Verónica Rivera de Vargas: Otra «Reina de la coca»

Publicado 18 de diciembre de 1984
REVISTA SEMANA
Un juez ordena la libertad por pena cumplida de la «Reina de la coca», y condena, como reos ausentes, a 11 de sus cómplises
El jueves 15 de mayo, a las 2 y 30 de la tarde, en medio de arroz y flores, con orquesta especialmente contratada, carros con sirenas y ambiente de fiesta de pueblo, hizo su salida triunfal de la Cárcel de Mujeres del Buen Pastor, de Bogotá, Verónica Rivera de Vargas, la famosa «Reina de la coca». Verónica Rivera de Vargas o Beatriz Rivera de Gutiérrez, los dos nombres con que se le conoció durante todo el proceso, fue capturada el 11 de febrero de 1983 en la finca «Las cabañas» de la zona rural de Acacías, Meta, en donde se encontró un verdadero imperio, que incluía pistas de aterrizaje, aviones, bodegas de cocaína, lujosos carros y modernos galpones. A partir de ese momento ingresó a la Cárcel del Buen Pastor e ingresó también al mundo de la leyenda.

Se dijo que cuando fue capturada se encontraba durmiendo sobre una almohada de 35 kilos de cocaína y empuñando una pistola Colt 45. Que había instalado con plata de su bolsillo las redes eléctricas para la región en donde tenía sus fincas. Que en muchas ocasiones regalaba hasta un kilo de coca a sus buenos clientes, pero que cuando se la hacían la pagaban muy caro. Que los asesinos de su esposo ya estaban en el infierno pagando sus cuentas y que sus colecciones de porcelanas chinas y cristalería no tenían par en Latinoamérica.

Algunos recuerdan todavía cuando Verónica Rivera y varios de sus hermanos tenían un puesto en San Andresito, en donde se hizo famosa por ser una mujer de armas tomar.
De pronto, a mediados de la década del 70, cerró su chuzo y desapareció de la escena del contrabando de electrodomésticos y comenzó a ser vista en lujosos carros y acompañada de guardaespaldas, casi siempre llaneros. Poco después empezó a sonar su nombre en relación con una vendetta entre la mafia bogotana, en la que sucedieron el secuestro de Bersey Espinosa de Gil como forma de presión para lograr un pago, de coca; el asesinato de Julio César Vargas Torres, esposo de Verónica, como represalia al parecer por aquel secuestro y, posteriormente, la casi desaparición de la familia de Bersey, quienes supuestamente fueron los autores del crimen contra el esposo de la «Reina de la coca». En esa época Verónica Rivera estuvo presa pero inexplicablemente obtuvo su libertad. No se supo más de ella. Incluso se llegó a suponer que había salido del país, hasta el día en que cayó presa en su finca de los Llanos, con 14 personas más, entre las cuales se encontraba su nuevo esposo, José Antonio Gutiérrez Baquero.

Pero la leyenda de la «Reina de la coca» no sólo ha tenido que ver con vendettas entre mafia y poderío económico. También ha tocado las puertas de algunos establecimientos judiciales y médicos y los ha dejado «untados». El primero de estos hechos fue la libertad obtenida por ocho de los miembros de la banda con la que cayó en su finca de Acacías. La decisión, que fue investigada por la Procuradurza y revocada después por el Tribunal, fue tomada por la juez octava Penal del Circuito, Luz Marina Borda Guzmán, a quien el negocio le cayó después de que la primera juez investigadora desistiera de seguir adelante, alegando amenazas de muerte.

De este episodio, del que resultó libre el nuevo esposo de Verónica Rivera, resultaron investigados por lo menos dos jueces y un fiscal, pero no fue el único turbio en todo el proceso. La «untada» siguió con la desaparición de uno de los procesos contra la «Reina de la coca». El documento se esfumó de un escritorio del Tribunal Superior de Bogotá y algunos empleados de ese despacho fueron removidos de sus cargos.

En diciembre de 1984 en la danza de las irregularidades entró el juez Julián Rojas Otálora, que ya había figurado en el episodio de Evaristo Porras vs. el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. El juez Rojas Otálora, que citó a Lara a que rindiera declaración, concedió la libertad a la «Reina de la coca» y aceptó así, la petición del abogado defensor, quien argumentó un problema familiar: el estado de salud de la madre de Verónica Rivera.
El escándalo, en esta oportunidad, contó con la protesta del ministro de Justicia, Enrique Parejo González, sucesor de Lara, quien pidió investigar la conducta del juez, después de calificar de insólita la decisión.

La investigación se extendió al médico legista que certificó la gravedad de la enferma, al fiscal del caso, que intentó presionar para que se hiciera efectivo el fallo de libertad emitido por el juez Rojas Otálora y, además, a un inspector de Policía de Cáqueza, Cundinamarca, que fue sancionado por haber servido de testigo en el caso.

De ahí en adelante vino una serie de solicitudes de libertad por parte de los abogados de Verónica Rivera, las cuales fueron rechazadas reiteradamente por los jueces. En uno de los procesos que la cobijaban, de acuerdo con los expedientes, era acusada de falsedad de documentos, pero fue sobreseída el 1° de marzo de 1986.

Este sobreseimiento fue un paso hacia la libertad. El siguiente lo dio Tony López Oyuela, uno de los diez abogados defensores de la «Reina de la coca» en el proceso por tráfico de drogas, al solicitar, el 26 de abril, su libertad con el argumento de que, si desde su detención hubiera sido condenada, ya habría cumplido la pena. El juez 19 consideró esa petición, condenó a la pena principal de 48 meses de cárcel a Verónica Rivera y de inmediato la dejó libre por pena cumplida. Al mismo tiempo condenó a 11 de las personas, todas como reos ausentes, entre ellas al esposo, algunos agentes del F-2 que colaboraron con ella y varios peones de sus fincas.

De esa manera, a esa hora de la tarde del pasado 15 de mayo, la «Reina de la coca» fue saludada en libertad por una orquesta, en medio de una lluvia de flores y de arroz, pero atrás, en la Cárcel del Buen Pastor, esa alegría no era compartida. Al contrario, en el interior de la prisión, se vieron muchos rostros tristes. Eran los de algunas reclusas y guardianas porque para ellas Verónica Rivera se había convertido en el hada madrina que con la varita mágica de sus poderosas finanzas les ayudaba económicamente en sus necesidades.

Mientras la fiesta por la libertad de la reina mantenía su ruido, en círculos de gobierno se advertía preocupación y parecía posible un pronunciamiento a alto nivel para pedir nuevas investigaciones en el caso. Esta probabilidad se insinuaba debido no sólo a las eventuales irregularidades en los procesos, sino a que a Verónica Rivera se le considera un peso pesado en el mundo del narcotráfico, al punto de que cuando fue detenida, desde Nueva York las autoridades norteamericanas llegaron a vaticinar una baja en el ingreso de droga a ese país.

Y entre la opinión pública colombiana, entre tanto, los titulares que anunciaron la libertad de la «Reina de la coca», fueron comentados confusamente porque en las informaciones de crónica roja han sido varias las mujeres las que han ocupado ese «trono» y ceñido esa «corona». En efecto otras mujeres –Marta Libia Cardona de Gaviria, capturada en Estados Unidos en 1983 y Marleny Orejuela Sánchez, detenida en Bogotá en 1980–, han merecido también ese apelativo.–

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