Pero yo no. No corrí. La sangre me fascinó. Esperé hasta que la victima falleciera y el victimario comenzara a huir. La larga láminadel arma, plana y brillante, casi medieval para mi inocente mirada, quedó manchada del color rojo oscuro de la sangre derramada. La mano de aquel tipo temblaba sin dejar de aferrarse al mango del machete. Salpicado de muerte, el hombre se vio sorprendido por mi impávida presencia, no me quitó los ojos de encima durante unos segundos, casi eternos.
Yo le sostuve la mirada hasta que escapó. Caminé a pasolento, despacio y en silencio me fui a casa.Así perdí la inocencia y volví a nacer para el mundo que me tocó vivir, no aquel que mi madre soñó para el pequeño Jhon Jairo Velásquez Vásquez, sino el que me encontré en la calle y en lomás profundo de mi condición humana. A partir de ese día, yo ya no fui el mismo. Poco a poco y sin notarlo, comencé atransformarme en ‘Popeye’.
Vea a ‘Popeye’ sentado en la cama de su fría celda rodeado de sus valiosas pertenencias.
Mi primera misión para el Cartel de Medellín no parecía muy emocionante, sin embargo tuve mi recompensa justo ese mismo día. Llevé a Elsy Sofía hasta una lujosa casa construida al filo de la montaña que rodea el valle de Aburrá por el oriente, la cara moderna de la ciudad, el lugar másexclusivo de Medellín: el barrio el Poblado. Mientras uno sube es inevitable mirar al otro lado, a la montaña del frente, la comuna nororiental, el lugar donde se aprende a ser un matón. La escuela de sicarios más famosa del mundo.
Vea el avión de Avianca destrozado por una bomba que el Cartel de Medellín puso en 1989. Murieron 110 personas.
Por ser la primera vez, Elsy me indicaba en qué esquina girar, por dónde subir o bajar. No debía importarme lo que ella iba ahacer allí, menos el lugar; sin embargo, al acomodar el retrovisor y admirar sus ojos azules, su cabello rubio y sobre todo las dos bellezas que se asomaban por el escote de su blusa, lo pude intuir y hasta imaginar. Cuando se bajó de la camioneta, fue inevitable contemplarcómo sus pies desnudos, perfectos, desfilaban ante mi indiscreta mirada entre unas delicadassandalias rojas.
Aunque la mujer tenía finos modales y se le notaba la clase, –era la Reina Nacional de la Ganadería de aquel año–, para mí era iguala todas las hembras con las que crecí en el barrio. Las conocíbien, con ropa de trabajo y sin ella. Y, sin lugar a equivocarme,les aseguro que mujeres como ésta pueden ser, al mismo tiempo, elparaíso y el infierno de cualquierhombre.
La recuerdo de manera fugaz por ser mi primera patrona, pero siconfesara cuales fueron las mujeres que marcaron mi vida en la mafia,nombraría sólo dos: Wendy y Ángela María. Wendy me enseñó que lashembras en la guerra son más peligrosas que un balazo en el pecho. Con Ángela María entendí cómo un amor platónico al convertirse en realidad puede terminar siendo, al final, la peor de las pesadillas.
Elsy Sofía me ordenóesperarladentro de la camioneta y esohice. Observé desde allí los alrededores de la casa. No habíapasado un cuarto de hora y como un fantasma, de la nada, apareció ‘el Patrón’ en persona. Era el mismoPablo EmilioEscobar Gaviria. ‘El Patrón’ se acercó hasta la camioneta y puso su mano derechasobre la puerta. El vidrio estaba abajo. Mirándome a los ojos me preguntó:
–¿Y usted quién es?
– Yo soy ‘Popeye’, el chofer de Elsy, la señorita que acaba de entrar – le contesté emocionado, mirándolo bien fijo y a los ojos; sindudas. Pablo dejó ver una leve sonrisa, pero una muy leve, apenas si la dejó aparecer. Se separó de la camioneta y entró ala casa. Pude notar que yo le había caído bien; bueno, esocreo, por lo menos le hizo gracia que tratara de señorita a una de las muñecas de la mafia, que de señoritas poco.
