EL ABOGADO DE LA MAFIA

POR HAROLD ABUETA / revistadonjuan.com
GUSTAVO SALAZAR ES EL ÚNICO HOMBRE EN COLOMBIA QUE PUEDE DECIR QUE HA TENIDO TRATOS CON PABLO ESCOBAR, LOS MELLIZOS, LOS HERMANOS RODRÍGUEZ OREJUELA, “EL MEXICANO”, ‘‘PACHO’’ HERRERA Y FIDEL CASTAÑO Y SEGUIR VIVO. FUE EL DEFENSOR DEL M-19 POR LA TOMA DEL PALACIO DE JUSTICIA Y EL DEL ASESINATO DE LUIS CARLOS GALÁN, PERO COMO PABLO ESCOBAR ERA TAN “MALA PAGA”, SÓLO LE PAGÓ 20.000 DÓLARES DE LOS 200.000 QUE LE COBRÓ POR EL PROCESO. HOY VIVE EN MEDELLÍN Y SUS ÚNICOS LUJOS SON LAS MUJERES Y UNA COLECCIÓN DE RELOJES.
Era una fría mañana de 1997 y el sicario todavía no se animaba a disparar. Salazar se echó de espaldas en su silla, respiró profundo y preparó un discurso. “Mire muchacho, si usted viene a matarme, hágalo, pero sepa que ‘Tomate’ no le va a pagar esta vuelta. Él le gusta hacerle ‘conejo’ a los sicarios. Usted me cayó bien y se ve que es un buen pelado. Más bien llame a su jefe y dígale que yo le mandé decir que él es un LAVAPERROS de NARCOTRAFICANTE BARATO”.

El sicario bajó el arma entre atónito y asustado, tomó el teléfono del escritorio y llamó a uno de los patios de la cárcel de La Picota. Pidió que lo comunicaran con su jefe y cuando escuchó su voz sólo atinó a decir: “Jefe aquí le paso al doctor Salazar”. Sin miedo y con marcado acento paisa el jurista le dijo: “Yo sé que estás berraco porque no me he podido concentrar en tu caso, pero he tenido que defender a otros narcotraficantes. Ahora bien, si no me han podido matar otros capos de categoría, mucho menos me vas a matar vos que sos un come mierda. Si querés que siga con tu defensa portáte como un hombre decente”.

Salazar colgó el teléfono, le dio unos pesos al sicario para que se devolviera a Medellín y así conjuró una más de las cuarenta amenazas de las que ha sido víctima por atender los casos de los principales narcotraficantes del país, por haberse enredado en un mundo en el que hay que tener mente de ajedrecista para mantenerse vivo.

Ahora estoy en la sala de su apartamento en el sector de El Poblado en Medellín. Es un espacio lleno de espejos y de luces de neón. En una de las paredes de la sala hay una pintura con un paisaje Kitsch de las islas griegas –uno de sus destinos favoritos– y en otra pared un estupendo cuadro de Alejandro Obregón, un cóndor que le regaló uno de sus viejos clientes, el narcotraficante más famoso y sanguinario del planeta: Pablo Escobar. No me termino de acomodar en uno de sus sillones azul rey fosforescente el color de las paredes del bar y de las sillas de comedor– y de quedar al frente de un par de anuncios luminosos de cerveza Budweiser y afiches de playa, cuando el jurista suelta una ráfaga de temas sin hilo conductor. Habla de la popularidad del presidente Uribe que alcanzó 85%, de un futbolista antioqueño que ese día abandonaba el oficio y me muestra el libro Pablo Escobar en caricaturas, otro regalo del capo con dedicatoria incluida, que el mismo Escobar editó con ayuda de un familiar y que recoge en 377 páginas sus caricaturas en la prensa nacional e internacional. La portada es de cuero café, con el título, la firma y la huella de Escobar en oro de 18 quilates. En 2005 uno de los veinte ejemplares que existen salió a la venta por Internet con un precio base de 60.000 dólares.

Me muestra los más de 700 libros de literatura occidental y de jurisprudencia que tiene en las bibliotecas de su habitación y de su estudio, me dice que sus obras favoritas son Misterios de la vida, de Osho, y el Libro del loco amor o La doctrina de la lujuria metódica, de Tandem.

