El sacrificio y la impunidad en el caso Galán

La realidad detrás de la ficción: ‘Escobar, el patrón del mal’
EL ESPECTADOR.COM – Hacia las 8:45 de la noche del viernes 18 de agosto de 1989, segundos después de subir a una tarima situada en la plaza central del municipio de Soacha (Cundinamarca), fue asesinado el entonces precandidato presidencial por el Partido Liberal, Luis Carlos Galán
El actor Nicolás Montero (der.) interpreta al excandidato presidencial Luis Carlos Galán en la serie.

Con más del 60% de favorabilidad en las encuestas, estaba a nueve meses de convertirse en el sucesor de Virgilio Barco en la Casa de Nariño. Sin embargo, el narcotráfico frustró su ascenso al poder causando de paso un dolor colectivo a Colombia.

La historia de Luis Carlos Galán y sus aportes a la democracia comienzan en el seno de su familia. Tercero de los doce hijos del expresidente de Ecopetrol, Mario Galán y de Cecilia Sarmiento, su vocación pública fue notoria desde sus días como estudiante de colegio. La prueba es que a sus trece años ya había ganado un concurso de oratoria en Bogotá por un argumentado discurso contra la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla. Al concluir su bachillerato, entró a estudiar derecho a la Universidad Javeriana.

Y fue en este centro docente donde Luis Carlos Galán fue encontrando el molde de sus tres actividades esenciales: el derecho, la actividad pública y el periodismo. Junto a otros condiscípulos le dio vida a la revista Vértice, para divulgar las ideas liberales. En desarrollo de tareas propias para este impreso, un día acudió al periódico El Tiempo para entrevistar a su director, y a los pocos días ya estaba vinculado a su equipo de trabajo. Fue una época dorada, trabajando al lado de varios periodistas de renombre, entre ellos, Enrique Santos Calderón y Daniel Samper Pizano.

Pero definitivamente su mundo estaba en la actividad pública. Lo que pocos imaginaron fue que a sus 26 años fuera designado como ministro de Educación. Dicha designación la hizo el entonces presidente Misael Pastrana, y Galán duró 22 meses al frente de la cartera de Educación, en momentos en que la universidad pública era un hervidero de ideas políticas. Al término de su gestión, en 1972, fue nombrado embajador en Roma (Italia), y regresó al país tres años después para volver al periodismo y a la política.

Entonces apareció su principal mentor en la actividad pública: el expresidente Carlos Lleras Restrepo, quien para entonces orientaba su propia revista, Nueva Frontera. De inmediato, Galán ingresó al impreso en calidad de codirector, eso sí, sin dejar a un lado su gestión política. La prueba es que tres años después, en 1978, fue elegido como senador de la República encabezando una lista en defensa de las ideas del expresidente Lleras y en oposición a la línea oficialista orientada por el elegido presidente Julio César Turbay.
La distancia de Galán y otros miembros de su generación con el estilo de gobierno de Turbay, lo llevó a apartarse de las directrices del Partido Liberal y, entre 1979 y 1980, constituir su propio movimiento que llamó Nuevo Liberalismo. Bajo estas banderas, durante las elecciones al Congreso de 1982, mostró el futuro de su organización logrando una significativa votación. No obstante, desde ese mismo momento, empezó también a configurarse un movimiento ilegal contrario a sus intereses políticos.

En concreto, se trató del llamado Movimiento Alternativa Liberal, entonces liderado por el dirigente antioqueño Jairo Ortega Ramírez, quien incluyó en su lista a la Cámara de Representantes a Pablo Escobar Gaviria. Ambos personajes se habían logrado mimetizar en las filas del Nuevo Liberalismo, pero alertado por su copartidario Rodrigo Lara Bonilla, Galán los expulsó públicamente de su organización durante un acto político en Medellín. Esa acción fue el comienzo del odio personal del capo del narcotráfico por el exitoso líder del Nuevo Liberalismo.

No obstante, tanto el uno como el otro salieron electos al Congreso. Por su parte, Galán participó en las elecciones presidenciales de 1982, pero al dividir sus votos con los del candidato oficialista Alfonso López, perdieron la Presidencia con el conservador Belisario Betancur. Aunque Betancur tenía como objetivo esencial de gobierno abrir camino a un proceso de paz en Colombia con los grupos insurgentes, era claro que tarde o temprano iba a enfrentar el principal dilema de la sociedad colombiana: el avance del narcotráfico.
Ese momento llegó en 1983, cuando a nombre del Nuevo Liberalismo, Rodrigo Lara Bonilla ingresó al gobierno para asumir la cartera de Justicia. Sus debates contra el narcotráfico y, en especial, sus señalamientos a Pablo Escobar, lo pusieron en la mira de los violentos. Fue asesinado el 30 de abril de 1984. Lo sucedió Enrique Parejo González, también del Nuevo Liberalismo, quien fue blanco de un atentado en enero de 1987, cuando se desempeñaba como embajador de Colombia en Hungría.

