Cita en el patibulo: Caso de Fernando Galeano y Gerardo Kiko Moncada en la catedral

Por: EDGAR TORRES / eltiempo.com / 18 de julio 1993
Este y otros episodios, en una cascada de pavorosos crimenes, revelan la razon de la fuga de Pablo Escobar de prision.

Fernando Galeano y Gerardo Kiko Moncada con Pablo Escobar
El furgón que transportaba a los primeros jeques de la cocaína sentenciados a muerte franqueo sin tropiezos el puesto numero uno de control del Ejercito, viro rumbo a la Y e inicio el ascenso hacia La Catedral.

Eran las 5:30 de la tarde del viernes 3 de julio de 1992 y aun, a la distancia, el guardián de prisiones Saenz de J., conductor del camión Mazda 3.5, podía observar con claridad los piquetes de soldados que custodiaban el presidio, las improvisadas barricadas en la zona perimetrica del penal y el canon amenazante de las seis ametralladoras punto cincuenta instaladas estratégicamente para prevenir, por igual, un ataque terrestre o aéreo.

Pronto, a través del limpiaparabrisas, Saenz de J. divisaría los lujosos chalets, casi sumidos entre la vegetación boscosa, en la parte alta de La Catedral; el bunker en construcción en forma de un huevo enorme; el cuartel de la guardia de prisiones; el tablero electrónico desde el que se controlaba el alumbrado externo e interno de la cárcel, y los hombres de azul apostados de guardia en las garitas de seguridad.

Aquel era realmente un impresionante aparato oficial de custodia. Un primer pelotón instalaba, entre 6 de la mañana y 6 de l tarde, un reten móvil, en la vía que de El Salado conducía a la vereda La Catedral.

Mas adelante, en el sitio la  «Y» , otro piquete de nueve hombres, al mando de un oficial y un suboficial, constituía un reten permanente que, durante 24 horas, tenia a su cargo la requisa de los visitantes, la verificación de sus identidades y la exploración rigurosa de los vehículos que iban a entrar.

A su vez, desde una consola electrónica, camuflada en un caseta externa frente al presidio, dos técnicos controlaban los sistemas de video grabación y la apertura de las rejas del penal.

Seis puestos adicionales de control del Ejercito, cada uno con nueve hombres y un suboficial; una oficina de dactiloscopia del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS); veinte guardias de prisiones en el interior del presidio en cada turno y un sistema independiente de controles intercomunicado apenas por radios Hayton entre un puesto y otro, parecían hacer de La Catedral una fortaleza inexpugnable.

Sin embargo, no era así. Saenz de J. lo sabia quizá mas que ningún otro. Apodado El Naranjo , inscrito bajo el registro de carnet numero 660 de la Dirección de Prisiones, este hombre de origen antioqueño había transportado y llevado a la presencia de El Patrón , durante meses, a tantas jóvenes y esbeltas prostitutas como a avezados jefes terroristas y sicarios del Cartel.

Veteranos accionistas Ese atardecer del viernes 3 de julio, Saenz de J. cumplía con una de esas misiones extraordinarias, sigilosas y secretas. Otra misión de esas que, por si sola, se constituía en una burla grotesca a la cacareada política de sometimiento del gobierno del presidente Cesar Gaviria y sus ministros de Justicia.

En la parte de atrás del furgón, ocultos tras una carpa negra que simulaba ser el fondo del camion, Saenz de J. transportaba a tres de los hombres mas veteranos, poderosos y respetados del Cartel de Medellin: Carlos Alzate Urquijo, Arete ; Fernando Galeano y Gerardo Kiko Moncada.

Por una década, a su modo, cada uno de estos tres jeques de las drogas había erigido su propio imperio y su dinastía familiar en el trafico internacional de estupefacientes y, a estas alturas, eran la cúpula en libertad de esa organización que la Drugs Enforcement Administration (DEA) rotulaba desde 1983 como el Cartel de Medellin .

Socios y aliados ancestrales del Cartel, Galeano y Moncada habían hecho posible, mano a mano con Pablo Escobar y quizá con mayor énfasis y serenidad que el, el dorado de la Hacienda de Napoles.