Las sábanas y las colchas de su cuarto parecen las de de un adolescente, tiene fundas de Bart Simpson y por todas partes hay logos y escudos de Atlético Nacional, el F.C. Barcelona y River Plate. En la mayoría de los armarios no hay ropa, sino que están atiborrados de pies a cabeza con revistas y magazines populares. Los títulos que más se repiten son los de Caras y Gente, de la Argentina; Selecciones, París Match, Habitarte Oggi, de Italia y la Hola española. En su mesa de noche –en un orden enfermizo– tiene 20 pares de gafas y 10 relojes Rolex, Dolce & Gabanna, Bvlgari y Montblanc. Los electrodomésticos de su cuarto no son mayor cosa: un televisor de 21 pulgadas y una grabadora que siempre tiene sintonizada en La W radio o con cd de Nicola di Bari, el baladista italiano de canciones como «mi corazón es un gitano» y «Lisa de los ojos azules».

“No me gustan los lujos”, me dice cuando le pregunto por qué vive en un apartamento de apenas 150 metros. “Los millones que me he ganado”, me dice, “los he dejado en los mejores restaurantes y tiendas de ropa de Roma, París, Argentina, Madrid y Grecia”. Cada quince días viaja a la Argentina –sólo para comer su plato favorito: la carne– con una nueva y despampanante novia. Según él tiene cinco o más amiguitas, y algunas estudiantes que se ganaron una beca de estudios con su dinero. Sólo fuma cigarrillos Black Devil, unos tabacos delgados con olor a canela y vainilla que tienen en la caja un diablo sonriente y que, como explica uno de sus fanáticos en un artículo de El País, de España, “huelen a chocolate. Y, sólo con la primera calada, deja en los labios un agradable regusto a cacao”. Salazar parece un hombre sencillo, pero medianamente excéntrico: me abrió la puerta con una camisa de seda roja italiana una talla más grande y unos pantalones blancos de tela de sudadera. Es un hombre que disfruta como nadie el relato de historias de la mafia y las crónicas de sus viajes.

Esos relatos los mezcla con complejos conceptos jurídicos creados por él que le han servido de paso para granjearse el nombre que hoy tiene en el mundo judicial.

Horacio gómez aristizábal tiene 77 años y es uno de los abogados penalistas más destacados del país, fue su profesor en Derecho Penal y Especial en la Universidad Libre. Lo conoce como la palma de su mano y destaca en él la ambición de sobresalir en épocas estudiantiles. Según Gómez, Salazar era un alumno brillante que se especializó en la técnica para ganar pleitos a partir de la valoración de la prueba. “El derecho sin la prueba no existe”, remata el maestro que le inculcó también la “doctrina Ferri”, aquel principio desarrollado en el siglo XIX por el penalista italiano Enrico Ferri, según el cual el delito no es un hecho académico ni una entelequia jurídica, sino un hecho humano, con motivaciones sociales, síquicas y hasta ambientales.

Estos conceptos permitieron que este penalista se pusiera de moda en los años ochenta y noventa y fuera quizá el más avezado en la audiencia pública. Varios de sus colegas recuerdan, por ejemplo, la manera como a falta de una prueba contundente Salazar logró en 1988 que el jurado declarara inocente al narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, ‘‘el Mexicano’’, acusado de ser el responsable de la muerte, un año atrás, del abogado y líder político de la Unión Patriótica Jaime Pardo Leal.

Estas enseñanzas, que vinieron luego de Jaime Bernal Cuéllar y Alfonso Gómez Méndez, entre otros, le sirvieron para defender, en 1989, a la cúpula del entonces grupo guerrillero Movimiento 19 de Abril, M-19, integrada por Vera Grave, Carlos Pizarro, Ever Bustamente, Marcos Chalita, Gustavo Petro y Antonio Navarro entre otros, por los hechos de la cruenta toma del Palacio de Justicia. “Serví como abogado de oficio en ese juicio y logré que el juez declarara a los sindicados de sediciosos y lograran el indulto. No me lo va a creer, pero después de que los defendí no me gané ni un saludo por parte de ellos”, recuerda Salazar.

Ese proceso no le dio dinero, pero sí prestigio. Más tarde fue contactado por los principales narcotraficantes de la época que veían en él una especie de redentor. Por ese camino asumió la defensa de Pablo Escobar Gaviria, sindicado de la muerte del candidato presidencial Luis Carlos Galán en 1989. Un crimen que partió en dos la historia de Colombia. ‘‘Cobré 200.000 dólares por esa defensa. Pero como Pablo era tan mala paga, me mandó 20.000 dólares con un mensajero. Luego se sometió a la justicia y me quedé viendo un chispero’’, dice este abogado quien señala a Escobar como un hombre al que poco le gustaba el género humano. ‘‘Escobar decía que eran más importantes sus caballos que sus abogados’’, asegura mientras se acomoda el cuello de la camisa.