En las elecciones parlamentarias de 1986, Galán no alcanzó la votación que el mismo aguardaba, lo cual lo llevó inicialmente a declinar de una nueva aspiración a la Presidencia de la República. No obstante, algunos jerarcas del liberalismo si vieron como una necesidad para afianzar el poder recobrado a través de Virgilio Barco, que Galán disolviera el Nuevo Liberalismo y retornara a su vieja casa política. Galán lo hizo sobre la base de que el mecanismo para elegir al candidato oficial fuera una consulta popular.

Entre los años 1987 y 1988, esta tarea fue posible. Entonces, en medio de la violencia narcoterrorista desatada por Pablo Escobar contra la sociedad y el Estado, Luis Carlos Galán empezó a prepararse para asumir la Presidencia de Colombia. Era claro que ninguno de sus rivales en la consulta liberal tenía posibilidades de quitarle la primera opción. En la medida que se acercaba la hora de las definiciones, el narcotráfico tenía claro que si Galán llegaba a la Presidencia, iban a tener a un enconado enemigo.

Fue así como el Cartel de Medellín empezó a planear cómo impedir que Galán llegara a la Casa de Nariño. El primer intento para asesinarlo se dio en Medellín. El viernes 4 de agosto de 1989, Galán viajó a la capital antioqueña para participar en la llamada Jornada Cívica de Reflexión, Acción y Compromiso promovida para protestar contra la ola de asesinatos que se venían dando en Medellín y que semanas antes le había costado la vida al gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur.

Al medio día de ese 4 de agosto, cuando almorzaba con un grupo de dirigentes liberales, fue requerido de urgencia por el entonces comandante de la Policía de Antioquia, coronel Valdemar Franklin Quintero, para advertirle que había sido descubierto un plan para acabar con su vida. En efecto, en la ruta que debía transitar Galán, a poca distancia de la Universidad de Medellín, por informes de la ciudadanía la Policía encontró un automóvil Mazda abandonado con armas en su interior.

No muy lejos del carro, en una zona despoblada, junto a un muro en construcción, también fueron hallados dos rockets listos para ser disparados, tres revólveres y un radio de comunicación. La Policía concluyó que ante la presencia de las autoridades, los asesinos habían visto frustrada su acción. Galán regresó de inmediato a Bogotá, donde las autoridades le notificaron que por informaciones de inteligencia se sabía que el narcotráfico había destinado una millonaria suma para acabar con su vida.

Por compromisos previamente adquiridos, esa misma semana Galán viajó a Caracas (Venezuela) y sólo regresó hasta el martes 15 de agosto, para reanudar su actividad política y examinar los detalles de su seguridad. La mayor preocupación radicaba en el hecho de que había sido cambiada su escolta, y su nuevo jefe de seguridad, Jacobo Torregrosa, no era de la entera confianza de su familia. Aun así, el director del DAS, general Miguel Maza Márquez, le aseguró que todo estaba bien y su vida no corría peligro.

El viernes 18 de agosto de 1989, después de cumplir distintas actividades políticas, hacia las 7:35 de la noche, Luis Carlos Galán partió hacia el municipio de Soacha, donde debía presidir una manifestación política. Cuando llegó al sitio señalado, todo era un desorden y la vigilancia prometida no se vio por ninguna parte. Durante 25 minutos, contraviniendo todas las recomendaciones de seguridad, Luis Carlos Galán fue movilizado en el platón de una camioneta blanca.

Abriéndose paso casi a empujones y en medio de una multitud que coreaba su nombre, Galán llegó hasta la tarima del evento, ascendió a la misma acompañado por su escolta Santiago Cuervo, y cuando saludaba a la multitud con los brazos en alto, se oyó la primera ráfaga de ametralladora. El candidato presidencial cayó pesadamente. Su escolta Santiago Cuervo lo cubrió con su cuerpo, pero el caos que se precipitó en el lugar sumado a la tardanza para que fuera atendido, aceleraron su muerte.

Primero fue conducido de urgencia al hospital de Bosa, de allí lo remitieron al hospital de Kennedy. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Tres heridas en la región abdominal fueron suficientes. En especial la lesión que le rompió la arteria aorta abdominal y le provocó una hemorragia interna que los médicos no pudieron contener. A las 10:45 de la noche, después de inútiles esfuerzos por salvar su vida, los médicos del hospital de Kennedy anunciaron el deceso de Luis Carlos Galán Sarmiento.

