La historia de un vía crucis

Pablo Escobar Gaviria en los tiempos en que brillaba como el gran personaje social que ganaba carreras de autos, financiaba canchas de fútbol, edificaba barrios y desplegaba actividades políticas en su movimiento «Medellín sin Tugurios». Además, era propietario de un zoológico en el Magdalena Medio, en una hacienda (Nápoles) desde la cual movilizaba sus envíos de droga a los Estados Unidos y otros países.

EL ESPECTADOR
Sábado, 17 de marzo de 2007

La química del negocio cocalero no ha cambiado en los últimos 120 años. Sin embargo, la economía se ha modificado ferozmente por cuenta de su prohibición. Alejandro Gaviria *

Hace 120 años, en 1887, el mundo vivía su primera bonanza cocalera. Los efectos estimulantes del alcaloide habían sido descubiertos algunos años atrás en Alemania. Sus propiedades como anestésico local igualmente eran reveladas. Y su utilización en algunas bebidas estimulantes (el Vin Marini y la Coca Cola) había popularizado su consumo: la coca ya no era solamente un producto de interés científico. La bonanza causó una pequeña conmoción entre los importadores. El historiador Paul Gootenberg cuenta que, ante la escasez del producto, los farmaceutas estadounidenses comenzaron a debatir seriamente las posibilidades de cultivarla localmente. Sobra decirlo, otra habría sido la historia de Colombia si esos planes hubiesen prosperado.

Con la intención de conjurar la crisis, los farmaceutas pidieron ayuda al gobierno. El mismo Gootenberg relata que los cónsules americanos en Lima y La Paz (acompañados por la Marina de los Estados Unidos) participaron activamente en la identificación de los cultivadores de coca (no precisamente con fines de extradición). Los enviados comerciales de los Estados Unidos les enseñaron a los productores a secar y empacar las hojas. La compañía alemana Merck fue más lejos. Envió algunos agentes a Lima con el fin de adiestrar a los cultivadores peruanos en la transformación de las hojas de coca en una torta de sulfato de cocaína. Esta técnica decimonónica es, en esencia, la misma que usan hoy en día los campesinos colombianos. La química del negocio no ha cambiado en 120 años. Pero la economía se ha modificado cruentamente por cuenta de la prohibición.

La producción mundial de coca alcanzó su nivel más alto en la primera década del siglo XX. El declive posterior estuvo asociado al descubrimiento de sustitutos médicos y a las restricciones a las importaciones, motivadas por las primeras medidas antinarcóticos: la coca comenzó a ser percibida no como una hierba mágica sino como un veneno adictivo. El mercado legal desapareció completamente después de la Segunda Guerra Mundial. La Organización de las Naciones Unidas, bajo la influencia de los Estados Unidos, jugó un papel fundamental en la creación de un consenso mundial en favor de la prohibición. Actualmente esta organización sigue desempeñando un papel protagónico (y no siempre productivo) en la lucha mundial contra el tráfico de drogas.

El mercado de la cocaína se revitalizaría, ya de manera clandestina, durante los años setenta. La cocaína llenó el nicho de mercado creado por la heroína y otras de las drogas fuertes de los años sesenta. Si durante el siglo XIX los cantantes de ópera habían sido los consumidores más conspicuos del alcaloide, durante los años setenta fueron los cantantes de rock los que marcaron la nota. En 1971, los Rolling Stones vendieron, en escasas dos semanas, medio millón de copias de su álbum Sticky Fingers. Uno de los éxitos del álbum, la canción Can’t You Hear Me Knocking, contiene una mención explícita (casi apologética) al consumo de cocaína (Yeah, you’ve got plastic boots, Y’all got cocaine eyes). Eran otros tiempos, por supuesto. Kate Moss ni siquiera había nacido.

