LOS CARTELES DE LA COCA

 16 marzo 1987

LOS CARTELES DE LA COCA

REVISTA SEMANA resume las revelaciones del Miami Herald sobre la estructura del tráfico de cocaína, que reproducen esta semana los principales medios de comunicación colombianos

En los últimos 10 años, un grupo pequeño de delincuentes colombianos ha construido, con sangre y dinero, un imperio multinacional del crimen para rivalizar primero y luego sobrepasar a la mafia norteamericana. Se le conoce hoy como «El cartel de Medellín». Es la organización criminal más peligrosa del mundo.

Hasta cuando la Policía colombiana capturó al jefe Carlos Lehder Rivas y lo extraditó a los Estados Unidos la semana pasada, el cartel había aparecido como virtualmente invulnerable. Los jueces que lo investigaban solían recibir pequeños ataúdes en el correo. Aquellos que combatían el cartel eran «cazados» sin importar dónde estuvieran o cuánto tiempo durara la persecución. En enero, un pistolero de habla hispana, atentó contra un ex ministro de Justicia de Colombia, en medio de una nevada en Budapest, Hungría, le disparó cinco veces y le dejó por muerto. El ex ministro había sido enviado tras la Cortina de Hierro como embajador, para escapar a las amenazas de muerte del cartel.

«El cartel de Medellín» vende cocaína por toneladas. Hoy abastece el 80% de la cocaína consumida en los Estados Unidos, ganando una cifra estimada de 8 mil millones de dólares por año, más que el Producto Nacional Bruto de casi un tercio de las naciones del mundo.

El cartel es una flexible coalición de alrededor de 20 familias criminales colombianas de la ciudad andina de Medellín. Cuatro hombres, todos rondando los 40 años, se sientan en la cúspide de la pirámide:
.Pablo Escobar Gaviria, «El padrino», que alguna vez fuera pistolero a sueldo en Medellín, y ahora talvez el criminal más rico del mundo.

·Jorge Luis Ochoa Vásquez, jefe de la familia Ochoa de Medellín, la familia número uno de la cocaína en Colombia.

·Lehder, un antiguo ladrón de automóviles que hizo una fortuna haciendo trasbordos de cocaína desde su isla en Las Bahamas.

·José Gonzalo Rodríguez Gacha, «El mexicano», zar de la cocaína en Bogotá.

Para protegerse, el cartel ha ordenado docenas de asesinatos en el sur de la Florida. En Colombia, ha matado casi 30 jueces, un ministro de gabinete, el director del segundo diario más importante del país, y cientos de agentes e informantes de la Policía. El cartel ofreció una vez un trato al gobierno colombiano, prometiendo suspender sus actividades a cambio de una amnistía. El cartel era tan poderoso que envió sus mensajes a través de un ex Presidente.

El cartel es un conglomerado criminal integrado verticalmente, que compra pasta de coca en Bolivia y Perú, la refina en laboratorios selváticos en Colombia, y la transporta a los Estados Unidos en una flota de aviones y barcos.

La Esparta suramericana
Pablo Escobar Gaviria nació en Rionegro, Colombia, un pequeño pueblo montañoso a 25 millas de Medellín. Su padre era un agricultor modesto y su madre una maestra de escuela. Con los años, el cartel promovió la ficción de que Escobar había comenzado su vida entre los más pobres de los pobres, y había alcanzado el éxito sólo a través de su prodigiosa inteligencia y su gran capacidad de trabajo. Esto no era verdad. Escobar no era rico, pero comía bien, tenía una familia y se graduó de bachillerato. No precisamente el esquema de un lumpen.

Escobar comenzó su carrera robando lápidas de cementerios para pulirlas hasta que desapareciera la inscripción original, y poder revenderlas. Pronto pasó al robo de carros siendo arrestado por primera vez en 1974. Su centro de actividades ha sido siempre Medellín, la capital de los legendarios paisas, cuyo humor, según muchos, esconde un profundo sentimiento de insatisfacción. Si Bogotá ha sido descrita como la Atenas de Suramérica, Medellín podría ser su Esparta.