La tragedia de su muerte no fue inferior al lastre de la impunidad de su asesinato. Una historia que comenzó el martes 22 de agosto, apenas cuatro días después del asesinato de Galán, cuando en un operativo de la Dirección de Policía Judicial (Dijín), entonces dirigida por el coronel Óscar Peláez Carmona, se produjo la captura de cinco personas que fueron presentadas como los asesinos de Galán. La acción tuvo lugar en una oficina ubicada en la carrera cuarta con calle 19 en Bogotá.

Al día siguiente, los cinco detenidos fueron presentados al país y los medios de comunicación no tardaron en felicitar a la Policía por la rapidez de su investigación. Oficialmente se impuso la versión de que Alberto Jubiz Hasbum, Armando Bernal Acosta, Pedro Telmo Zambrano, Luis Alfredo González y Norberto Murillo Chalarcá, habían asesinado a Galán. Es más, el coronel Peláez informó al país que habían sido identificados por varios testigos y se explicó cuál había sido el papel de cada uno de ellos.

Sin embargo, con el correr de los días sucedió algo inesperado. Viendo las fotos exclusivas que había divulgado la revista Cromos sobre el atentado a Galán, un reconocido líder de la zona esmeraldífera de Boyacá conocido como Pablo Elías Delgadillo, se percató de un detalle: varios sujetos que portaban sombreros blancos y que sostenían pancartas alusivas al candidato presidencial, eran personajes que él conocía. Por esa razón decidió informar su hallazgo a la Décimo Tercera Brigada del Ejército.

Cuando el comandante de esta unidad militar, general Ramón Eduardo Niebles, interrogó a Delgadillo de quiénes se trataba, el líder de la zona esmeraldífera identificó inicialmente a Orlando Chávez Fajardo, quien por esos días se dedicaba a la reventa de esmeraldas en l carrera Séptima en Bogotá. Con el apoyo de las autoridades judiciales, el 19 de septiembre, un mes después del asesinato de Galán, el individuo fue capturado. De inmediato, viéndose sin defensa, confesó su participación en el magnicidio de Galán.

Pero además reveló que el asesino material había sido Jaime Eduardo Rueda Rocha, y que tanto él como Rocha y demás integrantes del plan hacían parte de la organización de Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano. Después de la confesión de Chávez Fajardo y gracias a su colaboración, fueron capturados en Bogotá Jaime Rueda Rocha, su hermano medio José Everth Rueda Silva y Enrique Chávez Vargas. El 22 de septiembre de 1989, fueron presentados a los medios como otros partícipes del crimen de Galán.

Desde ese mismo momento empezó el plan para garantizar la impunidad del magnicidio. Primero vino la retractación de Orlando Chávez, diciendo que lo había hecho porque lo habían presionado. Sin embargo, Enrique Chávez, su primo, aportó su propia declaración eximiéndose de responsabilidad pero aceptando que los demás si habían participado en el crimen. Lo insólito del asunto es que mientras la justicia mantuvo preso al grupo de Jubiz Hasbum y demás, le otorgó la libertad provisional por presunta colaboración a los Chávez.
El 5 de agosto de 1990, Orlando Chávez Fajardo y Enri que Chávez Vargas, los dos confesos partícipes del complot contra Galán y miembros de la organización de Rodríguez Gacha, fueron asesinados en Bogotá.

Un mes después, utilizando un documento falso, un individuo ingresó a la penitenciaría de La Picota y se cambió por Jaime Rueda Rocha, quien huyó por la puerta de la cárcel. El 23 de abril de 1992, cayó abatido por la policía en Honda (Tolima). Dos meses después, el 22 de junio, corrió la misma suerte José Everth Rueda.

Y mientras el grupo de asesinos de Galán se quedó sin castigo, al de Jubiz Hasbum y demás lo dejaron libre el 2 de marzo de 1993. Después de 42 meses y 10 días, un fiscal admitió que nada tenían que ver en el crimen. No obstante, nunca se investigó por qué se le dio credibilidad a este montaje y en cambio se alteró la verdadera investigación contra los asesinos. Tuvieron que pasar 20 años para que la justicia colombiana volviera a preocuparse por esclarecer el crimen de Luis Carlos Galán.

Hoy el magnicidio de Galán está considerado un crimen de lesa humanidad, es decir, imprescriptible, y se mantiene vivo por dos causas: la condena del excongresista Alberto Santofimio Botero, rival político de Luis Carlos Galán, quien según la justicia instigó as Pablo Escobar a perpetrar el asesinato; y el proceso judicial contra el exdirector del DAS, general Miguel Maza Márquez, porque supuestamente debilitó la escolta del candidato presidencial para facilitar la acción de los asesinos.

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