Publicado 22 de junio de 2012 • 10:29
Luego de haber hecho parte del Show de Jimmy, Jazmín Arteaga bailó para los Rodríguez Orejuela, los Rodríguez Gacha y Pablo Escobar Gaviria. Foto: John Heaver Paz / Terra Colombia
Luego de haber hecho parte del Show de Jimmy, Jazmín Arteaga bailó para los Rodríguez Orejuela, los Rodríguez Gacha y Pablo Escobar Gaviria.
Foto: John Heaver Paz / Terra Colombia
Juan Carlos Millán Guzmán
Fuente: noticias.terra.com.co
Luego del éxito de la serie que recrea la vida del más famoso narcotraficante que ha tenido Colombia, numerosas son las personas que han decidido volver a hablar de esa época oscura de nuestra historia reciente, por cuya herida aparentemente cerrada siguen surgiendo las encontradas versiones de un sinfín de anónimos protagonistas a quienes el narcotráfico terminó por cambiarles la existencia para siempre. La de Jazmín Arteaga, una promesa del baile que terminó amenizando las bacanales de la mafia es otra entre tantas.
»-¿El señor es periodista?-», me pregunta una mujer ya madura muy curiosa y quizá exageradamente simpática, atraída por el carné de prensa que llevo colgado del cuello mientras adelanto un trabajo de reportería en la Plaza de Mercado de la Concordia, que por alguna razón siempre he asociado a la exitosa telenovela de los 80’s, Amar y Vivir, una historia que como la mayor parte de aquella época aciaga también terminó mal.
»-Yo soy Jazz, una de las bailarinas del Show de Jimmy que terminó enviciada-». »-¿La que sacaron del Bronx hace poco?-», le pregunto con cierta desconfianza en que lo que dice o a lo mejor quiera cañarme para pedirme plata. »-No, qué va, esa era Heiddy; yo soy otra, casi todas terminamos en cosas de droga. Éramos varias-».
Conozca la historia de Heiddy, aquí.
De padre boxeador, futbolista profesional del Santa Fe de Pandolfi, para más señas y por esas cosas del rebusque, baterista de la orquesta dirigida por el célebre Lucho Bermúdez, a quienes todos conocían como Ramón Presencia, Jazmín había heredado un talento natural para desempeñarse en un escenario que le venía por punta y punta, puesto que su madre también se desempeñó como cantante de varias agrupaciones de mariachis
De tal manera que a sus escasos 13 años la vida comenzaba a sonreírle puesto que para entonces, gracias al empeño de don Ramón acababa de ser descubierta y seleccionada por las reconocidas maestras de danza y ballet folclórico Sonia Osorio y Delia Zapata para que hiciera parte de sus escuelas, en las que comenzó a relacionarse con personas de similar talento hasta que por cosas del destino terminó en uno de los estudios de Inravisión ubicados en la calle 24 con carrera tercera.
Se trataba de una audición para uno de los programas que entonces realizaba Alfonso Lizarazo y en los que se descubrieron muchos de los talentos locales de la época, a quienes el público veía interpretar los entonces muy de moda pasitos cachacos, durante fugaces concursos que para el caso de Jazmín terminaría perdiendo frente a quien sería una de sus mejores amigas, compañera de baile, tragos buenos y malos.
»Con Heiddy y el novio, César, comenzamos a distinguirnos un poco luego en un discoteca de ambiente gay que quedaba por la Avenida 19, Pis Pis se llamaba, en la que bailábamos juntas», recuerda Jazmín.
TEMPORADA EN EL INFIERNO
Allí las vieron por primera vez los actores Diego Álvarez y María Eugenia Dávila, quienes para esa época, finales de los 70’s, comenzaban a cosechar sus primeros triunfos como figuras de la televisión y gracias a cuya ayuda obtuvieron sus primeros contratos como bailarinas profesionales, de los que Jazz recuerda haberse presentado con Pedrito Fernández en el teatro de la Media Torta, donde terminó conociendo a Pacheco y el Gordo Benjumea.