Después de ese caso, según él, llegaron las vacas gordas. Fue contratado para defender a lo más granado del narcotráfico de Medellín. Gustavo Mesa, Oto González, Sergio Ramírez, Roberto Escobar, Posada Fiero, Juan David Rossi, entre otros, quienes hacían fila y pagaban lo que fuera para que Salazar asumiera sus casos y los ayudara a someterse a la liviana justicia establecida con la Constitución de 1991.

Sin embargo, ese trabajo trajo problemas. Por aquel entonces Colombia se encontraba en medio de una guerra entre narcotraficantes que dejaba centenares de muertos. Según él, Fidel Castaño, uno de los fundadores
de las Autodefensas, miembros del cartel de Cali como Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, Elmer Pacho Herrrera, oficiales de la Policía y organismos estadounidenses de investigación, crearon lo que pronto se conocería como Los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar), un grupo criminal que resultó valioso para dar con el paradero de Escobar en 1993.

Los Pepes tenían en la mira a decenas de personas que le hacían venia al capo antioqueño, pero también al grupo de abogados que lo defendía de la justicia. En ese contexto, Los Pepes elaboraron un documento interno a través del cual daban instrucciones para asesinar a Salazar y a sus colegas Guido Parra, Salomón Lozano y Raúl Zapata, entre otros. Estos tres últimos terminaron tendidos en una calle de Medellín con sus cuerpos llenos de plomo. “Mirá”, me dice en un paseo que damos por la ciudad, en la esquina de la avenida la Playa con Junín, “aquí mataron a José Salomón”.
“No me han matado”, me dice, “porque los bandidos son muy inteligentes y me necesitan. Los Pepes decían que yo escondía a Escobar en una finca del municipio de La Pintada, Antioquia”, asegura al mismo tiempo que recrea el episodio de 1993 cuando varios miembros de Los Pepes lo sacaron de su oficina en Bogotá para llevarlo al sitio donde le harían un interrogatorio. “Antes de matarme invítenme a almorzar”, les dijo a sus captores.
Así ocurrió y ya sentados a manteles en un lujoso restaurante al norte de la capital Salazar los convenció de que simplemente era un asesor del capo y no su amante, ni su amigo y menos su estafeta. Y quienes lo conocen bien aseguran que nunca pasó la raya con los narcotraficantes.

En 1994 fue seducido por el cartel de Cali para que asumiera la defensa de algunos de sus miembros. El cambio de bando permitió relacionarse con Élmer ‘‘Pacho’’, Herrera y los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, a quienes de entrada les dijo que era necesario negociar su sometimiento a la justicia directamente con el gobierno estadounidense. Dicho y hecho. “Ellos me dijeron que yo era un encantador de serpientes”, dice Salazar. No le creyeron y diez años más tarde, el 2 de marzo de 2005, Álvaro Uribe firmó la extradición de los Rodríguez que aún pagan su condena en una cárcel de Estados Unidos.

Por trabajar para el cartel de Cali Salazar amasó una fortuna. Por un pleito o una asesoría cobraba entre 300.000 y 500.000 dólares que los narcos entregaban encantados. “Pacho’’ Herrera me quiso pagar con un centro comercial en la avenida 11 de Cali -dice-. No lo acepté. Me entregaban cuadros, relojes, carros que no utilizaba y yo se los regalaba a mi otra pasión: las mujeres”.
Eran épocas de una ostentación de la que él huía por considerar que las cosas materiales no le llenaban el alma. . “Pacho’’ Herrera fue el capo más lindo que conocí. Aparte de lo que pagaba por los procesos, me mandaba por ejemplo, cada diciembre, 20.000 dólares para que pasara las vacaciones donde quisiera”.

Gustavo salazar pineda nació en santuario, Antioquia, un pequeño y colorido pueblo a una hora de Medellín, cuna de comerciantes informales. Allí estudió primaria y bachillerato y no se destacó en ninguna de las materias básicas. En 1971, gracias a la ayuda de un tío se embarcó en un bus con 40 hippies –que regresaban del mítico Woodstok paisa que se realizó en el Parque de Ancón con hippies y bandas de toda América Latina– y llegó directamente a Bogotá donde aprendió el arte de vender esmaltes, pestañinas y coloretes de poca monta en la Plaza España y en despachos judiciales.