La exportación ilegal de cocaína fue inicialmente dominada por los traficantes chilenos, quienes no sólo tenían conexiones históricas con los cultivadores peruanos y bolivianos, sino que habían aprendido la sapiencia química de los inmigrantes alemanes. Pero la Conexión Chilena no duró mucho. Pocos meses después del golpe de estado en contra del gobierno de Salvador Allende, ocurrido en septiembre de 1973, el nuevo gobierno extraditó a varios de los cabecillas del negocio. Esta medida terminó de manera abrupta y definitiva con la efímera hegemonía chilena. Ya en 1975, la hegemonía colombiana era notoria. En abril de ese año, un oficial de la DEA le dijo a un reportero del diario The New York Times: «Colombia envía más de esa sustancia a los Estados Unidos que ningún otro país». Lo mismo podría decirse hoy en día: 32 años después.

Las causas de la hegemonía colombiana se han debatido ampliamente. Algunos estudiosos mencionan las ventajas geográficas. Otros el pasado violento del país. Otros más el supuesto desprecio por las normas y las leyes. O la misma falta de movilidad social. Pero estas especulaciones sociológicas son sólo eso: hipótesis sin confirmar. Determinismos sociológicos sin pruebas. Simples conjeturas que sobresalen más por sus insinuaciones culposas que por su sustento empírico.

Las causas de la hegemonía colombiana pueden haber sido fortuitas: producto de unas circunstancias históricas irrepetibles. A mediados de los años setenta, una crisis en la industria antioqueña ocasionó el despido de miles de trabajadores, muchos de los cuales emigraron hacia los Estados Unidos: la mayoría se radicó en el sur de la Florida y en la ciudad de Nueva York. Un número significativo de los nuevos emigrantes encontró una ocupación lucrativa en la distribución de cocaína. Con su ayuda, los traficantes colombianos pudieron integrar verticalmente el negocio y adueñarse del mercado. Sin su aporte, probablemente, los cubanos residentes en la Florida o hasta los mismos argentinos se habrían quedado con el grueso del negocio.

Sean cuales fueren las causas, las consecuencias de la consolidación de Colombia como el primer exportador mundial de cocaína son indiscutibles. En palabras de la historiadora Mary Roldán, el tráfico de cocaína «rompió la tradición, transformó las costumbres sociales, reestructuró la moral, el pensamiento y las expectativas». Pero no sólo eso. También corrompió la justicia y la política. Debilitó las instituciones y disparó la violencia. Incluso permitió el desarrollo de otros negocios. La falsificación de moneda extranjera y el tráfico de armas o de personas crecieron al amparo del narcotráfico: de sus externalidades y de su capacidad transformadora.

En últimas, el negocio de la cocaína creó las condiciones para su propia perpetuación. La debilidad institucional pudo haber ayudado al desarrollo inicial. Pero fue el propio negocio el que contribuyó decididamente a debilitar las instituciones. En el corto plazo, los países exportan lo que son. Pero, con el paso del tiempo, los países se convierten en lo que exportan. La cocaína, en particular, transformó radicalmente muchos aspectos de la realidad colombiana. La política se convirtió en narcopolítica, la justicia en narcojusticia, la guerrilla en narcoguerrilla y así sucesivamente.

En abril de 1973, la revista Time publicó un artículo sobre la creciente popularidad de la cocaína en los Estados Unidos. Las fiestas en Manhattan comenzaban con martinis y terminaban con «a hit of coke». Los financistas la llevaban en la billetera. Los estudios de Hollywood la incluían en sus presupuestos. «La gente no trabaja sin su despertador» decían los magnates del cine. El artículo de marras termina con la descripción de unas cucharitas para aspirar cocaína que estaban causando furor en los Estados Unidos. La más vendida tenía la forma extraña de un crucifijo. Casi 35 años más tarde, el capricho estilístico parece premonitorio. O, al menos, puede interpretarse como una alegoría involuntaria al largo, sangriento y todavía inconcluso vía crucis de Colombia como el mayor exportador mundial de cocaína.

* Economista