Fue esa ciudad en la que, en 1976, Escobar fue arrestado en una calle y acusado de transportar 39 libras de cocaína dentro de la llanta de repuesto de un camión. En esos años, los paisas que traficaban coca, lo hacían en modestas cantidades y a través de las famosas «mulas» que caían con frecuencia en el aeropuerto de Miami.

Los pioneros de la cocína comenzaron en esa época a desarrollar muchas de las técnicas que el cartel perfeccionaría 10 años más tarde. Verónica Rivera de Vargas mató a la mujer, a los dos hijos y al yerno de su principal rival para conquistar el liderazgo del tráfico en Bogotá. Benjamín Herrera, «el papa negro», enredaba a sus acusadores en pleno juicio, pagaba matones a sueldo y estaba listo a desaparecer en cualquier momento.

El mercado de la cocaína creció en forma sostenida en los años setenta mientras las autoridades colombianas y norteamericanas, dirigían sus acciones contra los marimberos de la Guajira. Entre tanto, los paisas de la cocaína siguieron siendo desconocidos y tomaron ventaja.

La unión hace la fuerza
Dos hermanos, Jorge Luis y Fabio Ochoa Vásquez, se percataron de las posibilidades de la cocaína a mediados de los setenta, y comenzaron a hacer sus planes junto con un tercer hermano, Juan David, en Las Margaritas, el restaurante familiar donde su padre servía especialidades paisas. Hacia 1977, Jorge Luis ya había sido condenado por un tribunal en Puerto Rico, tras la captura de 60 libras de cocaína. Aunque los cargos fueron retirados más tarde, nunca pudo volver a los Estados Unidos. Su hermano Fabio, de entonces sólo 20 años, utilizando una visa de estudiante, se estableció en Coral Gables en la Florida y montó, en compañía de su distribuidor de confianza Rafael Cardona Salazar, un centro de venta de cocaína colombiana, por donde pasaron centenares y luego miles de libras del alcaloide. Todavía no habían comenzado a utilizar la mano dura, gracias a la cual, poco después, habrían de adueñarse de las redes de distribución.

Otros futuros miembros del cartel también comenzaron en Estados Unidos, entre ellos Carlos Lehder, hijo de un inmigrante alemán y nacido en Armenia. Lehder, quien había pagado en 1973 dos años de prisión federal, comenzaba a destacarse en esa época, mientras en Colombia, se consolidaba un triángulo de cocaína compuesto por Bogotá, Medellín y Cali, que Medellín siempre dominaría.

Escobar, Lehder y Jorge Luis Ochoa, nacidos todos en 1949, y Luis Gonzalo Rodríguez Gacha, nacido en 1947, fueron desplazando a los pioneros, de quienes la nueva generación aprendió rápidamente la forma de intimidar a sus enemigos. Escobar, por ejemplo, sólo estuvo 3 meses en la cárcel por el caso de la coca en la llanta, y años después, el diario El Espectador descubrió que el proceso había pasado por las manos de 9 jueces diferentes. Bastaba una llamada telefónica para que el juez de turno se retirara del caso. Los asesinos de la moto, como si fuera poco, mataron tiempo después, al oficial que se había atrevido a detener a Escobar.

Escobar libre en Medellín, los Ochoa afianzando sus redes en Estados Unidos y Lehder haciendo una gran fortuna transbordando cocaína y marihuana en su isla de Cayo Norman, llegaron al final de los setenta, habiendo desplazado completamente a los pioneros que no pudieron mantenerse.

Mientras tanto, el exceso de competencia en la distribución desató en la Florida, la llamada «guerra de la cocaína», durante la cual murieron aproximadamente 250 colombianos, en tiroteos que no respetaban ni la hora ni el lugar, pues podían darse en autopistas y centros comerciales a plena luz del día. También se ensanchó entonces el negocio del «lavado» de dólares, complementario con el del narcotráfico, y aparecieron los nombres de Hernán Botero Moreno, Isaac Kattan Kassin y otros más.