»De ahí ya comenzamos con Jimmy y yo alcancé a estar como tres o cuatro temporadas con él; lo conocimos en el Parque Estudio de aquí en la 19 donde también iban a rumbear Jairo Florián, Nelly Moreno, Luis Aguilar y un poco de gente que estábamos en el medio», relata la exbailarina para quien el presentador quedó cautivado con la habilidad de quienes serían las dos nuevas bellísimas súper notas que acompañarían el popular show.
»Éramos Amparo, Lorena, Heiddy y yo, las cuatro; no duramos mucho porque ahí ya comenzó a caer Jimmy Salcedo en las drogas y nostras como a tratar de despejarnos», manifiesta Jazmín quien a pesar de todo recuerda a su jefe como una persona muy talentosa y estricta con el grupo de bailarinas. “Era exigente: Nada de venir enguayabadas, ni de trago, o de tener alguna relación sentimental con el resto de los compañeros”.
De acuerdo con su relato, el polifacético empresario era el primero en dar el ejemplo en el trabajo, no obstante a las cada vez más frecuentes alzadas de bata en discotecas como Acuarios y Pisis, de la 24 con décima, en una de las cuales pudo ser testigo de cómo llevados por el frenesí de la rumba de aquella época mientras Álvarez se metía un pase de perico, Jimmy ponía de manifiesto la necesidad de inyectarse para poder seguir adelante.
Como Salcedo solía deprimirse decidió emprender un viaje por Europa del que regresó acompañado de un gringo, que de acuerdo con Jazz, les terminó enseñando al resto del combo la manera de hacer y meter crack; droga que para una persona a quien para entonces solo gustaba pasarse de copas muy de vez en cuando terminaría por darle un nuevo giro a su vida.
CALI ES CALI
Corría el año 82 u 83 y Jazmín conoce entonces a Tuerquita, Pernito y Bebé, los tres payasos que en la cúspide de una carrera que después también se fue por el despeñadero de la droga deciden ofrecerle trabajo para acompañar su espectáculo durante una gira que tenían proyectada adelantar en Cali.
Lisandro Meza acababa de lanzar »Baracunatana» y en la sucursal del cielo tenían lugar unas rumbas maratónicas de hasta tres y cuatro días llamadas matecañas, durante una de las cuales se celebra un concurso en el que Jazmín conoce al rey de la salas, Guillermo Pulido, alias Watusi, quien sin pensarlo dos veces la nombra ganadora absoluta de tres certámenes seguidos.
»-¡Obvio, yo era la mejor!-», comenta Jazz con desparpajo, quien comenzaba a forjarse un nombre dentro del competido medio, llegando incluso a ser la primera de las bailarinas de Richie Rey y Boby Cruz, a quien luego sucedería Amparo Arrebato.
Pese a que Bebé, Tuerquita y Pernito se terminaron devolviendo a Bogotá Jazmín decidió quedarse porque entre ires y venires comenzó a conocer toda clase de gente pesada: los Rodríguez Orejuela, los Ochoa y los Gacha para quienes terminó bailando en fiestas interminables en las que casi siempre querían que terminara haciendo el papel de “streapteasera”.
»Ellos respetaban pero a Lisandro sí recuerdo que una vez me tocó hacerle su maldad y llevámele la maricartera con todos los papeles y como $ 2.700 pesos porque se estaba poniendo como pesado», cuenta Jazmín de aquella jornada en la que por primera vez bailó para la mafia durante la que terminó pegándose una rasca memorable de la que logró levantarse gracias a un pase de perico que le ofreció Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano.
Un señor que sin darle muchas más vueltas al asunto se la terminó llevando para Medallo. »A ver mi amor y se me va poniendo este vestido de baño». »-Ahh esas piscinas tan hermosas de Pablo Escobar todas de mármol-». »-¿Lo conoció también a Pablo Escobar?-», le pregunto con cierto asombro.
»-¡Obvio que sí! Fue un padre generoso y una criatura que conforme extendía con una mano con la otra derrumbaba: compraba a la gente pobre con casas por allá en el barrio de él, las Margaritas y Manrique que eran los sitios más pesados-», recuerda.
