La primera entrevista que dio Pablo Escobar

Por: Fernando Álvarez / www.kienyke.com
Transcurría un lunes de consejo de redacción en la revista Semana, donde yo trabajaba como periodista. Era mayo de 1983. Luego de que el jefe de redacción, la editora y el columnista estrella propusieran sus temas de actualidad y de coyuntura, cuando la sesión estaba a punto de terminar, me atreví a proponer un tema que podía terminar en rechifla o en murmuréo descalificador. “Jefe -le dije al director-, hay en Medellín un tal Pablo que aspira a la Cámara de Representantes por el Movimiento de Jairo Ortega y Alberto Santofimio, que todo el mundo dice que es un mafioso y me gustaría hacerle un reportaje”.

“Ah! sí -respondió Felipe López-, me contó Carlos Nader que es un personaje con canecas de basura en forma de caimán en una finca que tiene en Puerto Triunfo. Pero no creo que lo consiga. Vaquero, (así me llamaban), si tiene novia en Medellín vaya pero dudo que logre la entrevista”. Conocía de su existencia desde el año anterior por el constante run run en Medellín durante la campaña presidencial de Alfonso Lopez Michelsen, que me correspondió cubrir. Se hablaba entonces de un tal Pablo que estaba en las listas de Renovación Liberal como suplente de Jairo Ortega y se decía que era un poderoso miembro de la mafia.

Un amigo de mi barrio que pertenecía a una de esas familias que recientemente habían adquirido carros lujosos para la época, como Ford LTD, ¨chicaneaba¨ con que su carro Buick modelo 80 había sido el pago de ¨Los Pablos¨ por ¨una mercancía¨ que le habían comprado. Al parecer eso le daba algún caché en le mundo del traqueteo. Una vez me aprobaron los viáticos en la revista, lo busqué y le dije que me contactara con los Pablos. Él llamó a un hermano suyo que conocía una novía de un tal Octavio Piedrahita, dueño del Deportivo Pereira y amigo de los Pablos. Él me pondría en contacto con ellos.

Viajé a Medellín sin fotógrafo porque nadie en la revista creía que yo regresaría con la chiva. Me llevé una Olympus como las que usaban los fotógrafos de la carrera séptima y me embarqué.  Al llegar a Medellín en el aeropuerto Olaya Herrera me esperaba Sandra, la amiga de mi amigo y novia de Piedrahita. Una hermosa paisa que conducía como en el autódromo y cuya minifalda se trepaba hasta la tentación, pero yo iba concentrado en mi entrevista, o mejor, en cómo reaccionaría mi entrevistado.

Sin más vueltas me llevó a la discoteca Kevins,  en apogeo por esos días y cuyo dueño era un tal ‘Pelusa’, socio de Escobar y de nombre Jose Ocampo, dueño también de una famosa finca ganadera en Necoclí llamada la Virgen del Cobre. Tan pronto llegamos y Sandra se disponía a parquear su Reanult 18, vio algo que le produjo una inesperada reacción, palideció y se escurrió por debajo del volante. Me dijo, “bájese, ahí adentro debe estar Pablo Escobar, pero no lo puedo llevar porque no saldría viva de aquí. Vaya y pregunte por él, que tenga suerte aunque no creo que le de la entrevista”.

Santofimio y Escobar

Alberto Santofimio promovió a Pablo Escobar en la política.

Yo quedé toteado del susto y fui entrando tímidamente al salón donde había una especie de reunión. Eran casi las 7 p.m. y había una convocatoria a un Foro Nacional de Extraditables.  El acto ya había comenzado y pasé inadvertido. Me acercaba poco a poco a la tarima para identificar los personajes que estaban en la mesa que presidía el acto y me abordó un moreno grueso con cara de todo menos de anfitrión. “¿Quien eres tu? ¿De donde vienés?”  Yo desenfundé rápidamente mi carné de Semana y se lo mostré. Lo tomó y me dijo, “ya vengo, soy Faber”, y se dirigió a la mesa donde varios de los que presidían el foro hicieron un gesto no muy emotivo, y más bien dubitativo, de aprobación.

“Que puedes estar en el Foro pero que nos gustaría saber más tarde qué es lo que vas a contar”, me dijo Faber. Yo dije que no había venido a cubrir el evento sino a entrevistarme con el señor Pablo Escobar. Con su mirada, que me atendía poco amigablemente, Faber parecía querer decirme que yo estaba loco y fue a preguntar si mi petición podía cumplirse.

Faber se dirigió a un señor de bigote con aspecto de malhumorado, pésimamente vestido, peinado vaselino y quien no hacía más que mirar como bobo a una de sus compañeras de mesa, Virginia Vallejo, una diva de la televisión famosa por sus piernas y su glamour, que conducía el evento al lado del conocido ex magistrado Humberto Barrera Domínguez y del controvertido exparlamentario anapista Gabriel Zapata Izasa. Ese hombre con cara de conductor de buseta bogotano me miró con reserva desde lejos y me mandó decir: ¨que me espere¨.