En Colombia, el dinero se acumulaba en manos de los pocos beneficiarios, y de esto se dio cuenta pronto la guerrilla, que decidió intentar financiar sus actividades a través del secuestro de estos nuevos millonarios. En noviembre 12 de 1981, el M-19 secuestró en Medellín a Martha Nieves Ochoa Vásquez, hermana de Jorge Luis, y pidió por ella un jugoso rescate. Los Ochoa, convocaron a una reunión en el Hotel Intercontinental de la capital paisa para discutir mecanismos de cooperación con el fin de crear un frente unido contra los secuestradores. Entre los invitados estaban Escobar, Lehder y muchos otros, incluidos los 230 más importantes narcotraficantes del momento. Martha Nieves fue liberada semanas después y se demostró que si separados los «capos» eran fuertes, unidos podrían ser invencibles.

El 2 de diciembre de 1981, la aparición del MAS (Muerte a Secuestradores) fue anunciada en Cali, sobre cuyo estadio, colmado de fanáticos para ver el clásico Nacional-América, llovieron miles de copias de un panfleto que anunciaba que un grupo «de colombianos que como nosotros hemos traído progreso y empleo», se había reunido para combatir a secuestradores y guerrilleros. El manifiesto hablaba de que 223 fundadores habían aportado 2 millones de pesos cada uno y contratado 10 pistoleros para poner a funcionar el MAS. Este comunicado marcó la primera ocasión en que los jefes del narcotráfico actuaron en forma conjunta.
Tras la demostración dada por el MAS y con una unidad de poder recién descubierta, el cartel se dispuso a producir cocaína en cantidades hasta entonces nunca imaginadas. La demanda en los Estados Unidos estaba creciendo aceleradamente y el cartel se esforzaba en satisfacerla. Ya para noviembre de 1981, Escobar, Lehder y los Ochoa habían enviado un promedio de 5 cargamentos de mil libras cada uno por mes durante los 7 meses anteriores, eclipsando los estimados del gobierno norteamericano sobre el consumo total de ese país en el año. Mientras los jefes del narcotráfico comenzaban a soñar con un gigantesco centro de procesamiento en los Llanos Orientales colombianos, los récords de cargamentos capturados se batían a cada rato. Tal fue el crecimiento de la oferta, que en el curso de un año, el precio por kilo bajó de 50 mil a menos de 25 mil dólares en las ciudades norteamericanas, y la cocaína que se vendía era más pura que nunca.

Para mediados de 1982, las vendettas en el sur de la Florida, habían desaparecido. Un cartel unificado y de una sorprendente eficiencia, estaba abasteciendo una red de distribución de cubrimiento nacional. Los Estados Unidos apenas estaban comenzando a descubrir el nuevo imperio. Mientras tanto, los jefes del cartel comenzaron a dejarse llevar por el espectáculo de su propio poder. Escobar, el más visible de ellos, tenía media docena de casas y apartamentos en Medellín, intereses en numerosos negocios legítimos por toda la ciudad y, a partir de 1983, una hacienda gigantesca en Puerto Triunfo, sobre cuyo portal hay un pequeño avión en el que supuestamente Escobar envió su primer cargamento. Hay también una piscina flanqueada por una estatua de Venus y un emplazamiento de mortero, lagos artificiales, carreteras, un aeropuerto y una casa campestre tan grande como para acomodar a 100 personas. Para su público, Escobar organizó en la hacienda el mejor zoológico de Colombia. Camellos, jirafas, bisontes y llamas, pasean libremente, al lado de un canguro jugador de fútbol, un elefante roba-comida y un par de cacatúas negras avaluadas en 20 mil dólares cada una.