Pilotos, pequeños turbocomander, combustible de recarga para abastecer los aviones en el aire, claves de rotulacion de la cocaína y ejércitos de correos habían sido su obsesión y su pertenencia común.

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Hasta los 300 traqueteros que desde 1984 recogían, embalaban y custodiaban la cocaína en las haciendas y pistas cercanas, coordinados por Héctor Henao (H.H.) y Mario Alberto Castaño Molina (El Chopo ), habían sido una especie de patrimonio compartido.

Al lado de Pablo Escobar, ademas, Fernando Galeano y Gerardo Kiko Mocada habían rentado y convertido en terminal aéreo de exportación de las drogas las fincas de Cesar Cure, en las hermosas planicies de Córdoba; habían usufructuado la espectacular ruta de La Fania en Nuevo México; habían explorado el bombardeo de las tulas de cocaína sobre el mar de las Bahamas y, en todo caso, durante una mas de una década, habían reventado el mercado norteamericano con miles de toneladas de cocaína.

El nexo que les reunía ahora, este atardecer del viernes 3 de julio, sin embargo, era menos atractivo y cordial. La dron de un entierro La razón de aquella visita extraordinaria a La Catedral era una afrenta que Fernando Galeano y Gerardo Kiko Moncada consideraban inadmisible e infame y que ambos, quizá ingenuamente, habían confiado en subsanar.

Una naciente aventura amorosa había puesto al alcance de Alejandro, un trabajador de Mario Castaño, El Chopo , información a tal punto privilegiada y top secret que a cuenta de ella habría de correr la sangre a ríos en las horas siguientes.

Aun cuando no el sitio exacto, Alejandro sabia de la existencia de una enorme caleta en el barrio occidental de San Pio, en un garaje, oculta en el suelo y custodiada tan solo por una mujer madura y su hija adolescente.

Los Galeano y los Moncada denominaban esos entierros sus cajones y, entre ellos, socarronamente, auto alababan tal sino de previsión: Había que sobrevivir y siempre había que guardar una platica .

Por lo demás coincidían Fernando Galeano y Gerardo Kiko Moncada, si alguna vez se presentaba una vaina y se caía el negocio, pues era cuestión de meterse y legalizarse con esas platicas Esas platicas eran en realidad fortunas enormes y una de ellas se había esfumado.

Alejandro había puesto al tanto del secreto a Mario Castaño y,  posteriormente,  Cachacho , quizá el único escolta de Fernado Galeano que sabia del entierro, había sido cazado y asesinado.

Finalmente, en la noche del miércoles primero de julio, armados hasta los tuétanos, cuatro hombres habían irrumpido en la residencia de San Pio y sometido sin esfuerzo a la vieja y a su hija adolescentes.

Sorprendidas por la presencia de aquellos bastardos armados, las dos mujeres no habían tenido otra alternativa que permitir la exploración minuciosa de la casa y, en particular del garaje, resignándose a aceptar que los pillos se lanzaran sobre el botín.

Aterrorizadas por las consecuencias de aquel hecho, habían lanzado improperios y amenazas: Ninguno de ustedes va a tener tiempo de gastarse un solo dólar… h. p. , pero solo la fuerza de las ametralladoras hubiese detenido a los trabajadores de El Chopo . Era una suma enorme: veinte millones de dólares. Morirá quien ha robado El escándalo estallo en las entrañas del Cartel en la misma madrugada del jueves 2 de julio con advertencias de ejecución.

Enterado del robo, Fernando Galeano había lanzado a todos y a cada uno de sus hombres a trabajar en la búsqueda del dinero y con desespero, personalmente, se había dado a la tarea de ubicar a Carlos Alzate Urquijo, Arete , y a Mario Castaño El Chopo . Había tenido suerte con el primero, pero no con el segundo.

Arete había intentado obtener el apoyo de Memo Bolis un hombre que en 1993 seria acusado de ser el artífice de varios de los atentados dinamiteros que habrían de seguir en Bogota a la fuga de Pablo Escobar, pero este terminaría por excusarse.

El Chopo le había encomendado diversas tareas, y no tenia un centímetro de tiempo. A cambio, sin embargo, Memo Bolis sugería utilizar a Boliqueso , Chichi y Rigo . Ellos cooperarían con Arete y con Fernando Galeano en la organización de la búsqueda del dinero.