Tenía como único objetivo estudiar derecho, pero en 1972 el padre Gabriel Giraldo, entonces rector de la Universidad Javeriana, oriundo también de un pueblo paisa, le dijo que no podía ingresar a la Facultad de Derecho por tratarse de un claustro donde sólo tenían asiento hijos de padres acomodados.

Con esa frustración corrió a la Universidad Libre, donde le fiaron 50% de la matrícula del primer semestre y aprendió el oficio que a la postre le sirvió para convertirse en uno de los más destacados penalistas del país. Este hijo de padres campesinos logró superar las expectativas académicas que él mismo se había impuesto, a tal punto que al terminar la carrera y la especialización de derecho penal ya había escrito el libro Temas inexplorados del foro penal. Con eso se granjeó el respeto de muchos y los señalamientos de otros que lo tildan de despreciable por defender las causas de los delincuentes más visibles de Colombia.

Nunca ha sido político, pero sí le interesa lo que se mueve alrededor de ese mundo, puesto que es en el Congreso, particularmente, donde se han hecho leyes que de una u otra manera han beneficiado a sus clientes.
El ex vicefiscal Pablo Elías González, compañero suyo de pregrado y especialización, resume la personalidad de Salazar. “Era inquieto intelectualmente. Se la pasaba en las cárceles buscando clientes y un buen día desarrolló la teoría de la legítima defensa colectiva”. Fue precisamente esa teoría, según la cual las personas pueden desarrollar mecanismos de defensa ante agresiones injustas, la que sedujo al jefe de las Autodefensas,
Carlos Castaño, para contratarlo con el fin de que el jurista hiciera textos que lo hicieran ver como un hombre patriótico que luchaba contra las injusticias y no como el ser sanguinario que era.

“Adoro a los narcotraficantes por su valentía y su maldad.
Soy como las mujeres a las que les gustan los hombres
malos. La maldad es erótica”, dice Salazar, a quien sus 55 años le han alcanzado para ser abogado, profesor universitario y escritor de 23 libros sobre jurisprudencia y 10 más de poesía y soltería. No le importa que lo llamen el abogado de la mafia, es lo de menos para un hombre fortalecido mentalmente que ha lanzado polémicas para todo el país con escritos como aquel que realizó en 2003, exclusivamente para las Autodefensas Unidas de Colombia, en el que buscaba que el Estado les diera el calificativo de sediciosos.

En algún momento de la visita pensé que me iba a encontrar con un hombre que contestaría las llamadas de sus clientes o que recibiría constantes indicaciones de un grupo de escoltas. Pero me estrellé con la realidad de un hombre simple, solitario, que no utiliza celular, no sabe prender un computador y que no tiene escoltas porque dice que sólo sirven para hacer ver el entierro más grande.

“Cómo será Gustavo de básico en las cosas materiales que un día de 2006 los narcotraficantes conocidos como Los Mellizos, a quienes él asesoraba, le regalaron un computador portátil último modelo. Gustavo lo recibió y al llegar a Medellín se lo entregó a una novia porque nunca pudo prenderlo”, asegura su hermano Carlos Mario.

Después de escucharlo por varias horas y de recorrer a su lado buena parte de la ciudad, no me puedo despedir de este hombre que ha creado amores y odios sin saber quiénes son sus enemigos y qué lo atormenta. Salazar se toma su tiempo, respira profundo y asegura que sus enemigos públicos son el ex vicefiscal Jorge Armando Otálora; la fiscal delegada ante la Corte, Sara Magnolia Riaño; el prestigioso abogado Francisco José Cintura y el fiscal delegado ante el Tribunal de Bogotá, Alfredo Montenegro. “Ellos convirtieron al búnker de la Fiscalía en un nido de corrupción”, concluye, al mismo tiempo que reconoce que por ahora se entretiene defendiéndose de un proceso en su contra por un presunto lavado de activos por haber recibido en parte de pago un apartamento a un narcotraficante de poca monta.

Con esa “bomba” que me soltó decidí no preguntar más y me despedí. Era viernes y él se quedó solo, demasiado solo, “de pronto más tarde llamo a una amiga”, me dijo.

Fuente: revistadonjuan.com

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