Por su parte, los Ochoa, manejaban sus negocios desde su propiedad Las Lomas, al sur de Medellín, y la aerolínea charter de la familia operaba ya con los 55 aviones del cartel. Los hermanos Jorge Luis y Fabio, líderes del clan, se interesaban en el toreo y la cría de reses bravas. Su padre Fabio entregó su restaurante a un empleado, y se dedicó a la crianza de caballos. Y en Armenia, Lehder había regresado de Las Bahamas, tan rico como para invertir en negocios locales y en finca raíz. Construyó la Posada Alemana, cuya pieza central era una estatua del asesinado John Lennon, desnudo, con una guitarra y los agujeros de bala que le causaron la muerte. Su pasión recién estrenada era la política, y sus puntos de vista, que combinaban la xenofobia, el populismo y el tercemundismo barato y le daban a su movimiento un inconfundible sabor neonazi, fueron expuestos en una entrevista radial.

Menos evidente, pero más efectivo, Pablo Escobar construía en Medellín un barrio para gentes humildes, iluminaba canchas de fútbol y, con ese ascendiente popular, conseguía ser elegido congresista suplente, en el movimiento del jefe liberal Alberto Santofimio. Para 1983, su fortuna era calculada en más de 2 mil millones de dólares, y los demás miembros del cartel también poseían grandes sumas. Aparte del dinero, el cartel tenía importantes conexiones políticas, a través de las cuales luchaba contra lo único en el mundo que le producía temor: el Tratado de Extradición entre Colombia y los Estados Unidos.

El cartel en problemas
En agosto del 83, entró a formar parte del gabinete del presidente Belisario Betancur, el joven político Rodrigo Lara Bonilla, quien fue nombrado ministro de Justicia. Tras una serie de controvertidos debates en el Congreso, en los que Lara enfiló baterias contra los jefes de la mafia y estos contraatacaron acusándole de haber recibido él mismo dineros «calientes», las circunstancias comenzaron a cambiar. La Embajada americana canceló la visa múltiple de Escobar, El Espectador publicó el viejo expediente del caso de la llanta de 1975 y Santofimio lo expulsó de su movimiento .

La estrella parecía estar comenzando a declinar. En marzo del 84, cayó en manos de la Policía el mayor centro de procesamiento de cocaína en las selvas del Caquetá, conocido como Tranquilandia. En ese momento, la Policía denunció que el grupo guerrillero de las FARC lo estaba custodiando a cambio de un impuesto del 10 al 20% sobre el gramaje, que cobraba a los narcotraficantes. Los jefes del cartel se enfurecieron, pues no solamente perdieron una inversión gigantesca en el laboratorio mismo, sino 13.8 toneladas que fueron destruidas en la operación.

En una carta abierta al embajador norteamericano Lewis Tambs, Escobar lo acusó de estar buscando asociar su nombre con el de la guerrilla, y aseguró que Lara Bonilla era el representante del gobierno de Estados Unidos en el gabinete de Betancur. Cansados del esfuerzo publicitario que no parecía haber dado resultado, los jefes del cartel regresaron a lo que mejor conocían. En la noche del 30 de abril de 1984, Lara fue asesinado por sicarios de la moto en una calle del norte de Bogotá. Como siempre, Colombia tuvo pocas dudas sobre quién había ordenado el crimen. Como una consecuencia inmediata, en mayo 8 del 84, Betancur firmó la orden de extradición de Carlos Lehder, cambiando su posición original frente al tratado.

Por primera vez, el cartel, debido a su propia estupidez, estaba en problemas. El asesinato de Lara no sólo determinó la aprobación presidencial de la extradición de Lehder, sino el paso de él y sus amigos a la clandestinidad. Escobar, Jorge Luis Ochoa y Rodríguez Gacha se escurrieron a Panamá. Aunque pocos colombianos conocían el paradero de los jefes del cartel, la DEA seguía paso a paso sus movimientos a través de un informante infiltrado al más alto nivel, llamado Adler Berriman «Barry» Seal, un expiloto de la TWA. Los testimonios de Seal se convirtieron luego en valioso documento sobre la situación del cartel en esos días. Según él, el golpe de Tranquilandia había sido muy duro para el narcotráfico y sus jefes estaban planeando, gracias a contactos con figuras del gobierno sandinista de Nicaragua, trasladar para ese país el principal laboratorio.