En el cartel, un bandido entra recomendado por otro bandido, pero en mi caso no hubo espaldarazo de criminal alguno. Como chofer yguardaespaldas de Elsy Sofía, fui conociendo la organización alfrecuentar los escondites de Pablo. Yo acompañaba a la novia de ‘el Patrón’ hasta altas horas de la noche; ella hacía lo suyo y yo lomío: esperar. Popeye iba a durar más que Elsy Sofía al lado deEscobar, eso lo tenía bien claro, es que en mi barrio lo veíatodos los días: un ‘duro’ cambia de muñeca cada fin de semana y algunos a diario. Mis respetos para aquella hembra, debió ser muy buen polvo para que prolongara su relación con Pablo durante dos años. Lo suficiente para que ella consiguiera apartamento y carro, y yo, por mi lado, me diera a conocer, comentara mi experienciacomo aspirante a cadete de la marina nacional, sub oficial de la policía y matón a sueldo. Suficientes cartas de presentación paracomenzar a trabajar directamente con el capo de capos.
Cuando acepté el empleo, lo hice de inmediato y sin dudarlo; así fue como se comenzó a definir mi vida, de la manera más simple einesperada pero con la precisión de un reloj suizo. Yo aún noestaba preparado para comprender las consecuencias de mi decisión.Mucho menos el signo cruel de la fatalidad.
El paso definitivo a las filas de Pablo Escobar ocurrió durante los primeros meses del año 1986, después del accidente enhelicóptero de Elsy Sofía y ‘el Jefe’. Venían de una playaprivada en el Pacífico colombiano frontera con Panamá, cuando elmotor de cola de la nave falló y el aparato se precipitó atierra. Cayó sobre un árbol frondoso y la cabina quedósuspendida entre las ramas, mientras los ocupantes fueronexpulsados por el impacto a un lodazal que rodeaba el árbol.
De manera asombrosa, tal y como sucedió hasta el final de susdías, Pablo Escobar contó con una suerte casi diabólica. Salióileso. No tenía un sólo rasguño en la piel, ni un chichón en lacabeza, nada. ‘El Patrón’ tuvo más vidas que un gato. En cambio elpiloto quedó mal herido y alias ‘la Yuca’, uno de losguardaespaldas que lo acompañaba, tuvo fractura abierta defémur. Elsy Sofía se quebró el brazo izquierdo. Para suerte delos heridos cada vez que ‘el Patrón’ viajaba en helicóptero siemprelo escoltaba una nave más de su flotilla. En el segundo aparatovenía alias ‘Otto’, quien recogió a los heridos y, junto a Pablo,los trasladó a la Clínica las Vegas, en Medellín.
Elsy Sofía frecuentó al Patrón varias veces después del accidente, pero enyesada perdía el encantó. La relación se acabó y de inmediato el mismo Pablo me incorporó a su grupo deguarda espaldas. Este fue el día más importante de mi vida, mi ingreso al mundo de la mafia criolla. Yo pensaba: ya estoy en lanómina de Pablo Escobar. ¡Soy parte del Cartel de Medellín!
En mi barrio se regó la noticia como pólvora, mis amigosmurmuraban: “A Popeye lo matan este año”. Y qué irónico, quienes me auguraron la peor suerte, hoy están muertos. Esa ha sido mi constante, ser un sobreviviente.
Consideren este testimonio un milagro, no sé cómo no me han matado antes de contar mi verdad. Aquí me atrevo a confesar los crímenesque cometí y algunos más por los que otros bandidos, tanculpables como yo de una década llena de sangre traición y muerte, deben responder ante la justicia o por lo menos frente a la opiniónpública.