Yo comencé a hacer la cuenta regresiva, aunque no dejaba de ser interesante que alguien que pidió la palabra contaba que un colombiano de nombre Carlos Arango iba a ser ejecutado en la silla eléctrica en Miami por esos días y proponía que el Foro Nacional de Extraditables pidiera al gobierno colombiano que exigiera a los Estados Unidos no aplicar una pena que no existía en Colombia. En efecto, surgió un movimiento de reclamaciones hasta de la Comisión Andina de Juristas que logró que los jueces de la Florida cambiaran la silla por cerca de 20 años de prisión. Irónicamente, tan pronto Carlos Arango cumplió su pena, hace unos cinco años, regresó a Medellín donde fue acribillado salvajemente.

Cuando el foro terminaba Pablo Escobar se apresuró a saludarme. En tono entre paisa y altanero dijo: “Buenas noches, periodista, nosotros respetamos mucho la revistaSemana y al doctor Alfonso López, por eso le voy a conceder la entrevista. Quédese en el Inter y nos vemos mañana a las 12 en el lobby”. Me hospedé esa noche a dos calles en el Hotel Intercontinental pero casi no dormí. Esperaba con ansiedad la entrevista y me causaba curiosidad mi entrevistado. Dos días después, cuando me fui a chequear para salir  del hotel me dijeron que mi cuenta estaba paga. Botones y recepcionistas me pidieron el taxi para el aeropuerto.

La ansiada entrevista

Sentados en la mesa del restaurante del hotel al día siguiente, Escobar pidió bandeja paisa para los dos y comenzó a responder preguntas. Con una grabadora de dotación del tamaño de un libro, puse el casete de 90 minutos a rodar. Pregunta va, respuesta viene, me contaba que hacía cosas por el deporte, que iluminaba canchas en Medellín, que tenía inmensos proyectos turísticos en Puerto Triunfo, que la clase política lo perseguía porque se repetía en cabeza suya la historia de Jorge Eliecer Gaitán con la oligarquía y que tendría una muy alta su votación porque su carrera política sería fulgurante.

Pablo Escobar

Fernando de Jesús Álvarez (primero de izquierda a derecha) en la redacción de la revista Semana.

Yo medio almorzaba sin disfrutar mucho la bandeja paisa y no prestaba mucha atención a lo que me contaba porque en mi cabeza sólo daba vueltas la forma de preguntarle por el origen de su dinero. Casi dos horas divagué mentalmente buscando la forma de abordarlo con la pregunta de los millones. Que un mafioso fuera interrogado sobre su fortuna, por lo menos en ese momento, no era fácil. Con la tensión que producía el temor a que enfureciera y con plena conciencia de que el disgusto de este señor podía resultar literalmente mortal, cuando hablaba de su hermano Roberto, el ciclista, y de la fábrica de bicicletas Osito, logré que entráramos en temas de dinero y al final en cómo había construido su fortuna.

” Se dice que su dinero tiene algunos orígenes que para ciertos sectores de la sociedad no resultan fáciles de explicar e incluso hay quienes afirman que podrían estar ligados a algún tipo de actividades consideradas no lícitas o por lo menos…” Escobar se solidarizó conmigo y me interrumpió al notar que me volvía un ocho y me esforzaba en puntualizar. Refutó con un enérgico: “Vea hombre, a Jesucristo lo calumniaron, a Bolivar lo denigraron, a Gaitán lo tildaron de comunista. Que digan que yo soy mafioso es lo menos que se puede esperar de esta oligarquía que no quiere que le toquen su poder”.

Una vez salí de eso, respiré. Lo mire tranquilo y le pude echar mano al chicharrón. Se había terminado la angustia pero comenzaba cierto aburrimiento porque se dedicó a hablar de lo exitoso que eran sus negocios, que compraba tierra barata y la vendía cara, que tenía suerte porque todo lo que adquiría lo vendía luego al doble y que su intuición para mover el dinero era algo que lo acompañaba desde muy joven. Obviamente negó que tuviera cualquier vínculo con actividades ilícitas y más bien terminé, poco a poco, sometido a un interrogatorio sobre la revista. Cómo se hacía Semana, cuánto capital habían aportado los socios y qué tanto requería una inversión de esas. Mis respuestas eran muy lejanas porque no conocía detalles pero notaba que en su búsqueda de poder político incluía la urgencia del poder mediático. De hecho, sin ningún tapujo y en un exceso de confianza me dijo “averíguame bien esas cosas y montamos una revista”.