Sin embargo, los mismos golpes que las autoridades colombianas estaban dando al cartel, comenzaron a convencer a muchos de que se estaba luchando contra una fuerza demasiado difícil de vencer. Paralelamente ganaba adeptos la posición favorable a negociar con los narcotraficantes una propuesta para desmontar el Tratado de Extradición y legalizar el comercio de la cocaína y, a cambio de ello, establecer condiciones de paz institucional en el país y acabar con la violencia y los asesinatos relacionados con el narcotráfico. En mayo 6 del 84, Escobar, Rodríguez Gacha, Jorge Luis Ochoa y algunos más, sostuvieron una reunión en Panamá, con el ex presidente Alfonso López Michelsen, que se encontraba allí como observador de las elecciones de ese país. Según dijo semanas después López a El Tiempo, «su principal objetivo era demostrar que no tenían nada que ver con el asesinato de Lara». En mayo 26, el procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, hizo su propia peregrinación a Panamá, oyó los argumentos del cartel y recibió un documento-propuesta de 6 páginas, en el que aseguraban controlar entre el 70 y el 80% de la cocaína producida en Colombia, proponían desmantelar sus laboratorios, traer el dinero que tenían en el extranjero, retirarse del negocio y colaborar con el gobierno en programas de sustitución de cultivos y de rehabilitación de adictos.

Mientras tanto, según el infiltrado Seal, la conexión nicaraguense continuaba funcionando, y después de algunos tropiezos, fue a través de ella que el cartel comenzó a recuperarse. De esa época data la famosa foto de Escobar cargando un avión supuestamente en Managua, que Seal habría tomado desde el avión que pilotaba para el cartel. Para la administración Reagan, fue una oportunidad dorada de desacreditar al gobierno sandinista, que por su parte negó toda vinculación con el cartel y acusó al gobierno norteamericano de montar una operación propagandística.

Sea como sea, la infiltración de Seal permitió que las redes de distribución en la Florida fueran abatidas, sus contactos encarcelados y, por primera vez, se vinculara a Escobar, Jorge Luis Ochoa y Rodríguez Gacha a un proceso judicial en Estados Unidos. Finalmente, estos tres jefes pudieron ser pedidos en extradición a Colombia, en una época en la que el tratado estaba en pleno vigor. Los problemas continuaron, pues Escobar fue señalado por un juez colombiano como autor intelectual del asesinato de Lara, y Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez Orejuela, del cartel de Cali, fueron detenidos en España, donde al parecer, estaban intentando montar una red, con todo y laboratorios, para conquistar el mercado europeo. Sin embargo, a pesar de que todo indicaba que el cartel estaba en decadencia, por esos días, Escobar fue capaz de organizar un ejército de 5 mil hombres para rescatar en pocas horas a su padre, que había sido secuestrado por jóvenes del bajo mundo de Medellín.

Guerra a muerte
A fines del 84, fracasados todos los intentos de negociación, el cartel se lanzó a una guerra a muerte. Hizo estallar un carro-bomba frente a la sede de la Embajada americana en Bogotá y, según el embajador Tambs, intentó contratar al personal colombiano de seguridad de la sede diplomática, para asesinarlo. Amenazado constantemente, Tambs dejó el país del todo en enero de 1985.

Los asesinos de la moto aparecieron entonces con más frecuencia que nunca, matando en julio del 85 a Tulio Manuel Castro Gil, el juez que investigaba el caso Lara Bonilla. Más tarde, el turno le correspondió al guardián de prisiones Alcides Arismendi, quien había descubierto un complot para la fuga del extraditable hondureño José Ramón Matta Ballesteros.