Su ascenso en el Cartel fue vertiginoso, en sólo dos años, pasó de manejar el carro de una muñeca de la mafia a ser uno delos hombres de confianza de Pablo Escobar. El 16 de enero de 1988 realizó su golpe más célebre como miembro delbrazo armado de los Extraditables: el secuestro del expresidente de Colombia Andrés Pastrana Arango, entonces candidato a la alcaldía de Bogotá. Cuatro días después, seencontraba solo con Pablo Escobar. Esa madrugada lo acompañóen su refugio favorito. Si algo recuerda ‘Popeye’ con precisión son esos momentos de intimidad que pasó al lado del capo decapos.
–Con Pablo, no todo fue bala– dice ‘Popeye’ yevoca con unaprecisión sorprendente, las extensas y apasionantes tertuliasjunto al que en ese momento de su vida era el hombre a emular.
El día que conocí a Pablo Escobar
Hacía las dos y treinta de la madrugada, Pablo sufría del antojo más raro que le conocí a mafioso alguno. Raro, por losimple, lo extravagante era lo normal durante el auge del narcotráfico, lo sencillo era lo extraño. Su deseo másrecurrente era fácil de complacer.
–¿La señora de la cocina dejó arroz hecho? –me preguntaba–. Como siempre, ‘el Patrón’ le respondía:
–Prepárate comida para los dos, vos sabes qué me gusta –me decía.
Este diálogo era casi un ritual, ocurría cuando la servidumbredormía y ‘el Patrón’ me pedía que le cocinara. Su comidafavorita nunca fue un plato francés minúsculo y bien decorado, tampoco una langosta rolliza, menos el caviar; su gusto eratan sencillo como Pablo, le encantaba el arroz con huevo.
Yo prendía el fogón, echaba cuatro huevos en una paila y justoantes de verlos freír, les deslizaba encima el arroz,revolvía todo con un poco de sal y quedaba delicioso. En otraparrilla calentaba dos arepas. El vaso de leche caliente nopodía faltar. Media hora más tarde él interrumpía laconversación y me decía: estoy antojado de un café con leche,pero como el que vos sabes hacer: batido en licuadora, bien espumoso.
Cuando no teníamos a la Policía detrás, Escobar se acostaba enla madrugada y solía levantarse a las doce o una de la tarde.‘El Patrón’ fue un trasnochador empedernido y también un amantefogoso. Nunca bebió licor en exceso y en la cama siempre fueun caballero con las mujeres, fuera alguna de sus amantes o una simple prostituta de las muchas que nos acompañaron. Jamáslo vi borracho y no me tocó una orgía con él.
Si todo iba bien y el ambiente era propicio, Pablo se relajabacon un ‘cacho’ de marihuana, le daba dos o tres pitazos y lo pasabacon una o máximo dos cervezas, nada más. Las muñecas de la mafiallegaban y el compartía un rato con sus amigos o llegado el casocon nosotros, pero luego escogía a la mejor y se la llevaba parael cuarto.
Escobar sólo tuvo tres amantes. Las demás mujeres fueron de paso, hembras para una noche o un fin de semana. Eso sí, todas hermosas. Por su cama gatearon desnudas reinas de belleza, modelos,presentadoras de televisión, deportistas, colegialas y mujeres del montón que acostumbraban ir a las dos discotecas de moda en Medellín, Acuarios y Kevins. Fue la época de oro de las mujerespaisas, cuando aún tenían las tetas originales y el resto sin cirugías. La que era hembra, lo era de verdad. Pablo tuvo morenas, blancas, trigueñas, pelirrojas y casi no repetía, era raro ver a lamisma muñeca dos o tres veces.
La única perversión que le conocí, si así se le puede llamar, fue su fascinación por la pérdida de la virginidad de una mujerheterosexual con una lesbiana experimentada. Tenía una celestinaque le conseguía mujeres dispuestas a experimentar por primera vez los besos y las caricias de otra mujer, hasta lograr orgasmos múltiples. Las sedientas lesbianas atacaban a las novatas con lujuria. Cuando al ‘Patrón’ le ofrecían un show lésbicotradicional él lo rechazaba, lo suyo era esa experiencia intensae irrepetible para una mujer.