Sentí un poco atrevida su propuesta pero días después, cuando montó en El Poblado el noticiero Antioquia al Día, que se emitía en el espacio de Arturo Abella, un conservador recalcitrante que no tuvo problemas en consentirlo, el cual dirigía Antonio Restrepo, un antiguo dirigente de izquierda que por poco resulta mi ídolo cuando fundó el movimiento Ruptura en 1977, y  terminó de dirigente bananero. Comprendí que las propuestas de Escobar, fuera o no narcotraficante, eran aceptadas por un sector de la sociedad que estaba dispuesto a acogerlo en su seno con sus proyectos políticos, económicos, sociales, populistas y hasta criminales.

En ese momento entendí que ese hombre que estaba al frente mío iba a dar mucho que hablar en Colombia. Y justamente con esa frase terminó el artículo deSemana ’Un Robin Hood paisa’, que para quienes no captaron la connotación peyorativa del título, resultaba una especie de apología al delito, mientras que Enrique Santos Calderón, por ejemplo, salía en defensa del tema en su columna, en la que decía que ese fenómeno  había que contarlo y que ignorarlo no resolvía un problema que apenas comenzaba.

Pero luego vendría otra angustia peor. Desde el momento en que me despedí de Pablo Escobar, luego de un tour que me hizo al día siguiente en su Renault 18 por los barrios nororientales y por el basurero de Medellín, donde había construido una especie de urbanización de interés social, y en donde le disparé algunas fotos con las señoras que barrían el piso de tierra, regresé a Bogota el viernes. Por la noche escribí con la supervisión y ayuda de Felipe López el artículo y me dediqué a esperar impacientemente que llegara el martes siguiente, cuando saldría la revista. Si preguntarle era difícil, escribir sobre él era infinitamente peor. Ahora estaba ansioso por saber cómo le parecería el artículo a Escobar, porque sentía que si llegase a existir una sola letra que no le gustara, estaría en problemas. Y su forma de mirar me indicaba que no tendría contemplaciones.

Llegó el martes y tan pronto me informé de la hora en que llegaría la revista a Medellín llamé por teléfono a un señor Gustavo Upeguí, quien le cargaba a Escobar un carriel con dinero para darle a los del basurero y a todo el que su jefe dijera, y muchos años después terminaría dueño del equipo Envigado y posteriormente asesinado en las vendettas con ‘Don Berna’. Cuando contestó el teléfono Upeguí me saludó: ¨ministro de comunicaciones -me dijo- Eso quedó muy bueno y el patrón está feliz”. Volví a respirar.

Pablo Escobar y Fernando de Jesús Álvarez

Fernando de Jesús Álvarez logró hablar con Pablo Escobar cuando se abría camino en la política.

A partir de ese momento empezaron a buscarme los periodistas internacionales. The GuardianLe ExpressTimeNewsweekLe FigaroCambio 16, El País y noticieros de televisión de todas partes del mundo me llamaban para que les ayudara a entrevistar a Pablo Escobar. Yo no estaba autorizado para dar sus datos y lo que me correspondía por tratarse de colegas era preguntarle a Escobar o a su gente si quería dar entrevistas. Escobar, que no tenía pelos en la lengua, me preguntaba si tenía cara de periodista o si parecía agente secreto americano o algo así.

Con el escalofrío que produce el supuesto escenario que se desprende de su pregunta, yo terminaba observando al con cada solicitante extranjero con ojos de analista o sicólogo industrial. Pero quedaba nuevamente en una sin salida. Podía decirle al periodista que siguiera su camino, que yo no me metía en eso y olvidarme de mi solidaridad de gremio. Pero nunca sabría si estaba dejando de ver algo. De hecho, en varias ocasiones Escobar me dijo que fuera con el periodista. Y yo, ligero de patitas, armaba viaje porque siempre sentí que no debía perderme lo que estaba ocurriendo alrededor de tan particular personaje.

Esa cercanía me permitió tener a Pablo Escobar como fuente. De hecho resultó muy importante para que yo pudiera contar en Semana el caso del colombiano que iban a condenar a la silla eléctrica. Cuando lo llamé me dijo que me ayudaría con una única condición, que mi investigación sobre Arango y su familia sirviera para que Virginia pudiera hacer la misma nota en su programa en Globo Televisión. A ella le mandaba avión para recogerla y a mí me dijo vente con ella y de paso van adelantando su nota.

En ese viaje tuve la oportunidad de ver su reverencia con la presentadora, su timidez para conquistarla y su ridícula forma de tratar de impresionarla con supuestos conocimientos esotéricos. Su afición por el fútbol y su frustración como futbolista. Su gusto por la rokola y su maña de dormir hasta mediodía. Su forma de segregar la información y de compartimentar sus amistades. Era fácil que pasara de una sala en donde atendía a Bernardo Guerra Serna, el cacique liberal más importante de Antioquia, para pasar a otra donde escondía sus ‘pistolocos’. De una cabaña donde atendía al sacerdote Elías Lopera a otra donde se hablaba en voz muy baja con personajes que, aún desde lejos, se veían siniestros.

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