La Visitación Fernando Galeano cito a los cuatro hombres del Cartel en La Visitación, un centro comercial de comidas rápidas, en la inferior de El Poblado, una especie de zona rosa de Medellin, y los recogió en su propio auto. Le seguía solo Bocadillo , su guardaespaldas de confianza.

Los vehículos se enrumbaron por la ancha avenida de El Poblado, utilizando solo los desvíos estrictamente necesarios para alcanzar una oficina amoblada, en un edificio cercano a la sede del Club Deportivo Medellin.

Se estaba transmitiendo un partido de futbol y tanto Rigo como Bocadillo se instalaron en primera fila a la espera de instrucciones. Fernando Galeano estaba frenético: Se robaron una caleta y hay que organizar la búsqueda , explico lacónicamente a Arete . Yo necesito que ustedes ayuden A esa altura, atardecer del jueves 2 de julio, Fernando Galeano había hecho trasladar desde San Pio hasta su oficina, en cercanías de la sede del Deportivo Medellin, a los únicos testigos del hurto: la mujer madura y su hija adolescente. Las únicas habitantes de la residencia de San Pio.

De acuerdo con Galeano, ambas conocían los rasgos y las características de los cuatro hombres que habían participado en el robo y, a la sazón, sobre la descripción que ellas habían suministrado, los hombres de Galeano cazaban información.

La noche de ese jueves 2 de julio transcurrió a la espera de esa información y, finalmente, poco antes de la madrugada, hombres de Galeano condujeron hasta la edificación en que este se encontraba con Arete a dos hermanos, uno de ellos, un individuo entelerido conocido como Valmer .

Tenían indicios de que por lo menos uno de los dos había participado en el saqueo de la caleta, pero ni la mujer ni su hija los identificaron como participes en el episodio.

Tampoco los interrogatorios de Fernando y sus lugartenientes llevaron a concluir que aquellos hombres hubiesen tenido algún tipo de intervención en el asunto y por ello, a la postre, en el filo del amanecer, Fernando Galeano había ordenado ponerlos en libertad.

Arete , Rigo y Chichi habian permanecido allí a la espera de instrucciones, pero pronto probarían que estas no eran necesarias.

Poco antes de la una de la tarde del viernes 3 d Julio otro grupo de hombres de Fernando Galeano regreso con una fotografía de Alejandro, de quien se decía que era un trabajador de El Chopo o de El Titi .

La versión excito a Arete , pero solo palideció cuando la adolescente identifico la fotografía: Ese es uno de los que fue allá por la plata .

No podía existir otra conclusión. Si aquel hombre era en realidad trabajador de El Titi o de El Chopo , la plata la tenia directamente La oficina .

Esa conclusión vertiginosa de Arete , Chichi y Rigo fue también la de Fernando Galeano: Hay que subir a hablar con Pablo porque aquí dicen que este es trabajador de El Chopo o de El Titi Si el dinero ha sido tomado a sabiendas de que era un dinero de mi propiedad añadio Galeano, observando a Arete , Pablo debe saber que los ladrones han de ser castigados .

Arete tomo el teléfono y se comunico con Luiscar , el radio operador y estafeta que decía servir a Jhon Jairo Velasquez, Popeye : Fernando Galeano requería ver de inmediato a Pablo Escobar en La Catedral .

Luiscar hizo lo suyo y, en breve, respondió: Si, que suban. Venga usted también , comunico a Arete .

Fernando Galeano despidió a las mujeres y a sus escoltas. Boliqueso , Rigo y Chichi abordaron el vehículo de Bocadillo y este dejo a Rigo en el parque de Envigado y a Chichi en el centro de La Visitación.

Fernando Galeano y Arete en rumbaron hacia La Catedral. No lo sabían, pero Pablo Escobar había citado también a Gerardo Kiko Moncada y este iba en camino.