Me imagino que le gustaban lostríos, digo, me imagino porque lo que les cuento lo supe de suboca, pues estos encuentros pasionales eran privados.
–Patrón, aquí está el cafecito como le gusta –le dije.
Luego de entregarle el espumoso café con leche, y ya que veníamos hablando de mujeres, aproveche para comentarle lo que me había sucedidocon el ‘Kit de carretera’, así le decíamos al maletín donde ‘el Patrón’ mantenía un pene con dos cabezas y demás aditamentos para los juegos lésbicos.
–Jefe, se acuerda de la última fiesta con chimbas.
–Sí, ¿por qué?
–Usted me mandó por el ‘Kit de carretera’ y antes de llegar alescondite me paró la policía en el reten de la avenida las Palmas.Me esculcaron el baúl del carro y ahí mismo pegaron el brinco: !Y esto! Yo los miré haciéndome el apenado, les dije que eso era demi patrona y soltaron la carcajada.
–Y qué pasó después –me preguntó Pablo.
–Nada, me dejaron pasar pero antes de montarme al carro me dijeroncon ironía: ¡pero pasa maluco su patrona!
–Hombe, ‘Popeye’, pobre doña Tata, usted haciéndola quedar mal por lacalle, si María Victoria es una santa.
–No, patrón, no me refería a su esposa –le dije.Ahora sí tenía vergüenza de verdad, pero él lo había tomado en son de chiste.
–A ver Pope, con las únicas mujeres que he usado el ‘Kit de carretera’ han sido patronas suyas, son Elsy Sofía y la loca de laWendy. Ah, espere, ahora caigo en cuenta, usted nunca trabajó paraWendy. Sólo para Elsy.
–Patrón, ¿y cuánto duró con Elsy Sofía? –le pregunté.
–Casi dos años. Hasta que le entró la ambición.
–¿Cómo la ambición?
–Usted conoció el apartamento de lujo que le tenía en el poblado,los carros, las joyas y los viajes que le di.
–Sí, claro que me acuerdo del palacio donde ella vivía, –le dije.
–Bueno, al final no estaba conforme y me pidió lo imposible.Después del accidente del helicóptero, con el brazo enyesado y todo, se le ocurrió ponerme un ultimátum:!La Tata o yo!
Obviamente seguí con mi esposa. ¡Ni guevón que fuera! a MaríaVictoria la conocí cuando yo no tenía un peso en el bolsillo, enesa época me quiso pobre y sin plata, y ahora rico y conproblemas me sigue queriendo igual. Eso es amor. Y pensar que yola enamoré dedicándole canciones y regalándole chocolatinas. Encambio esta vieja me conoció con dinero y poder; no estaba claroqué tan enamorada estaba de mí o del mito Pablo Escobar.
–¿Y si a Elsy le entró la ambición, qué le pasó a Wendy? –le pregunté.
–A Wendy le picó el mismo bicho, aunque a ella le dio algo peor: celocitis aguda , casi mortal. Cuando me veía con otra mujer me tiraba elcarro. Estaba tan loca que una vez se atrevió a chocarme y hacerme un escándalo en plena calle. Se le corrió la teja. Me tocó amenazarla: ¡Sime sigue persiguiendo se muere! –le dije– pero por un oído le entró y por el otro le salió. Esa es una mujer intensa en todo el sentido de la palabra. No la mandé a pelar porque encontré otra forma para alejarla de una vez por todas.
Pablo se quedó pensativo, su penetrante mirada se fue al vacío ytomó otro sorbo de café con leche. Sentí que ese tema se había cerrado y nunca pregunté qué método usó para apaciguar a la fiera en la que Wendy se había convertido. En la mafia hay cosasque es mejor no saber ni preguntar, aunque ese dato, tiempodespués, me hubiera ahorrado un gran dolor de cabeza. Todo lo malo y lo bueno de esta mujer se me revelaría de la peor manera posiblepara un hombre enamorado. Más adelante lo descubrirán y me daránla razón.