Las amenazas a los magistrados de la Corte Suprema, que comenzaban a debatir la legalidad del Tratado de Extradición, también proliferaron, lo que llevó a la Policía colombiana a relacionar la toma por parte del M-19 del Palacio de Justicia en Bogotá, con actividades del narcotráfico. En la batalla que se desató tras el golpe guerrillero, murieron 95 personas, entre ellas el presidente de la Corte y 10 magistrados más, pero la teoría del nexo del M-19 con el cartel en esa operación sigue siendo muy debatida.

En todo caso, la estela de muerte continuó. Seal, el infiltrado, tras no aceptar acogerse al programa de protección de testigos del gobierno americano, fue asesinado el 19 de febrero del 86. Seal hubiera sido un testigo devastador si, además, la extradicion de Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez, de España a EE.UU., hubiera podido lograrse. Pero esto no fue así. Mientras en Colombia continuaban los asesinatos de los enemigos del cartel, Ochoa y Rodríguez fueron extraditados a Colombia. Ochoa, después de un episodio muy sospechoso, fue dejado en libertad por un juez de Cartagena, y Rodríguez permanece detenido en Cali.

La lista de muertos siguió creciendo: el magistrado Hernando Baquero Borda; el jefe de carga de la aerolínea Avianca, Carlos Arturo Luna; el subdirector del periódico Occidente de Cali, Raúl Echavarría Barrientos; el juez Superior Gustavo Zuluaga Serna, y el coronel de la Policía, Jaime Ramírez, responsable de la captura de Tranquilandia.

Este último había interesado particularmente a la DEA, que le ofreció toda clase de garantías de seguridad, incluido un Chevrolet blindado. Seguridades que no servirían de nada cuando, el 17 de noviembre, fue emboscado cerca a Bogotá y asesinado frente a su familia. El Chevrolet descansaba en su garaje, ajeno a lo ocurrido.

Al día siguiente, las autoridades del sur de la Florida publicaron las acusaciones que tenían contra «El cartel de Medellín», y que habían tenido que guardar tras la fallida extradición a los Estados Unidos de Ochoa y Rodríguez. El documento ponía a la luz pública los cargos contra los grandes líderes del narcotráfico, y fue publicado en Colombia, en una serie especial, por El Espectador. Seis días después de la publicación de la última parte, el director de ese diario, Guillermo Cano, fue asesinado.

A partir de la muerte de Cano, la guerra contra la droga en Colombia se extremó, impulsada por una reacción unánime de los medios de comunicación, y las autoridades desplegaron una acción sin precedentes. El cartel, como en 1984, parecía estar en fuga.

Pero los traficantes cortaron ese optimismo de una forma espectacular, al atentar en Budapest contra el ex ministro Enrique Parejo González, quien había sido el firmante de la orden de extradición de trece acusados remitidos a los Estados Unidos por la administración del presidente Betancur. El gobierno de Barco lo había enviado detrás de la Cortina de Hierro, a Budapest, donde supuestamente estaría más seguro.

Más tarde vendría un nuevo cambio de fortuna. El cuatro de febrero, unos treinta policías colombianos bajo el mando del mayor William Lemus, rodearon una casa campestre donde se suponía que un pez gordo podría estar escondido. Quince hombres fueron capturados y entre ellos, aparentemente «trabado», estaba Carlos Lehder. En cuestión de horas, Lehder volaba hacia Tampa en la primera extradición del gobierno de Barco. Pero si el arresto de Lehder fue un importante logro en la guerra contra el tráfico de drogas falta por ver el real daño que puede significar para la supervivencia del cartel.

El negocio de la coca está hoy más próspero que nunca y la cocaína nunca ha sido más pura ni más barata. La cantidad que entró a los Estados Unidos en 1986 dobla la que entró en el año inmediatamente anterior.

Y en Colombia, las autoridades están detectando que nuevos productores entran al negocio a un ritmo acelerado. Las medidas más fuertes podrían eventualmente poner al cartel fuera del juego, pero parece ser que sería simplemente reemplazado por los recién llegados.

«El mercado está aquí», dice Hert Williams, un agente de la DEA que pasó cuatro años en Colombia. «Y mientras exista el mercado, habrá alguien que lo abastezca».