Escobar había hablado a Kiko en un tono pavorosamente convincente: si en efecto habían robado una caleta de propiedad de Fernando Galeano y los responsables eran agentes del Chopo , solo un arbitro intermedio, como el, podría definir la suerte de los pillos…

El fin de una dinastía Otro, no obstante, habría de ser el desenlace. Los primogénitos en la dinastía de los Moncada y los Galeano avanzaban inexorablemente hacia el patíbulo Habían tenido esa oscura y extraña premonición desde el instante mismo de confrontar a Escobar, y verle armado de un metra, su radio portatil, su beeper y la pistola que le había distinguido por anos.

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El juicio final, sin duda, estaba cerca. Y era así. Al ascenso de Fernando Galeano y Gerardo Moncada a La Catedral, la noche del viernes 4 de julio, había seguido una discusión tensa y definitiva.

Antes que obtener la restitución de sus veinte millones de dólares y un castigo ejemplar contra quienes se habían atrevido a hurtarlos, Fernando Galeano se enfrentaba a un juicio sumario, en el que la exasperación total lo conduciría a la tumba Sin éxito, había intentado persuadir a Escobar de que aquel dinero era su cuota de anos de trabajo y que jamas había creído que tuviese que explicar su tenencia o su procedencia a nadie. No estaba dispuesto a perderlo, y tampoco a cederlo o a explicar nada a nadie. Ahora, solo deseaba que se lo restituyeran.

Otra, no obstante, era la decisión de Escobar, como nunca antes presionado por El Chopo , un sicario de profesión que tras la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha El Mexicano se había auto proclamado el nuevo guerrero del Cartel.

La sentencia de Escobar era nítida: Todos sus bienes, las pistas, los aviones, los embarques, los creditos, las deudas, los pilotos, han quedado confiscados para la guerra .

Era una decisión justa, explicaba Escobar frente a quienes habían decidido atesorar dineros al punto de permitir que se pudriesen bajo tierra antes que compartirlos.

Si había aceptado que Alejandro y otros hayan hurtado la caleta de Fernando Galeano, explicaba El Patrón , era solo para verificar que La Fania seguía siendo una ruta segura y millonaria, cuyos dividendos se repartían justamente en otros tiempos y permitían atender las necesidades de La Oficina .

Esas necesidades, a decir de Pablo Escobar, no eran otras que el sostenimiento de un elevado numero de viudas y huérfanos, la asistencia legal a los sicarios y testaferros detenidos, la seguridad de los que aun estaban libres y la costosa guerra contra el Gobierno y sus agentes.

En concepto de Escobar, la irrisoria suma que Fernando Galeano y Gerardo Kiko Moncada aportaban mensualmente a la oficina entre 150 mil y 200 mil dólares no era mas que una limosna. Los veinte millones de dólares en un lento proceso de pudrición hallados en la residencia de San Pio eran una evidencia contundente de ello.

El sostenimiento de La Catedral y su infraestructura de seguridad, los litigios legales, las altas cuotas de sobornos y los cien millones que se repartían entre algunos mandos de las fuerza publica como mesada para la seguridad real de La Catedral y la laxitud en los requerimientos de Escobar, demandaban mucho mas que una miserable partida asignada a regañadientes Por lo demás, sostenía Escobar, La Oficina no debía un céntimo a William Moncada, a quien Escobar acusaba de ser un ebrio permanente, sin el sentido de la guerra y sin un mínimo concepto de justicia respecto del bienestar de sus trabajadores.

Otros de los 15 reos de La Catedral habían seguido el asunto en el escenario mismo, en una celda cercana a la de Carlos Aguilar Gallego, El Mugre , y constituían un peculiar jurado de conciencia.

Al fin y al cabo, como lo aseguraba Escobar, eran ellos quienes enfrentaban al Ejercito y al Gobierno y vivían sitiados permitiendo que otros se enriquecieran con La Fania y ocultaran sus fortunas en caletas como aquella de San Pio, en la que parte de un inmenso cajón se podría…

La retaliacion verbal hubiera podido desenfrenarse aun por otras largas horas, pero, intempestivamente, frenético ante su impotencia y ante tal traición, Fernando Galeano se había abalanzado fuera de si sobre Escobar…

La ráfaga, tiro a tiro, de una metra con silenciador acababa de inaugurar la mas sangrienta vendetta en las entrañas del Cartel. Mañana: Esto es un golpe de Estado .

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