Acompañé a Pablo en su silencio y cuando lo consideré prudentecambie el tema, le hice un comentario sobre su creciente guerracontra la extradición de colombianos a los Estados Unidos.
–Patrón, y hablando de todo como los locos, las declaraciones más duras contra usted, son las del senador Luis Carlos Galán. Ese político no sabe el enemigo qué se está echando encima –le dije.
–Galán está atizando una vieja hoguera, el tiene una deuda con migo pero mientras no sea un presidenciable con opción, no vale la pena saldarla.
–Patrón, ¿cómo comenzó la pelea entre usted y Galán?
–Traiga otro café con leche y lo actualizo –me dijo. Pablo me contó los antecedentes de una guerra en la que yo tendría mucho que ver, pero a la cual llegue muchos años después de iniciarse.
–Todo comenzó cuando a Luis Carlos Galán se le ocurrió hacerpolítica destruyendo mi corta carrera de congresista, ¡es que no había comenzado y ya Galán me estaba casando la pelea! –exclamó Pablo, bebió otro poco de café, y continuo sin pausas.
–El dos defebrero de 1982 el líder del Nuevo Liberalismo descalificó la lista del Movimiento de Renovación Liberal de Antioquia que me incluía a mí en el primer renglón de suplencia para el Congreso.El principal era el político Jairo Ortega. El golpe fue duro, yocompartía los ideales del Nuevo Liberalísimo, de hecho nuestro movimiento estaba avalado por Luis Carlos Galán, pero después dela descalificación quedamos muy mal parados ante la prensa, ¡aunque jamás ante la gente! El pueblo antioqueño estaba connosotros. La carta de Galán dirigida a Jairo Ortega fue unadeclaración de guerra, palabras más palabras a menos, decía algo así: “No podemos aceptar vinculación de personas cuyas actividadesestén en contradicción con nuestras tesis de restauración moral ypolítica del país. Si usted no acepta estas condiciones yo no podría permitir que la lista de su movimiento tenga vinculaciónalguna con mi candidatura presidencial”.
El movimiento lo financiaba yo y Jairo no tuvo otra opción que buscar otro movimiento liberal al cual adherirse para poder continuar con la campaña hacia el Congreso. La reacción fue inmediata, al instante nos vinculamos al movimiento Alternativa Popular, que presidía ‘el Santo’, el senador Alberto SantofimioBotero, rival político y generacional de Galán dentro delliberalísimo.
Todas mis propiedades, incluyendo la haciendaNápoles, los aviones y helicópteros, fueron puestos a servicio deSantofimio y nuestro grupo político. Luego Galán volvió y atacó, esta vez en mi propia casa. En unamanifestación política en Medellín me repitió la dosis, y a mí metocó aguantarme el ‘barillazo’. Ante tal golpe político, y en plenacampaña sólo se me ocurrió decir que era un asunto normal en unacontienda electoral.
Le di la vuelta a la crítica porque le eché la culpa a la oligarquía, a los políticos de siempre que sólorajaban, comían prójimo y no hacían nada. En cambio yo sí teníaalgo qué mostrar, todas mis obras, las canchas de fútbol, el polideportivo, los barrios de trescientas casas que construí y laayuda que le di a la gente a través de mi fundación ‘Civismo enmarcha’ y ‘Medellín sin tugurios’. Mientras más palo nos daban, más plata le invertía a la gente pobre. Desde enero de 1979 yo veníaaliviando el hambre del pueblo antioqueño. Muchos habitantes vivíanen los basureros de la ciudad; otros eran obreros. Era una base fuerte, las clases menos favorecidas me veían como su benefactor y salvador.