UNA FIESTA CON PABLO
Célebre por sus extravagancias, las fiestas con el patrón podían durar varios días en los que era frecuente ver a todo un séquito de niñas muy jóvenes y atractivas bailando al son de orquestas, cantantes famosos de todo género y agrupaciones de mariachis traídas especialmente del extranjero regadas por cantidades navegables de alcohol y todo tipo de exquisiteces culinarias a las que se sumaban auténticas carrileras de perico despachadas por insaciables consumidores sobre mesas de mármol.
»Él tomaba pero no metía droga; andaba siempre de guayabera y un par de nenas al lado, feliz y encantado de la vida, mientras les daba un recorrido por esa enorme hacienda en la que les mostraba sus hipopótamos y a veces las llevaba a verlo jugar golf: Eso era Nápoles, cómo no», relata Jazmín con una sonrisa en sus labios mientras recuerda aquella época.
»A Pablito lo que le gustaba era la milonga: el Caballero Gaucho, Carlos Gardel y Leo Dan; me acuerdo que mientras bailábamos cantaba esa que dice: Me estoy portando mal / No debo obrar así / Yo sé que no es feliz / Pero tiene su hogar…», asegura Jazz recordando que como buen paisa el capo bailaba bien y no dejaba de piropearla diciéndole que tenía unos ojos muy bonitos, mientras que ella miraba con cierto temor al menor de los Gacha, su parejo de aquél entonces quien se terminó encaprichando de la muchacha bella y muy joven que seguía siendo entonces.
»Si me muero nada me llevo”, repetía Escobar una y otra vez, insistiendo en que le gustaba ver a la gente pobre contenta; aunque esa misma pobre gente a la que refiriera permaneciera aterrada de lo que pudiera pasar de un momento a otro por un arranque de celos o cualquier bobada, puesto que entre mafiosos se sabía que podía esterarse cualquier cosa. De tal manera que a pesar del mármol, y el dinero y el lujo, Jazmín decide volársele un buen día a Gachita aprovechando un viaje a Medellín para comprar ropa.
»Estábamos en el centro comercial más viejo de Medellín, me di cuenta que había dos puertas, y me acuerdo que sacó 10 billetes de $ 200, cinco de $ 500 y siete de $ 1.000, parqueó el carro (me acuerdo que era un campero azul muy bonito). Yo le dije que me esperara, mi amor, que esto y lo otro, y cuando menos acuerdo el dos puertazos; cogí un taxi largo gris y le dije al conductor que le pagaba lo que fuera pero que me sacara”, recuerda como si hubiera sido ayer.
Por aquella época era cuestión de minutos para que las personas al servicio del tenebroso Cartel de Medellín tendieran un cerco con el fin de dar con el paradero de cualquiera, de manera que la aterrada amante no dudó en desvestirse dentro del automóvil para ponerse la ropa que acababa de comprar con el fin de despistar a la jauría de esbirros que para aquel entonces estaba tras su rastro mientras el asombrado taxista la llevaba camino de la terminal de transporte.
CUESTA ABAJO
De vuelta a Bogotá, Jazmín conoce a un hombre que ella misma describe como la encarnación misma del mal, con quien completa el curso iniciado años atrás en materia de vicios y quien la convierte en una auténtica máquina de atracar, robar y drogar a sus potenciales víctimas con lo que estuviera más a la mano.
»Fui una de las tomaseras más ásperas que hubo acá en Bogotá; le echaba las pastas en el trago y veía como se dormían; o robaba ropa de los almacenes que me sacaba aprovechando que llevaba una falda ancha en la que me cabían dos o tres pantalones”, narra en una jerga prácticamente indescifrable.
»También le di al bataneo (robo de cadenas): cogía a las muchachas y las angustiaba con el cuchillo diciéndoles que si no me daban lo que tenían le charrasquiaba la cara (se la cortaba)», puntualiza, para luego revelarme que durante aquella época tubo también cinco hijos con quienes vivió en El Cartucho.
»Para ese momento a mí ya no me importaba ya nada y no como no me cuidaba cuando quedaba embarazada no me quedaba de otra que decirme a mí misma: Dios mío, conforme me metí el gusto, el susto no me lo meto, así es que lo tengo, lo pujo y pa’ delante con ellos», puntualiza.