–Huy, ‘Patrón’, yo me acuerdo de eso, y no se me olvidará nuncacuando en la revistaSemanale decían a usted en la portada: ‘ElRobin Hood Antioqueño’. Aún no tenía el gusto de conocerlo, Patrón; sin embargo ya lo admiraba a la distancia. La primera vez quehablamos fue cuando era conductor de Elsy Sofía, pero la primeravez que lo vi a usted, acababa de salir al balcón de su casa enla hacienda Nápoles. Yo estaba recién retirado de la policía y sinhacer nada, hasta que me salió un puesto de ayudante deelectricidad. Una vez me tocó arreglar el toro mecánico que ‘el Patrón’ tenía en el centro de la piscina, usted se veía imponentecon las dos manos apoyadas en el barandal y divisando ese paraíso. Desde ese largo balcón se veía todo su zoológico.
–No exageres hombre, Pope, la hacienda es muy grande como para poder verla desde un solo lugar, pero mejor no nos salgamos del tema. El cuento es que Luis Carlos Galán ganó una curul en el Senado de la república y así quedo planteada la guerra en unterreno que nunca me fue favorable, un lugar al cual nuncapertenecí, al que quise entrar y no me dejaron. Yo era un novatoen el congreso y Galán estaba en su salsa, era su territorio.
–Patrón, con todo respeto y perdone que meta tanto la cucharada, ¿sí es verdad que al llegar al capitolio, se le olvidó llevarcorbata y como allá sólo puede entrar uno disfrazado de pingüino,le tocó pedir una prestada? –le pregunte sonriendo, traté desuavizar mi impertinencia.
–El que le contó el chisme no miente. Así fue –me contestó de buenhumor. Yo iba muy bien vestido pero sin corbata, nunca me gustóusarla, además con el tiempo se convirtió en el símbolo de mis enemigos, los políticos a las órdenes de la DEA y no alservicio de los colombianos.
Luis Carlos Galán y su escudero, elministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla, fueron los primeros. Enel congreso me hicieron la vida imposible, escarbaron en mi pasadoy me humillaron en público, acusándome de asesino y narcotraficante. Ellos, junto a los gringos, fueron los autoresintelectuales de mi única derrota en la vida: mi salida a sombrerazos de la Cámara de Representantes. Lograron sacarme, me ganaron una batalla, ¡más no la guerra!
Antes de iniciarse el ataque político de Galán y su gente en el Congreso, yo combinaba las actividades de narcotráfico con las dela política y gozaba de inmunidad parlamentaria. En Medellín había comprado los mejores lotes del barrio El Poblado. Allí construímuchos edificios, entre ellos el mío, el famoso edificio Mónaco,donde fijé mi residencia en el penthouse; el resto del edificio megusta mantenerlo desocupado, a excepción del apartamento deustedes, la escolta de mi familia y, por supuesto, mis hombres.
Yo había llegado a la política precedido de un gran número deinversiones en la vida económica de la ciudad. Gran parte de laélite paisa, los poderosos de la ciudad, en un comienzo me permitieron el ingreso a la vida política y económica, más por conveniencia que por miedo.
–¿Dígame a qué paisa no le gusta elbillete, ‘Popeye’?
–A todos, Patrón, les gusta tanto o más que la arepa –le contesté.
Pablo continuó sonriente.
–Yo invertía gran cantidad de dinero en propiedad raíz. La construcción se disparó y la propiedad se encareció. Los banquerosme buscaban para que moviera mi dinero en los bancos. La plata dela droga cambió la vida de la ciudad y una nueva clase socialemergió sobre los ricos tradicionales, quienes nos buscaban paravendernos sus quebradas industrias y sus tradicionales propiedadesal triple de su valor real. Nosotros pagábamos en efectivo,contante y sonante. A ellos les encanta la platica que huele anuevo, en especial si son verdes. Los automóviles de lujo no eran exclusividad de los mismos de siempre. Las discotecas se convirtieron en lugar de encuentro entre nosotros y las más bellas mujeres, la mayoría de ellas se dejaban tentar por cuanto mafiosoaparecía, algunos «traquetos» fundaron los más ostentosos sitios debaile y comenzó una desaforada cultura consumista. Uno de esosefectos raros que tuvo la abundancia de dólares en la ciudad, fue que a los centros comerciales terminaran llamándolosMalls, como les dicen en Miami. La cultura del dinero fácil invadió la ciudad.