La vida continuaba su curso y como Jazmín no encontraba otra forma de sacar a sus hijos y pagarse el vicio que no fuera robando, tiene el no despreciable récord de registrar 23 entradas a la cárcel del Buen Pastor, donde como si el roce con el mundo del hampa de la más baja y alta calaña no hubiera sido suficiente conoce a Beatriz Mejía, la Reina de la coca.
Además de la madre de tristemente célebre Byron Velásquez Arena, quien con tan solo 18 años fue encontrado culpable de participar en el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, quien al parecer fue a dar a la cárcel por recibirle el cheque con el que le habrían pagado el macabro servicio a su hijo.
Mientras que Jazz cumplía alguna pena por la comisión de algún delito comenzó a ejercer funciones como profesora de danza, circunstancia que le permitía hacer giras por diferentes centros penitenciarios en los que también tuvo que hacer frente a más de una reclusa que presa de la envidia quería arepeársela.
»Yo también fui muy maldadosa en la cana, vendía marihuana y tenía mis propias mulas para que llevaran y trajeran el bazuco, mantener a raya a las guardianas y poder embambar (robar) a las demás reclusas», recuerda para definir su extenso prontuario con otra de sus frases más célebres: »En el goce está el vivir y en el vivir está el goce».
AL FINAL DEL TÚNEL
Para 1997 o 1998, su padre la encuentra un día por los lados de El Cartucho, se arma de valor y decide tomar cartas en el asunto haciéndola entrar en razón y entregándola a la Fundación Rompiendo Cadenas de una iglesia al frente de la cual se encontraba el padre Alfredo Betancur, conocida para que comenzara una accidentada rehabilitación que se prolongó durante muchos años.
»Yo ya estaba aburrida de todo, de que los tombos me dieran pata todo el tiempo y de andar dando cuchillo por ahí porque yo era áspera y a mí no me importaba meterlo y quitarle la sangre con mi propia boca o sacarle un ojo a cualquiera mi entras alguno de mis hijos observaba todo. –¡Mami, venga le guardo el cuchillo!, ¡Mami, vienen los tombos!, ¡Mami, venga le guardo las bichas pa’ que no se las lleven!-», recuerda Jazz que era su vida.
»El demonio me tenía a mí, pero hoy en día le doy gracias a Dios porque recapacité a tiempo y ahora el deber mío es el de… Yo cocino para los niños del Bronx, conseguir los regalos de navidad para poder tenerles su navidad cada año, además de realizar actividades con habitantes de calle ahí en el barrio Santa Fe», explica.
Sin embargo no serían pocas las veces que movida por el hambre y la incertidumbre en un futuro que presagiaba oscuro a veces decidía volver a las andadas, como en aquella oportunidad en que estuvo a punto de asesinar a la directora de entonces del programa de Acción Social del distrito, Inés Elvira Roldán.
»Después de amarrarla recuerdo que le decía ustedes me dan seis meses de vivienda, ¿Y de trabajo qué? Así es que con mi esposo la mantuvimos retenida en unos de los alojamientos donde abrimos la llave de unos cilindros de gas amenazando con prenderle fuego al lugar si cualquiera se movía o no nos daban respuesta».
Corría el año 2002 y a Dios gracias nos terminaron colaborando ofreciéndonos un empleo en Misión Bogotá; »Yo quería que me dieran ánimos para poder volver a tener moral», recalca Jazmín quien confiesa haber hecho un esfuerzo sobrehumano para poder salir de las drogas y quedarse con el puesto en el que duró cerca de un año, para luego servir como operaria de la Veeduría Distrital, luego la Contraloría y finalmente el Instituto para la Economía Social (Ipes) con el que hoy asesora a familias que pasaron por situaciones similares a la suya.
»La droga es el mismo demonio, y el gobierno debería ponerse la mano en el corazón porque de alguna u otra manera es el Estado a quien debe responsabilizarse por que estas cosas ocurran; de manera que si ellos quieren ver al pueblo sano, digno y limpio deben hacer el mismo propósito ellos mismos», afirma la hoy rehabilitada bailarina para quien cualquiera que haya caído en el tenebroso mundo de las drogas también puede rehabilitarse.